Bob Dylan, Nobel por aclamación

Bob Dylan, músico estadounidense cantautor Premio Nobel de Literatura 2016

El galardón en la categoría de Literatura llega al “gran poeta” que ha hecho de la cultura pop un verdadero arte

Bob Dylan, músico estadounidense cantautor Premio Nobel de Literatura 2016

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Un poeta gana el Nobel de Literatura. Bob Dylan. Así es como hay que contarlo. O así quiere la Academia Sueca: “Por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción”, dijo su secretaria, Sara Danius. Lo de menos –o quizás no tanto– es que también sea músico y que haya compuesto la banda sonora del siglo XX. Con Dylan, al fin y al cabo, las formas, la melodía, el tono, la voz, cuentan. Pero, y es aquí donde el Premio Nobel le reivindica: lo extraordinario, lo pertinente, es escucharle, prestar oído a lo que nos dice, atender a cómo ha retratado el mundo, la vida, el hombre, el amor, la libertad, Dios mismo, con una gorra y una guitarra acústica.

Sí, Dylan ha hecho de la canción popular norteamericana –del Medio Oeste, de la gélida Minnesota, donde nació en 1941– todo un arte. Son las letras de un cantautor convencido de lo que se canta, de que importa, y mucho, sobre qué se canta y cómo el mundo que vivimos –la política, la sociedad, la guerra, la fe, la pobreza y la decadencia, la compasión y la crítica– cabe en tres minutos de una partitura. Y que el blues, el rock, como la gran literatura, también cambian el mundo: “Cuando no tienes nada, no tienes nada que perder. / Eres ahora invisible, no tienes secretos que ocultar”, escribió en una de sus canciones más famosas –si no la que más–, aquel Like a rolling stone (1965), que aún no ha perdido vigencia y que compuso a los tres años de iniciar una carrera que nació apegada al folk. Al fin y al cabo, esa canción habla de la pérdida, de lo que fue y lo que somos, de que cualquiera –el mundo, todo un continente, un país, cualquiera de nosotros– puede ser una Miss Lonely caída en desgracia. Y perderlo todo. Y así –sabiéndolo– hay que vivir.

Lo demás, la polémica, la decepción de editores y críticos de literatura, de los propios escritores ante este Nobel –sin duda, merecido–, no importa tanto después de los antecedentes: ya ganó el Pulitzer y el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, que no el de las Letras, quizás más pertinente, como le ha sucedido a Leonard Cohen. El Nobel le ha llegado, poco más o menos, por aclamación popular después de ser un año sí y otro también el candidato más esperado. El más deseado.Bob Dylan, músico estadounidense cantautor Premio Nobel de Literatura 2016

Desde que ya hace veinte años el poeta beat Allen Ginsberg reclamó en Estocolmo el premio para el “icono de la cultura pop” que equiparó a T. S. Elliot, Lord Tennyson, John Donne, William Blake o Dylan Thomas, a los grandes poetas norteamericanos. “Dylan es uno de los más grandes bardos y juglares norteamericanos del siglo XX –afirmó entonces Ginsberg– y sus palabras han influido en varias generaciones de hombres y mujeres de todo el mundo”. Y eso es lo que remarca ahora la Academia Sueca.

Un soplo de independencia

Si acaso, Dylan había afirmado hace medio siglo, en 1965, cuando ya se le investía de trovador, de poeta y de un moderno Shakespeare norteamericano: “No me considero un poeta, soy un artista del trapecio”. La imagen sirve, porque hasta en el trapecio Dylan sería capaz de escribir sin descanso, de intentar desentrañar qué somos y a dónde vamos, de rimar con una armónica, un sombrero y su guitarra acústica el insondable misterio de ser un hombre al que le duele el mundo.

El prestigioso profesor Christopher Ricks, catedrático de Literatura Inglesa de la Universidad de Oxford, le dio todos los honores posibles –y también imposibles– en un libro que ya es un referente, Dylan poeta: visiones del pecado (Cuadernos del Langre, 2008), en el que recorre la discografía exaltando alegorías, parábolas, citas bíblicas. Y que, básicamente, describe como un muestrario de los “pecados” de nuestro tiempo y, a la vez, también de “las virtudes” –justicia, prudencia, templanza y fortaleza– y “las gracias divinas” –fe, esperanza, caridad– que encarna la literatura de Dylan.

