Triunfó la amenaza de la “ideología de género”

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Protagonista de la campaña por el No y responsable del resultado del plebiscito del 2 de octubre fue la llamada “ideología de género”. Como el coco que servía para asustar a los niños, se utilizó para manipular frente a la supuesta amenaza que –se dijo– representaban los Acuerdos de La Habana. Y para votar con indignación, porque, con argumentos que alertaban respecto a la destrucción de la familia y a la modificación caprichosa de la identidad sexual, se tergiversó el sentido que el Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera daba al enfoque de género.

casa-de-americaPesó la amenaza de la “ideología de género” en grupos de orientación evangélica que llevaron a las urnas dos millones de votos en contra del Acuerdo de Paz, según cálculos de uno de sus pastores. Desde las toldas católicas también hubo pronunciamientos, y mientras la Conferencia Episcopal no tomó partido, algunos curas se declararon partidarios del No, como el que publicó su decisión en la página web de la Arquidiócesis de Ibagué argumentando que “la ideología de género atraviesa, casi como un hilo conductor, todo el texto del acuerdo final” y que “esa ideologización perversa tenemos que rechazarla”. Y el exprocurador Ordoñez y la campaña de Uribe por el No aprovecharon el coco de la tal “ideología de género” para atizar la indignación y mover a los votantes a rechazar los acuerdos firmados en La Habana.

Pasado el plebiscito, Uribe trinó que había que corregir los acuerdos para preservar el “concepto de familia”. Por su parte, Ordóñez declaró que los acuerdos incluían “la aceptación del presupuesto esencial de la ideología de género, que es que no tiene relación alguna con el sexo, sino que ser hombre o ser mujer es una construcción cultural”, lo que según su interpretación “impactaría las políticas públicas en materia de educación y en materia de familia” y que “por esa razón miles de personas votaron por el No en el plebiscito”. Y también recordó que contra la ideología de género “millones de colombianos se expresaron el 10 de agosto al marchar protestando contra una cartilla, y que esos mismos presupuestos iban a quedar consignados, si se aprobaba el plebiscito”.

Evidentemente, dos meses antes la “ideología de género” había hecho su entrada triunfal al escenario colombiano con el debate por las cartillas del Ministerio de Educación y la marcha del 10 de agosto en defensa de la familia. Marcha que fue apoyada por los pastores evangélicos que veían al demonio en la “ideología de género” y a la cual los obispos colombianos invitaron a unirse. Después de ella, a través de su página web, la Conferencia Episcopal Colombiana (CEC) agradeció al pueblo colombiano por su masiva participación en las movilizaciones que, a su parecer, “expresaron la defensa de la familia y el rechazo a la imposición de la ideología de género en los colegios”.

Ahora bien, después del plebiscito, monseñor Luis Augusto Castro, presidente de la CEC, reconoció en entrevista con Yamid Amat que la ideología de género “no existe dentro de los acuerdos de paz”. “Las expresiones usadas son otras y el contenido y el contexto del que se quiere hablar allí es el de la mujer que ha sido sacrificada por la guerra y a la que hay que poner atención como una víctima privilegiada. Eso no es ideología de género, eso es una perspectiva que busca favorecer a las mujeres víctimas del conflicto. La ideología de género no tiene nada que ver con eso”.

El enfoque de género en los Acuerdos de La Habana

reporterosasociados2Antes del plebiscito no se me ocurrió leer el Acuerdo final: el trabajo de los negociadores sencillamente avalaba mi voto por el Sí y no tenía para qué meterme en los tecnicismos del documento. El triunfo de amenazar con la “ideología de género” en el plebiscito motivó su lectura: ¿cuáles eran las amenazas en el documento contra la familia colombiana y contra la orientación sexual de sus habitantes por cuenta de tal “ideología”?

