Religión, violencia y comunión. Esperar después del 11-S

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Quince años después del atentado, una reflexión sobre la perspectiva religiosa de unidad

portada Pliego 15 años después del 11-S 3003 septiembre 2016

FRANCESC-XAVIER MARÍN I TORNÉ, profesor de la Universidad Ramón Llull y miembro del Consejo Asesor para la Diversidad Religiosa de la Generalitat de Cataluña | La denominada violencia yihadista suscita una pléyade de cuestiones de diferente orden: desde cuál es su origen hasta cuáles son los medios más eficaces para combatirla.

A partir de este planteamiento general, urgen el matiz y la precisión: ¿estamos aquí realmente ante una violencia de signo religioso? ¿Estos grupos terroristas están conformados por auténticos creyentes o, al contrario, se trata simplemente de una retórica que se apoya en la terminología islámica en busca de legitimación? ¿Es de verdad el islam una religión violenta e intolerante, reacia a la modernidad e incapaz de reconocer los derechos humanos?

Aunque ha costado, poco a poco se impone la convicción según la cual, aunque necesaria, la perspectiva securitaria (obsesión desmedida por la seguridad) resulta manifiestamente insuficiente para dar razón de la violencia yihadista. Más bien, el fenómeno debe ser enmarcado en un enfoque contextual que permita, por un lado, entender de qué hablamos cuando lo hacemos de terrorismo religioso y, por otro, evitar las simplificaciones y caricaturas, que no conseguirán otra cosa que desviar la atención de aquello realmente importante.

(…)

I. Introducción

II. ¿Matar en nombre de Dios?

III. Estado Islámico: el yihadismo global y la fascinación por la violencia

IV. La religiosidad como memorial y esperanza

Cualquier lector de las revistas del Estado Islámico constatará los verdaderos objetivos del movimiento yihadista: los ataques terroristas en Occidente no tienen otro propósito que incrementar la islamofobia. De este modo, los musulmanes que conviven con nosotros se sentirán progresivamente rechazados y serán potencialmente sensibles al fondo del discurso yihadista: Occidente nunca será su hogar. (…) Ello es así, en realidad, para fortalecer la desconfianza mutua y el auge de los movimientos populistas, de manera que se haga sentir contundentemente a los musulmanes que aquí no son bienvenidos.

Años atrás se insistía en el hecho de que la islamofobia beneficiaba a los partidos políticos con idearios xenófobos. Ahora, cuando prácticamente no queda ningún parlamento en la Unión Europea en el que estos partidos no hayan obtenido representación, este discurso ha sido abandonado a favor de reflexiones claramente ideologizadas: Occidente y el islam son realidades incompatibles.

(…) Pero, ¿qué pasa con los creyentes?, ¿qué papel puede jugar la espiritualidad en este conflicto? La religiones abrahámicas mantienen muchos nexos identificativos, uno de los cuales es la idea según la cual la salvación nunca se obtiene a costa de la desmemoria. Ello supone, ciertamente, un reto en culturas como la nuestra, que parecen tender a la amnesia. El imperativo espiritual consiste en tomar buena nota de la realidad, revelar aquello que corre el riesgo de pasar desapercibido o interesadamente oculto, porque no basta con anunciar sin denunciar si no se quiere acabar perdiendo la sensibilidad espiritual por el desgaste de la vigilia crítica. Es la esperanza en tensión de quien tiene hambre y sed de justicia como validación de su fe: ni sordera ante el clamor de los demás, ni debilitación de la solidaridad, ni renuncia a la implicación ética, ni mitos consoladores y explicaciones ahistóricas.

La banalización es la enfermedad mortal de la religión. Es catastrófico degenerarse en simples voyeurs de la realidad, adeptos del fatalismo, puros gestores cínicos del día a día… ¿Qué entendemos del mensaje religioso si eliminamos la dimensión de denuncia? Mientras algunos pretenden hacer de la religiosidad un ámbito tranquilo, donde ya no hay espacio para la tensión salvífica, las preguntas espirituales siguen vigentes: ¿podemos seguir calificando de religiosas a aquellas personas que no se definen por la empatía hacia los demás?, ¿son religiosos aquellos que no son sensibles al sufrimiento de los demás?, ¿puede ser considerada religiosa la violencia ejercida sobre los otros?… Para las religiones, la existencia contiene una revelación posible, la ocasión de descubrir la presencia divina entre nosotros, la oportunidad para enraizar con aquellas dimensiones esenciales de la experiencia espiritual: el autodescentramiento y la capacidad de autotranscendencia. (…)

Hasta hace muy pocos años, la sección del Vaticano encargada de los contactos con las otras religiones respondía al nombre de Secretariado para los no creyentes. Durante décadas nadie consideró sorprendente e inapropiado calificar a judíos, musulmanes, hindúes o budistas de no creyentes. El cambio de nombre a Secretariado para los no cristianos adolecía del mismo etnocentrismo. Hace muy poco que el nombre de este organismo es el de Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso. Hay aquí una lección que aprender sobre el tema de la violencia yihadista: el cambio de nombre quería responder a un cambio de percepción, que ya no miraba a los demás desde el exclusivo propio punto de vista, sino que estaba dispuesto al intercambio. La violencia que apela al lenguaje religioso para legitimarse caerá por sí misma a medida que se intensifique la dimensión interreligiosa entre los creyentes.

Para las personas que toman su espiritualidad en serio, los demás no son simplemente miembros de una vaga alteridad ni mucho menos enemigos, sino hermanos. Hay dimensión interreligiosa cuando creyentes de distintas religiones trabajan conjuntamente para crear una nueva realidad. No hay que olvidarlo: la aspiración religiosa no es a la simple coexistencia ni tan solo a la convivencia, sino a la comunión. Cuando nos sintamos realmente en comunión con los demás (es decir, formando una unidad), la violencia perderá su razón de ser porque quedará en evidencia la sinrazón de defender que no pueden estar juntas personas con identidades distintas.

Publicado en el número 3.003 de Vida Nueva.

 


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