Francisco a los sin techo: “Enséñenos a soñar”

 

Al clausurar el Jubileo, el Papa lo celebra con miles de excluidos llegados de todo el mundo

Inspirado por la frase evangélica “los últimos serán los primeros”, Francisco ha querido que las penúltimas celebraciones del Jubileo de la Misericordia haya tenido como destinatarias a las “personas socialmente excluidas”: los pobres, los sin techo, los abandonados. Una opción coherente con el objetivo del Año Santo, que se clausuró el domingo 20, festividad de Cristo Rey.

El primer encuentro de Bergoglio con los millares de “excluidos” tuvo lugar el viernes 11 de noviembre, promovido por la asociación francesa Hermano, que preside el cardenal de Lyon, Philippe Barbarin. El Santo Padre renunció al discurso escrito y se lanzó a una improvisación sin papeles. Antes que él habían intervenido el presidente de la asociación antes citada, Etienne Villemain, y un miembro de la misma, el polaco Robert. De este último evocó esta frase: “Como seres humanos, nosotros no nos diferenciamos de los grandes del mundo. Tenemos nuestras pasiones y nuestros sueños, que tratamos de llevar adelante con pequeños pasos”.

“La pasión y el sueño –comentó el Pontífice–, dos palabras que pueden ayudar. La pasión, que a veces nos hace sufrir, nos pone trabas internas, externas; la pasión de la enfermedad, las miles de pasiones, pero también el apasionamiento para salir adelante, la buena pasión. Esa buena pasión nos lleva a soñar. Para mí, un hombre o una mujer muy pobre, pero de una pobreza distinta a la de ustedes, es cuando ese hombre o esa mujer pierde la capacidad de soñar, pierde la capacidad de llevar adelante una pasión. ¡No dejen de soñar!”.

Del saludo introductorio de Villemain, reconoció que había utilizado “una palabra mía, que yo uso mucho, y es que la pobreza está en el corazón del Evangelio. Solo aquel que siente que algo le falta mira hacia arriba y sueña, el que tiene todo no puede soñar. (…) Enséñenos a todos los que tenemos techo, porque no nos faltan la comida a la medicina. Enséñenos a no estar satisfechos. Con sus sueños, enséñenos a soñar desde el Evangelio, donde están ustedes, desde el corazón del Evangelio”.

Saber ser solidario

Desde aquí, otra palabra que el Papa quiso glosar fue solidaridad: “Y eso lo da la dignidad; saber ser solidario, saber ayudarse, saber dar la mano a quien está sufriendo más que yo. La capacidad de ser solidario es uno de los frutos que nos da la pobreza. Cuando hay mucha riqueza, uno se olvida de ser solidario, porque está acostumbrado a que no le falte de nada. Cuando la pobreza te lleva a veces a sufrir, te hace solidario y te hace extender la mano al que está pasando una situación más difícil que tú. Enseñen solidaridad al mundo”.

Francisco, finalmente, habló de paz: “Las guerras se hacen entre ricos para tener más. Los pobres son, desde su misma naturaleza, más proclives a ser artesanos de la paz. ¡Hagan paz! ¡Creen paz! ¡Den ejemplo de paz! Necesitamos paz en el mundo. Necesitamos paz en la Iglesia; todas las Iglesias necesitan paz, todas las religiones necesitan creer en la paz, porque todas las religiones son mensajeras de paz, pero deben creer en la paz”.

La jornada del sábado 12 la dedicaron los excluidos a reunirse por grupos nacionales en templos de Roma. Los de lengua española lo hicieron en la iglesia de Sant’Andrea della Valle. El domingo 13, en la Basílica de San Pedro, tuvo lugar la misa a ellos dedicada. Eran varios miles y sus rostros mostraban la emoción que les embargaba. Cada uno, según sus modestas posibilidades, se había vestido lo mejor que podía. En el rito eucarístico
–lecturas, oración de los fieles, ofrendas– participaron algunos de ellos, y lo hicieron con gran dignidad ante las miradas algo perplejas de cardenales, guardias suizos y diplomáticos.

Bergoglio tejió su homilía con las lecturas del domingo. “Los iluminará un sol de justicia”, les dijo, en referencia al profeta Malaquías. Luego, se centró en el pasaje del Evangelio de Lucas donde el Señor habla de la destrucción del Templo para “advertirnos de que todo lo que vemos pasa inexorablemente. Incluso los reinos más poderosos, los edificios más sagrados y las cosas más estables del mundo no duran para siempre”. “En este mundo –añadió– casi todo pasa como el agua que corre; pero hay cosas que permanecen como si fueran una piedra preciosa en el tamiz. ¿Qué es lo que queda? Sin duda, el Señor y el prójimo. Estas dos riquezas no desaparecen. Estos son los bienes más grandes a amar. Todo lo demás (el cielo, la tierra, las cosas más bellas, también esta basílica) pasa, pero no podemos excluir de la vida a Dios y a los demás”.

 Disidentes

Que el magisterio de Francisco suscite dudas no tiene nada de extraño. Lo excepcional sería lo contrario. Que al frente de esos sectores inquietos figuren algunos cardenales tampoco debería llamar la atención, y estoy seguro de que al Papa no le molesta demasiado que se dirijan a él pidiendo explicaciones sobre la interpretación que deba darse a algunas afirmaciones de la exhortación postsinodal Amoris laetitia. Las “dudas” de los eminentísimos puede resolverlas cualquier teólogo moralista dotado de buen sentido y, al mismo tiempo, sensible a la autoridad del magisterio pontificio. Que los cardenales hayan decidido hacer públicas esas preguntas después de que ni el Papa ni el prefecto de Doctrina de la Fe, el cardenal Müller, hayan considerado necesario responder, es ya más discutible e incluso puede parecer irrespetuoso. Los cuatro firmantes son los cardenales Brandmüller (1929), Burke (1948), Caffarra (1938) y Meisner (1933), todos venerables por su edad y servicios a la Iglesia, que parecen haber descubierto el placer de la disidencia.

Sin embargo, denunció, “la persona humana, colocada por Dios en la cumbre de la Creación, es a menudo descartada porque se prefieren las cosas que pasan. Y esto es inaceptable porque el hombre es el bien más valioso a los ojos de Dios. Y es grave que nos acostumbremos a este tipo de descarte; es para preocuparse cuando se nos adormece la consciencia y no se presta atención al hermano que sufre junto a nosotros o a los graves problemas del mundo que se convierten solamente en una cantinela ya oída en los titulares de los telediarios”. “Cuando el interés se centra en las cosas que hay que producir –advirtió– en vez de en las personas que hay que amar, estamos ante un síntoma de esclerosis espiritual. Así nace la trágica contradicción de nuestra época: cuanto más aumentan el progreso y las posibilidades, lo cual es bueno, tanto más aumentan las personas que no pueden acceder a ello”.

Finalmente, aunque de un modo breve, me gustaría resaltar el gesto papal en el último “Viernes de la Misericordia”: la visita a siete familias formadas por jóvenes que abandonaron el sacerdocio (uno de ellas procedente de España). Esta tuvo lugar en un piso de Roma. La nota de la Santa Sede sobre la cita es ejemplar: “Tras años dedicados al ministerio sacerdotal, la soledad, la incomprensión y el cansancio por el gran compromiso de responsabilidad pastoral pusieron en crisis la opción inicial al sacerdocio. Se sucedieron meses y años de incertidumbre y dudas que han llevado frecuentemente a la conclusión de haber realizado una elección equivocada. De ahí la decisión de abandonar el presbiterado y formar una familia”.

Antonio Pelayo. Roma

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