No vi amenazas en el “Comunicado conjunto del 24 de julio de 2016” en el que los negociadores del Gobierno y de las FARC informaron la inclusión del enfoque de género en los acuerdos y que María Paulina Riveros explicó: “Un acuerdo de paz que adopta un enfoque de género es aquel en el que todos: hombres y mujeres, heterosexuales y homosexuales, bisexuales y personas con identidad diversa, son concebidos como ciudadanos, sujetos políticos, interlocutores e interlocutoras visibles del diálogo social, eje de los modelos de desarrollo en condiciones de igualdad”. La incorporación del enfoque o perspectiva de género en los acuerdos respondía a un mandato de Naciones Unidas acordado por los estados miembros a raíz de la “Declaración y plataforma de acción”, aprobada en la Conferencia Mundial sobre la Mujer celebrada en Beijing en 1995, que propuso la incorporación de una perspectiva de género en políticas, programas y leyes para alcanzar los compromisos respecto a la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres.

“Ideología de género” no aparece en las 297 páginas del acuerdo. Aparece 110 veces la palabra “género”, utilizada como complemento de nombre: 19 veces enfoque de género y 35 más, junto con enfoque territorial, diferenciado, de derechos y de género; cinco veces, perspectiva de género; nueve veces, equidad de género, y dos, igualdad de género; dos veces, diversidad de género, y cinco veces, identidad de género diversa; seis veces, violencia de género; una vez, discriminación de género, y otra, justicia de género. Ninguna vez –repito– “ideología de género”.

En los principios para la implementación del primer acuerdo que sienta las bases para la transformación del campo encontré una posible definición de enfoque de género –la perspectiva que se incluyó en los acuerdos– como “reconocimiento de las mujeres como ciudadanas autónomas, sujetos de derechos que, independientemente de su estado civil, relación familiar o comunitaria, tienen acceso en condiciones de igualdad con respecto a los hombres a la propiedad de la tierra y a proyectos productivos, opciones de financiamiento, infraestructura, servicios técnicos y formación, entre otros” (p. 10), aspectos que lejos de afectar nocivamente a las familias colombianas contribuyen a su bienestar. Y en los principios orientadores del tercer acuerdo, el que se titula Fin del conflicto, encontré otra posible definición, como “énfasis en la protección de mujeres, niñas, niños y adolescentes” que “tendrá en cuenta los riesgos específicos que enfrentan las mujeres contra su vida, libertad, integridad y seguridad” (p. 71), lo que no me parece amenazar ni a la familia ni a la identidad sexual.

reporterosasociadosEncontré, asimismo, que un mismo enfoque de derechos, un mismo enfoque territorial y un mismo enfoque diferencial y de género están a la base de los seis acuerdos “para asegurar que la implementación se haga teniendo en cuenta la diversidad de género, étnica y cultural, y que se adopten medidas para las poblaciones y los colectivos más humildes y más vulnerables” (p. 4); como también que se plantea el enfoque de género en la solución al problema de las drogas ilícitas, la transformación de la realidad rural integral, la sostenibilidad socio-ambiental, la superación de la pobreza y las soluciones de vivienda, por citar solo algún ejemplo; todo lo cual tampoco me parece que haga daño a las familias colombianas: por el contrario, creo que mejora sus condiciones de vida.

Debió despertar las alarmas de la homofobia la referencia a quiénes conforman las comunidades: “niñas, niños, mujeres y hombres, incluyendo personas con orientación sexual e identidad de género diversa” (p. 9) o “género, edad, pertenencia étnica, orientación sexual e identidad de género diversa y condición de discapacidad” (p.18). Es decir, que se visibilizó en el texto de los acuerdos la población LGBTI, que para muchos resulta una amenaza al orden establecido.

