Así son los misioneros y misioneras

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de Sevilla CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

El sentimiento ha sido profundo, doloroso. Pero no nos ha extrañado. Era la consecuencia de una entrega incondicional al servicio del Evangelio ayudando a los más pobres, contribuyendo al desarrollo de los pueblos, presentando la inmensidad del amor a Cristo. Esos hombres y mujeres que han dado su vida más allá de su tierra son auténticos y creíbles testigos de la fe que profesaban. Son los misioneros y misioneras a los que hemos visto morir víctimas del contagio de los enfermos a los que curaban, de los pobres a los que servían, de la atención que prestaban a quienes necesitaban de escuelas, de trabajo, de fortaleza en su fe. Unos murieron; a otros les asesinaron.

Las situaciones de carencia, disensiones, guerras y violencia revestida de tantos absurdos fundamentalismos e ideologías totalitarias, de derechos humanos conculcados y, sobre todo, de vivir como si Dios no existiera, sin ética ni moral, sin fe ni religión. Todo ello hace más necesaria y urgente la labor misionera de la Iglesia.

En más de una ocasión se han presentado, en foros de debate y opinión, cuestionamientos acerca de la actualidad, de lo oportuno y hasta de la misma necesidad de la misión entre aquellos que no conocen a Cristo. Algo así como hacer que la Iglesia olvide la esencialidad de su existencia. Para el amor misericordioso de Cristo no hay frontera ni línea roja que no se pueda sobrepasar. No sabe de descanso ni tregua. Por muy larga y negra que sea la noche, nunca se pueden olvidar las tareas de la misericordia.

El amor de Cristo quema hasta los huesos. ¡Ay de mí si no evangelizare! No es una expresión de cuidado y preocupación del apóstol san Pablo acerca de su responsabilidad como predicador del Evangelio. Es manifestación del inmenso deseo de compartir el amor de Cristo y la gracia de su salvación con todos los hombres y mujeres del mundo, pues de todos ellos Dios es creador y padre misericordioso que busca el bien y la salvación de todos sus hijos.

¡Qué maestros más sabios y testigos más creíbles! Así son los misioneros y misioneras. Por eso, su ejemplo admira y seduce. Han salido de su casa para amar de tal manera que nada pueda impedirles la identificación con Cristo hasta la muerte. Y muerte por un amor que no sabe de límites, ni medidas ni precios, por muy altos que sean.

Publicado en el número 3.007 de Vida Nueva. Ver sumario

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