La pianista de Dijon

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El 16 del mes pasado el papa Francisco canonizó a la carmelita francesa Isabel de la Trinidad, cuya fiesta en el calendario litúrgico se celebra el 9 de noviembre, día de su muerte en 1906.

Elisabeth de la Trinité no es ciertamente una santa muy conocida en Colombia, aunque su mensaje espiritual es uno de los más llamativos del siglo pasado y señala derroteros todavía por descubrir. Hay una honda riqueza escondida en la nueva santa. Para el hombre de hoy, tentado de increencia, desparramado y fugitivo de sí mismo, es reveladora y cautivante su espiritualidad y su propuesta de interioridad contemplativa y silenciosa, centrada en el misterio de la Trinidad.

Elisabeth Cotez Rolland nació en 1880 en un campo militar cerca a la ciudad de Bourges, en el centro de Francia. Huérfana de padre a los siete años, a esa edad empezó a estudiar piano. Eran grandes sus dotes musicales y llegó a ganar un concurso de interpretación a los trece años en el conservatorio de Dijon, ciudad del este de Francia en la que residía su familia. A los veintiuno cambia el piano por la “música callada” del Carmelo. Hace su profesión religiosa en 1903 y muere tres años más tarde, a los 26 de vida, víctima de la enfermedad de Addison.

Pero si en el amanecer del 9 de noviembre de 1906 se apaga la melodía de una silenciosa mujer encerrada en un claustro y desconocida, pronto empezó a tomar cuerpo la sinfonía de su legado místico. En 1909 se publicó, con el nombre de Recuerdos, una biografía escrita por la madre Germana de Jesús, su priora y maestra de novicias. No es una autobiografía, pero tienen sabor a tal estos recuerdos de su existencia, recopilados con base en recuerdos, testimonios, cartas y notas de la religiosa.

Las obras completas de Isabel de la Trinidad, según la edición de 1980, hecha con motivo del centenario de su nacimiento y de cara a la beatificación en 1984 por el papa Juan Pablo II, comprende los siguientes escritos: Diario, Cartas, Poesías, Notas, y un grupo de textos breves: El cielo en la fe, Grandeza de nuestra vocación, Últimos ejercicios y Déjate amar.

Sin haber tenido una formación como escritora, las obras de Isabel se inscriben dentro de la tradición carmelitana de Teresa de Ávila, la gran mística española, y Teresa de Lisieux (1873-1897), la otra gran carmelita francesa, autora de Historia de un alma, quien murió a los 24 años, cuando la pianista de Dijon tenía apenas 17 y soñaba con vestir el hábito del Carmelo.

Su entronque con la tradición carmelitana es, sobre todo, su doctrina mística de oración contemplativa, de inmersión honda y silenciosa en el misterio de la Trinidad.

Como abrebocas y antojo para saborear la enseñanza de la nueva santa, baste por ahora, como remate a esta nota, transcribir el final de su famosa oración a la Trinidad, que empieza “Oh, mi Dios, Trinidad a quien adoro”:

“¡Oh, mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad en que me pierdo. Yo me entrego a vos como una presa. Sumergíos en mí para que yo me sumerja en vos, a la espera de ir a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestra grandeza!”

Ernesto Ochoa Moreno

Escritor

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