Los migrantes retan la conciencia

Los cubanos y haitianos hacinados en una bodega de Turbo llegaron a ser un problema de conciencia. Dejadas a un lado consideraciones políticas o de nacionalidad, quedan seres humanos que, por necesitados, son para la conciencia cristiana una máxima prioridad.

Durante su visita a Lesbos el papa Francisco mostró dos dimensiones del drama de los migrantes: “ellos, antes que números, son personas, son rostros, son nombres, son historias”, dijo. El progreso que alcanzó la humanidad con la firma de la declaración de los derechos humanos es el que se pone a prueba en Urabá –lo mismo había ocurrido y sigue sucediendo en los países europeos–. “Es una crisis humanitaria que requiere una respuesta de solidaridad, compasión, generosidad y un inmediato compromiso de recursos”, agregó el Papa en Lesbos.

Invocó para ellos –los migrantes llegados a Lesbos–, y es aplicable a los de Turbo, un derecho: el de permanecer en su patria.

¿Por qué estos cubanos y haitianos no pueden permanecer en sus patrias? ¿Hay un fracaso político y social que configura lo que Francisco llama “la más grande catástrofe mundial después de la segunda guerra: gente que sufre, que no sabe a dónde ir, que ha tenido que huir”?

Se impone, por tanto, el deber para gobernantes y pueblos de “eliminar las causas de esta dramática realidad”.

La otra dimensión del drama es la que descubre la conciencia avivada por el Evangelio. Es la que movió al samaritano de la parábola de Jesús. Les desea el Papa a los migrantes que “ojalá como el buen samaritano, les vengan a ayudar con fraternidad, solidaridad y respeto de vuestra dignidad”.

Las doce familias musulmanas que con Francisco llegaron a Roma, procedentes de Lesbos, debieron sentir lo mismo que el herido servido por el samaritano: la acogida y el afecto de que es capaz un corazón misericordioso. Es lo que, según Francisco, debe ocurrir con todos los migrantes. Recordó en Lesbos la aplicación de las palabras de Jesús: “tuve hambre, tuve sed, estuve desnudo, fui peregrino y me acogisteis”. Es una comprometedora identificación de Jesús con los necesitados: “cuantas veces lo hicisteis, conmigo lo hicisteis”. Para Francisco es una apremiante identificación aplicable a todos los migrantes africanos y sirios, lo mismo que a los gobiernos europeos que deben decidir sobre la suerte de estas personas. También es aplicable en Turbo y tiene que ver con las decisiones de la cancillería colombiana, que son más políticas que respuesta a un problema de la conciencia cristiana.

 

Como profetas involuntarios, vocean las debilidades y errores de la democracia en el mundo

 

Estas poblaciones en fuga –que eso son los migrantes– le están revelando al mundo una crisis que no puede menospreciarse, la que sucede de fronteras para adentro: el crecimiento de la pobreza, las escasas oportunidades de empleo, la inseguridad, la corrupción, las deficiencias de los sistemas de salud y de educación, la falta de libertades. Como profetas involuntarios, los migrantes en todo el mundo están voceando las debilidades y errores de la democracia en el mundo, al mismo tiempo que desnudan el encerramiento egoísta de las sociedades que en los países potencialmente receptores, levantan muros físicos o legales para impedir la entrada de los migrantes.

Contrasta con los avances de la técnica en materia de comunicaciones, la actitud de gobiernos y poblaciones enteras de rechazo del otro. Hay una actitud de exclusión del otro en el interior de los países que se vuelven invivibles para un sector de la población; y una reacción defensiva y de repulsa de los países que podrían ofrecer acogida. Mientras la técnica acerca, la política pública distancia. Unos países, los más pocos, abren sus puertas y hacen de los migrantes socios en el trabajo común del desarrollo. Otros países, los más, adoptan la política de cierre de fronteras bajo el supuesto de que tal es el deseo de su población.

Este fenómeno mundial interpela, no solo a las democracias del mundo; también y sobre todo a los cristianos.

 

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