Don Manuel González, valedor de sagrarios abandonados

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de Sevilla CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

Desde los preciosos y bellos de las grandes catedrales hasta el más humilde y escondido en aquella capilla de la lejana misión, los sagrarios están de fiesta, pues el nombre de aquel joven sacerdote sevillano, después arcipreste en Huelva y obispo de Málaga y de Palencia, don Manuel González, será inscrito 16 de octubre, por el papa Francisco, en el libro de los santos.

El sagrario no es simplemente una caja preciosa donde se guarda el copón, sino que allí permanece la presencia viva de Jesucristo en la Eucaristía. Adoramos al mismo Jesús de los evangelios, al que los discípulos encontraron y siguieron, al que vieron crucificado y resucitado y al que reconocen como Señor y Dios nuestro. La adoración eucarística es prolongación y dimensión contemplativa de la celebración. Una manera de permanecer en el misterio, gustar la bondad de Dios y ponerse a disposición suya para que él esté en nosotros. La verdadera adoración a Dios renueva, transforma.

Para don Manuel, san Manuel, era su pasión hacer conocer las insondables riquezas del corazón de Cristo. Cualquier camino servía para enseñar y que se viera el gran misterio escondido: el amor misericordioso del Padre de nuestro Señor Jesucristo.

Con la eficaz pedagogía de la fe, llegaba al corazón de las gentes y les hacía sentir el latido del corazón de Cristo. Llevar a la sublimidad del misterio y que se gustara toda la hondura del amor de Cristo. Como los pesimismos “para nada sirven y para todo estorban”, transmitió la fe con el lenguaje de la esperanza y el ardor encendido de gratitud al corazón sagrado de Cristo.

Eucaristía y misericordia van de la mano. A don Manuel se le rompía el alma al ver el sagrario abandonado, pero sufría con el abandono de tantos que carecían hasta de lo más indispensable para vivir con un poco de dignidad. Y realizaba una admirable acción social y caritativa en los barrios más pobres de Huelva. Allí fundaría escuelas, las del Sagrado Corazón, y promovería eficaces proyectos para lograr que se implantara una verdadera y auténtica justicia social.

La vida de san Manuel González, el obispo de los sagrarios y de los hombres y mujeres abandonados, sigue presente en su espiritualidad, en el ejemplo de su vida apostólica, en las instituciones que fundó: las Misioneras Eucarísticas de Nazaret, la Unión Eucarística Reparadora y otras asociaciones, continuarán la obra de este testigo fiel del misterio de la Eucaristía y del amor misericordioso del corazón de Cristo.

Publicado en el número 3.006 de Vida Nueva. Ver sumario

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