Pero Dylan es un soplo de independencia. Una voz única. Inconformista. Y nunca se ha callado, como en ese memorable himno antibelicista –no tan famoso como Knockin’ on Heaven’s Door, pero aún más poderoso– crítico con la Iglesia, con su politización desde afuera y desde adentro, en cada guerra, por cada batalla, que es With God on our side (1964), y que finaliza:

“En muchas horas oscuras
he estado pensando sobre esto:
que Jesucristo
fue traicionado por un beso,
pero no puedo pensar por ti,
tú tendrás que decidir
si Judas Iscariote
tuvo a Dios de su lado”.

Su testimonio, sus canciones, su poesía, su fe, están aquí, allí, en todas partes, silbando, flotando en el viento. Blowing in the wind (1963) es otro de esos temas antibelicistas que fueron cantados como himnos por toda una generación y aún sigue sonando. Y ahí también se preguntaba:

“Cuántos años pueden vivir algunos,
antes de que se les permita ser libres.
Cuántas veces puede un hombre girar la cabeza,
y fingir que simplemente no lo ha visto.
La respuesta, amigo mío, está flotando en el viento”.

Cantor de la paz y de Dios

La referencia a Bob Dylan como un portador de las “virtudes teologales”, es decir, fe, esperanza, caridad, según el ateo Christopher Ricks –que es como se retrata a sí mismo el catedrático de Oxford–, no es en absoluto vana. No, Dylan no solo fue –es– canción protesta, Vietnam, contracultura, el cantor de la paz, si no también espiritualidad, humanismo y la honda huella de un creyente rebelde, por supuesto.discos de Bob Dylan

El cantante nació como Robert Allen Zimmerman –es hijo de inmigrantes hebreos de origen bielorruso y ucraniano– y protagonizó –está viviendo– un viaje de ida y vuelta al judaísmo, que tuvo parada y conversión al cristianismo con su vinculación a la iglesia evangélica Vineyard Church en aquellos años finales de los 70 y principios de los 80. Y de ello quedan por testigos tres discos de intensa vivencia y marcados por el gospel: Slow train coming (1979), Saved (1980) y Shot of love (1981).

Dylan –y sus letras– están del lado de Dios. Del credo y la justicia social. Ya desde uno de sus primeros discos, John Wesley Harding (1968). Y del propio Jesucristo. Al que ha cantado en un amplio número de temas, y lo sigue haciendo. Como en Gotta Serve Somebody o aquella When You Gonna Up –de ese mismo Slow train coming (1979)–, en la que, literalmente, proclamaba: “Hay un hombre en la Cruz y ha sido crucificado por ti. Cree en su poder. Es todo lo que tienes que hacer”.

Ese Dylan que incluso llegó a hacer aquella canción-confesión que es Property of Jesus (1981). El padre Javier Ledesma Sauco, párroco en Miguelturra (Ciudad Real), lo ha descrito en Bob Dylan: Dios y Jesucristo. ¿Una provocación? (Ediciones C&G). “Normalmente se relaciona a Dylan con la lucha a favor de los derechos humanos y por causas antibélicas y por ello puede ser provocadora su relación con el sentimiento religioso en un mundo globalizado como el actual”, apunta.

Pero en Dylan las canciones hablan por sí solas. Como Man of Peace (1983), Ring them Bells (1989) o You changed my life (1991), entre otras muchas, antes y después de su conversión. “Estas son algunas de las muchas canciones en las que Dylan muestra un gran dominio de la Biblia y en las que hace una defensa de los valores del Evangelio”, escribe Ledesma. También la banalización de la religión, la hipocresía ante la fe, ha sido objeto de sus letras. De su rabia. Y de su fe. De su genialidad.

Publicado en el número 3.008 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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