La voz que hace falta

_Reg-Natarajan

Anunciar la Buena Nueva del Evangelio de Jesucristo y vivirla en plenitud nunca ha sido tarea ni experiencia libre de riesgos y amenazas. La sangre de los mártires es la mejor prueba de que todo aquel que se juega la vida anunciándola y dando testimonio de su fe se expone no solo a ser sometido al ridículo y perseguido, sino también a pagar con su propia sangre.

Y la historia se repite. Encarnada en la historia y en la geografía de los pueblos, la Iglesia, el Pueblo de Dios, nunca la tiene fácil. Por eso necesita y tiene que pedir de rodillas todos los días el aliento del Espíritu.

Y lo digo no refiriéndome al Estado Islámico que quiere borrar de un tajo todo lo que huela a cristiano, sino a nosotros, a los colombianos, ciudadanos de una nación que necesita cambios profundos, educación, desarrollo, justicia, paz plena y verdadera, certezas y no mentiras, gobierno y no populismo. Un país en el cual decir la verdad ya casi queda prohibido.

Una nación que vive un momento histórico de engaños, de fraudes, de falencias, de promesas oficiales que no se cumplen, donde no hay justicia ni respeto por la vida humana, y cuyo futuro está marcado por la desconfianza y la incertidumbre. Una sociedad excluyente y moralmente enferma, deshumanizada e incapaz de rebelarse contra la mediocridad y la injusticia.

Pienso en un país en el cual con base en una propaganda engañosa se promueve la paz como fruto milagroso de un acuerdo en el cual las FARC le ganaron a Colombia por goleada y que puede convertirse en una terrible pesadilla.

Una nación en la cual sobre la base de un Estado laico y el supuesto de una óptica progresista, se multiplican los ataques contra la libertad religiosa, como si se quisiera crear una nueva fe pública y obligarnos a todos a adherir a ella aceptando el aborto, el matrimonio homosexual y la perversa ideología de género, pues ser hombre o mujer es una construcción cultural, un simple sentimiento que puede cambiar.

Como ciudadano sacerdote me desvelan todas las formas de violencia contra las mujeres y los niños; los habitantes de la calle; la trata de personas; los inmigrantes que huyen de Cuba y de Venezuela; la facilidad con que magistrados, jueces y fiscales, políticos y contratistas venden su conciencia; la degradación moral a que hemos llegado, y no logro conciliar el sueño esperando una voz, no la del papa Francisco, que ya ha pronunciado con fuerza repetidas veces, sino de la Iglesia colombiana.

Una voz que no sea solo un comunicado de prensa, sino Nueva Evangelización en las parroquias, en cada una de ellas, pues es allí donde tienen que librarse las grandes batallas por el Reino de Dios con el anuncio del Evangelio y la denuncia de la injusticia y del pecado.

Pienso y oro por un Pueblo de Dios para que mañana no se lo culpe de ausencia o silencio ni del triunfalismo que hace creer que todo marcha a las mil maravillas ni de una fatal ingenuidad que lo habría dejado en manos de quienes pretendían manipularlo.

Pienso y escribo estas cosas y acabo uniéndome a todos los que están orando por Colombia. 

P. Carlos Marín

Presbítero

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