El día después de “la farsa electoral” en Nicaragua

una mujer en Managua durante una concentración para pedir elecciones libres en Nicaragua noviembre 2016

La victoria del matrimonio Ortega-Murillo no oculta el descontento popular ni los conflictos abiertos

una mujer en Managua durante una concentración para pedir elecciones libres en Nicaragua noviembre 2016

JOSÉ LUIS CELADA | El sandinista Daniel Ortega, de 71 años, renovaba el 6 de noviembre su mandato como presidente de Nicaragua, por tercer período consecutivo, con el 72,5% de los votos. Y lo hacía junto a su esposa, Rosario Murillo, como vicepresidenta.

Una fórmula que arrasó (según datos del Consejo Supremo Electoral, el exguerrillero de la Contra Maximino Rodríguez, de la opositora alianza Partido Liberal Constitucionalista, apenas logró el 15% de los apoyos) en unas elecciones que “ya tenían ganadas de antemano”, asegura una fuente consultada por Vida Nueva que describe así el momento actual del país centroamericano: “En Nicaragua nada se mueve sin el aparato del Estado, en el Estado nada se mueve sin el aparato del Gobierno, en el Gobierno nada se mueve sin el Frente Sandinista, y en el FSLN nada se mueve si no lo deciden Ortega-Murillo”.

Más de tres millones de nicaragüenses estaban convocados a las urnas para elegir presidente, vicepresidente, 90 diputados de la Asamblea Nacional y 20 representantes del Parlamento Centroamericano. Sin embargo, la falta de oposición, la ausencia de campaña y el control de la prensa independiente impidieron que se impusiera la abstención. Resultado: cientos de miles de nicaragüenses que trabajan para el Estado brindaron su “apoyo desmedido” a unas instituciones cuyo principal objetivo es “perpetuarse en el Gobierno”, denuncia la citada fuente.

Contribuyó a la victoria de Ortega, asimismo, el progreso del país gracias a las políticas de desarrollo del ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas) y la ayuda externa de Japón o Europa. Carreteras, puentes, instalaciones de agua y viviendas en obras transmiten la imagen de un país que se está transformando. Lo cual no significa que desde el exterior se apoye la gestión interna. “Todo esto es fruto de una alianza de este Gobierno con el gran capital”, advierte nuestro informante, porque, “para los inversionistas, Nicaragua es un país rentable y seguro”.

Mientras, el pueblo se muestra “mayoritariamente descontento”. No solo por “la farsa preelectoral y electoral”, sino porque el país está siendo “expoliado en sus recursos naturales por unos pocos y por capital extranjero”. De tal modo que, a juicio de la misma fuente, “los grandes conflictos están todos relacionados con la explotación de los recursos naturales”.

“La tierra ha multiplicado su valor”, constata, al tiempo que lamenta cómo “los latifundios de los nuevos terratenientes o de corporaciones se están fortaleciendo, poniendo en riesgo la superficie virgen y de selva”. Y apunta a la Región Autónoma Costa Caribe Norte (RACCN), donde las tierras de la etnia miskita “se están vendiendo y comprando ilegalmente”.

En cuanto al agua, el conflicto originado por la construcción –ahora detenida– del Gran Canal ha hecho que el pueblo siga “en pie de lucha por la negativa a perder sus tierras en una de las zonas agrícolas y ganaderas más productivas”. Otro tanto podría decirse de las minas de Matagalpa, León o Bonanza, explotadas mayoritariamente por empresas extranjeras. Y de las reservas forestales de Bosawas (norte) e Indio Maíz (sur), taladas y comercializadas por Alba Forestal, o las miles de hectáreas de selva virgen taladas por “voraces ganaderos”. Así las cosas, “los desafíos del pueblo y de la Iglesia que le pastorea son enormes”, concluye nuestro interlocutor.

Publicado en el número 3.013 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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