El coco de la “ideología de género”

¿Cuál es el temor que inspira la llamada “ideología de género” y por qué provoca indignación? Más aún, ¿qué significa y cuál es el origen de una polémica que viene dándose a nivel mundial y que en Colombia se convirtió en arma política porque los Acuerdos de La Habana que se votaron en el plebiscito incluían el enfoque de género, malévolamente tergiversado como “ideología de género”?

afondo1Quienes la interpretan como amenaza al orden de la familia y de la identidad sexual –y no me refiero a los pastores evangélicos o al exprocurador Ordóñez sino a un movimiento mundial y de vieja data– sacaron una conclusión tendenciosa y perversa de la teoría de género, difundiendo que promueve el cambio de sexo y acaba con la familia propiciando el matrimonio de parejas del mismo sexo y, consiguientemente, la adopción por parte de homosexuales.

Al rastrear los caminos recorridos por la ideologización del género, encontré que la Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo (2004) firmada por el entonces Presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Ratzinger, alertaba que “para evitar cualquier supremacía de uno u otro sexo, se tiende a cancelar las diferencias, consideradas como simple efecto de un condicionamiento histórico-cultural. En esta nivelación, la diferencia corpórea, llamada sexo, se minimiza, mientras la dimensión estrictamente cultural, llamada género, queda subrayada al máximo y considerada primaria”, concluyendo que inspiraba ideologías que promueven “el cuestionamiento de la familia a causa de su índole natural bi-parental, esto es, compuesta de padre y madre, la equiparación de la homosexualidad a la heterosexualidad y un modelo nuevo de sexualidad polimorfa”. Aunque no encontré el origen de esta ideologización, sí puedo decir que hizo carrera entre los hombres de Iglesia. Fue acogida por los obispos latinoamericanos reunidos en Aparecida (2007): “entre los presupuestos que debilitan y menoscaban la vida familiar, encontramos la ideología de género, según la cual cada uno puede escoger su orientación sexual, sin tomar en cuenta las diferencias dadas por la naturaleza humana. Esto ha provocado modificaciones legales que hieren gravemente la dignidad del matrimonio, el respeto al derecho a la vida y la identidad de la familia”(40). También se coló en el documento de trabajo previo al Sínodo de 2015: “la ideología denominada gender theory, según la cual el gender de cada individuo resulta ser sólo el producto de condicionamientos y necesidades sociales, dejando de este modo de tener plena correspondencia con la sexualidad biológica” (Instrumentum laboris 2014 23). Y al final de esta reunión los obispos se refirieron a la ideología que “niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer”, lo cual “lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer” (Relación Final Sínodo 2015 8).

Acogiendo estos aportes, el papa Francisco señaló en su exhortación Amoris laetitia “una ideología, genéricamente llamada gender” (AL 56) como uno de los desafíos a la familia y precisó que “el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender), se pueden distinguir pero no separar” (AL 58). Y en el capítulo acerca de la educación de los hijos, en uno de los párrafos relativos a la educación sexual escribió “que en la configuración del propio modo de ser, femenino o masculino, no confluyen solo factores biológicos o genéticos” y “que lo masculino y lo femenino no son algo rígido”, aterrizando esta afirmación en un caso concreto: “es posible, por ejemplo, que el modo de ser masculino del esposo pueda adaptarse de manera flexible a la situación laboral de la esposa. Asumir tareas domésticas o algunos aspectos de la crianza de los hijos no lo vuelven menos masculino ni significan un fracaso, una claudicación o una vergüenza” (AL 286). Que es a lo que se refiere la teoría de género.

Pero se dejó enredar en los hilos de la ideologización malévola de la teoría de género el pasado 1 de octubre, durante un encuentro en Tbilissi, Georgia, cuando Irina, una madre de familia, le planteó el tema y Francisco, en su respuesta, lo calificó en lenguaje bélico y confundiéndolo con “ideología de género”: “Tú, Irina, has mencionado a un gran enemigo del matrimonio, que es la teoría de género. Hoy hay una guerra mundial para destruir el matrimonio. Hoy no se destruye con las armas, se destruye con las ideas”. A renglón seguido la llamó “una colonización ideológica que destruye” e invitó a “defenderse de las colonizaciones ideológicas”. Y volvió sobre el tema en el vuelo de regreso a Roma al responder a uno de los periodistas: “Aquello sobre lo que hablé es esa maldad que hoy se hace con el adoctrinamiento de la ideología de género”. ¡Qué pena que Francisco hubiera caído en la trampa!

