Desarmar los corazones para hacer la paz

26 de septiembre: un día histórico.

Mientras escribo estas líneas, Colombia está de fiesta celebrando la paz. Y como en toda celebración, es mirar hacia el pasado y soñar el futuro, porque es propio del rito evocar lo que pasó y anunciar lo que se espera.

Como celebramos el fin de una guerra, el pasado que evocamos ritualmente es un pasado de vergüenza, de lágrimas, de sangre.

Un pasado que deja como saldo, según reporte de la Unidad de Víctimas, 267.162 personas muertas, 5.712.506 desplazadas, 8.229 secuestradas por las FARC y un total de 2.997.084 víctimas de esta guerrilla; más no sé cuántas masacres, no sé cuántos falsos positivos y yo qué sé cuántas otras violaciones de derechos humanos.

Un pasado que hemos padecido de cerca o de lejos durante más de 50 años y que le ha costado al país 411 billones de pesos.

Un pasado que oficialmente queda atrás con la firma del Acuerdo que formaliza el fin del conflicto armado entre las FARC y el Estado colombiano.

Quedan grupos armados insurgentes. Quedan corazones incapaces de dejar las armas de la intolerancia. Queda pendiente el compromiso de hacer la paz que la celebración de la firma de la paz, hoy, anuncia y pone en manos de colombianas y colombianos.

Cuando estas líneas salgan de la imprenta, el día de hoy pertenecerá a la historia. No así la responsabilidad de convertir la celebración en realidad. Hacer la paz nos pide construir un nuevo país en justicia y equidad, en el que nadie se sienta excluido o menospreciado, y para lo cual será necesario desarmar los corazones y abrirlos a la misericordia y el perdón.

Isabel Corpas de Posada

Teóloga

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