“¿Vas a permitir que en este tiempo solo pase el tiempo?”
ALEJANDRO FERNÁNDEZ BARRAJÓN, mercedario | Cuando se acerca el Adviento, todos los cristianos empezamos a oír mensajes de esperanza, como si el Adviento consistiera en esperar. No es así. El Adviento no es esperar; es celebrar que la espera ha sido ya colmada y la promesa se ha hecho realidad, que la esperanza cristiana no ha sido una frustración. Es una presencia iniciada. No esperamos que el Salvador vaya a nacer, sino que el Niño es ya una realidad adulta en nuestras vidas o que debería serlo todavía más, y eso colma nuestra esperanza definitiva, que no anda por aquí cerca, sino más allá de ese horizonte de oscuridad y luz que es la propia vida.
I. La esperanza es vida que se recupera
Esta vida nuestra parece la sala de la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos), donde los hombres nos recuperamos todos los días de mil frustraciones y dolores que nos acompañan, de falta de fe, de pesimismo absurdo, de indiferencia… El papa Francisco ha llamado a la Iglesia a ser tienda de campaña. En Adviento, la Iglesia, como una enfermera, nos pone una bolsa más de suero por la vía del corazón para que estemos bien nutridos y así recibamos pronto el alta del hospital del sinsentido, que es lo que todos los enfermos anhelamos.
Ahora que la Iglesia abre la puerta santa del Adviento, los cristianos tenemos que ocupar lugares privilegiados en ese podio que contempla la vida que pasa. Para celebrar que Dios es Dios entre nosotros, el Emmanuel, el esperado de los tiempos, que ya ha colmado la historia y la ha convocado al sentido y al gozo. No somos para la esperanza, somos esperanza concentrada de un tiempo que ha llegado ya, que ha culminado en la encarnación del Verbo y que nosotros hemos de celebrar y proclamar.
Adviento no es mirar al cielo esperando que algo suceda: “Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo?” (Hch 1, 11). Adviento es mirar al suelo para que sea posible el milagro de renacer.
Un nuevo sentido de esperanza cristiana ha de abrirse paso para no caer en la tentación de la obra de Samuel Beckett, donde dos payasos esperan a Godot y nunca llega. Sobran cristianos que esperan a Godot, como Wladimir y Estragón, que se enteran por el cruel Pozzo de que no vendrá hoy, pero mañana seguro que sí; y, sin embargo, Godot nunca llega. Nuestro Salvador sí ha llegado y, con su llegada, se han visto cumplidas todas las expectativas salvíficas de antes y de ahora. Esto es Adviento.
II. Lo que no es Adviento
No faltan quienes han hecho de su fe una ideología sin contenido humano, sin encarnaciones necesarias, sin entrega de cruz y de vida, una fe de grafiti, de laboratorio, de manual. Para un cristianismo sin mordiente no hacen falta muchas teorías ni discursos; ya estamos acostumbrados a miles de palabras hermosas que se entrecruzan formando discursos para no decir nada al final: sermones, decretos, documentos, reflexiones, libros piadosos que se quedan en las estanterías guardados para el futuro, incapaces de interpelar y transformar nuestro presente.
Si algo abunda en nuestra Iglesia y en nuestras comunidades, escasas de esperanza, son bibliotecas sobre la esperanza. Tratados y tratados, enciclopedias y colecciones, y, sin embargo, en las estanterías del corazón se almacenan la amargura y el pesimismo. ¿Para qué nos sirve la esperanza académica si nos desangramos por desilusión?
Necesitamos pasar de una Iglesia elegante a una Iglesia militante, de una Iglesia bella a una Iglesia manchada, de una Iglesia para turistas a una Iglesia de peregrinos, de una Iglesia enrocada a una Iglesia que sea tienda de campaña en medio de los descampados de la vida. Allí están los descartados, dice el Papa, en las periferias.
Pero esto no es fácil y, por eso, el Adviento nos sale al encuentro para decirnos que ya está bien de cantos de sirena, de adornos y brocados, de púrpuras y báculos, de palabras huecas y obediencias paralizantes, y que hemos de estar disponibles para un éxodo necesario hacia tierras prometidas más despejadas y libres, comenzando por los pastores, que –en mi experiencia de pastor de cabras– siempre van delante del rebaño. (…)
Porque esperar no es cruzarse de brazos, sino pasar a la acción útil y abandonar todo aquello que ya no sirve de nada, ya sea porque es del pasado o porque no sirve para los tiempos actuales, que exigen respuestas actuales. Y aquí está un reto que nos plantea el Adviento:
- ¿Vas a seguir con las actitudes cobardes e insípidas que ya has visto que no conducen a nada?
- ¿Vas a hacer de tu Adviento un fortín cerrado a la vida que pasa?
- ¿Vas a dejar que pase el tren de la vida cargado de desafíos por miedo o comodidad, sabiendo que no va a pasar otro?
- ¿Vas a hacer de tu vida un poema con voluntad de forma pero sin fondo?
- ¿Te sientes satisfecho de no haber hecho posible ni un solo cambio a tu alrededor aunque estás sobrado de razones?
- ¿Seguirás instalado en el sillón de tu indiferencia porque crees que tú puedes aportar muy poco por hacer diferente tu mundo y tu Iglesia?
- ¿Vas a permitir que en este tiempo solo pase el tiempo?
- ¿Vas a cerrar los ojos ante una Iglesia sumida en el desencanto, en la búsqueda de prestigio y poder y alejada de los barrios periféricos donde aún queda algún profeta siempre cuestionado?
- ¿Seguirás hablando mucho de pecado y poco de gracia?
III. Adviento es Jesús
IV. Esperanza es dinamismo
V. Sé de quién me he fiado
VI. La esperanza y las esperanzas
VII. Signos de esperanza del presente
Publicado en el número 3.013 de Vida Nueva. Ver sumario
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