¿Educar en perspectiva de género?

presidenciardEn una sociedad pensada por los hombres y en función de ellos, las mujeres fuimos educadas –condicionadas– para atender a sus necesidades; desde el mito de la feminidad –“de casa”, abnegadas, indefensas, coquetas y demás características consideradas propias del sexo femenino– y en condiciones de inferioridad. Las mujeres educaban a los niños según el mito de la masculinidad: “de la calle”, fuertes, dominantes, superiores a ellas.

Educar en perspectiva de género es superar los mitos de la feminidad y la masculinidad. Superar los prejuicios masculinos de la inferioridad de la mitad de la humanidad y su reclusión en el espacio doméstico. Como escribió Francisco en Amoris laetitia, “en la configuración del propio modo de ser, femenino o masculino, no confluyen solo factores biológicos o genéticos”, “lo masculino y lo femenino no son algo rígido” y “es posible, por ejemplo, que el modo de ser masculino del esposo pueda adaptarse de manera flexible a la situación laboral de la esposa” (AL 286). Eso es educar en perspectiva de género.

 

 

El enfoque de género sin ideologizaciones

Como en el Acuerdo de La Habana se introdujo el enfoque de género, surge la pregunta: ¿qué se entiende por género y por qué a veces se habla de gender? Pero también se me plantea otra: ¿por qué me metí en estos vericuetos y a opinar en un tema tan peliagudo?

Comienzo por la última para responder a la primera. Porque hace más de 20 años estoy hablando de género, escribiendo de género, haciendo teología en perspectiva de género y puedo asegurar que ni soy enemiga de la familia ni creo que las personas cambian de sexo por capricho.

Creo, en cambio, que los cambios sociales del siglo pasado abrieron la puerta para que las mujeres salieran de la reclusión en la que por siglos habían permanecido, lo cual les permitió –o nos permitió– asumir un nuevo lugar en la sociedad, tomar la palabra, pensar por nosotras mismas en lugar de ser pensadas por los hombres. Y los cambios –que no son cambios en la orientación sexual, como nos quieren hacer creer los predicadores que alertan sobre la “ideología de género”– han repercutido en la familia y han planteado situaciones que las generaciones anteriores no tuvieron que enfrentar.

Creo, también, que –a diferencia del mundo animal, en el que el comportamiento viene dado por la naturaleza– los seres humanos nos movemos en el marco de la cultura que condiciona, entre otras, las formas de relación, las jerarquizaciones, la ubicación de cada individuo en la sociedad, y, por consiguiente, la manera de ser hombre y de ser mujer, las características que tipifican la feminidad o la masculinidad. Y es aquí donde se perfila la teoría de género o perspectiva de género, que introdujeron al lenguaje académico los estudios iniciados por las mujeres sobre su situación y su identidad, distinguiendo los datos biológicos que determinan a los seres vivientes como macho o hembra –el sexo– del comportamiento que cada cultura establece para hombres y mujeres, sus características y formas de relación, la división de roles, la línea que separa la esfera pública como ámbito masculino y la esfera doméstica como ámbito femenino. Que es lo que se llama género –en inglés gender– y viene dado por la cultura. Y que, por lo tanto, se puede cuestionar: ¿por qué las mujeres fueron consideradas inferiores a los hombres, excluidas, marginadas, invisibilizadas, obligadas a mostrarse débiles? ¿Y por qué los hombres no pueden llorar? Pero también modificar modelos de comportamiento que encasillan a unos y otras según su funcionalidad –¡no me refiero a la biológica!– o canonizan la desigualdad. Lo que no gusta a quienes prefieren que no haya cambios y para evitarlos califican como perversión cualquier avance en favor de la equidad de género que las mujeres defienden y promueven.

Isabel Corpas de Posada

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