Juan Luis Ysern: “La labor judicial de la Iglesia es pastoral”

ysern_retratoVicario judicial de la diócesis de Rancagua

Roberto Urbina AVENDAÑO

Hace un año, el 8 de septiembre, el papa Francisco remeció la Iglesia al aprobar dos motu proprio (uno relativo a las normas establecidas en el Código de Derecho Canónico y otro equivalente para el Código de los Cánones de las Iglesias Orientales) que reforman el proceso canónico para la nulidad de los matrimonios. Aunque entraron en vigencia tres meses más tarde, su impacto lleva a la práctica el énfasis en la misericordia con que ha marcado este Año Santo. Con ellos el Papa acoge el pedido de los Padres Sinodales, en el número 48 de la Relatio Synodi y, sobre todo, se hace cargo del dolor de tanta gente para que “no quede largamente oprimido por las tinieblas de la duda”, como lo dice en los párrafos iniciales.

En Chile, el obispo emérito de Ancud, Juan Luis Ysern, desde que dejó su diócesis se dedicó a poner en práctica su especialidad en Derecho Canónico. Integra la Vicaría Judicial de Santiago y es el Vicario Judicial de la diócesis de Rancagua. En esta última ha desarrollado un interesante proceso de difusión de los criterios de esta reforma a los sacerdotes, a fin de ir unificando las actitudes de acogida, respeto y cariño hacia quienes sufren la ruptura de sus matrimonios.

Hace poco días conversó con Vida Nueva, dando una clase magistral para seguir profundizando la realidad de las familias, los matrimonios y las nulidades.

¿En qué consiste esta reforma?
Las nuevas normas destacan de forma muy significativa la labor pastoral, sin olvidar que la labor judicial de la Iglesia es pastoral, y haciendo cabeza de todo ello se destaca la figura del obispo. En líneas generales, la reforma señala labores cuyo campo adecuado es la parroquia o los centros de pastoral familiar; del mismo modo señala otras labores cuyo campo propio es el Tribunal eclesiástico. Y como eje y motor de todo ello es el obispo diocesano. La labor de escuchar, acompañar y orientar queda muy destacada y, como labor externa al tribunal, manteniéndose en conexión con él. Pero además, fijándonos solamente en el campo judicial, hay una gran diferencia en cuanto que las actuales normas simplifican mucho el proceso, principalmente al eliminar la necesidad de la segunda sentencia que afirmara la constancia de nulidad, lo que obligaba a pasar por dos tribunales.

¿Cómo era antes?

Antes, todo el proceso de las nulidades matrimoniales quedaba en el campo del Tribunal, en manos de “especialistas”, que se mantenían aislados de la comunidad.

¿Cree que esta reforma tiene aspectos positivos?

Por supuesto. Considero muy positivo que se haya instaurado la conexión de la labor en las parroquias con la del Tribunal. Valoro que se haya establecido un proceso prejudicial que termina con la demanda que se presenta al Tribunal. Como es lógico, la preparación de la demanda se ha hecho siempre y ha quedado elaborada por el abogado que actúa en el proceso. Lo nuevo es que, sin dejar los elementos jurídicos, ahora se debe hacer la preparación de todo ello junto con una gran labor de escucha, buscando no sólo los hechos que puedan ser base para el estudio judicial, sino también la sanación de las heridas.
Importa mucho que los protagonistas de esa dolorosa convivencia encuentren la comprensión y ayuda necesarias para que las heridas producidas sean sanadas de la mejor manera posible. Sería ideal que, aunque no mantengan ni renueven la convivencia, logren el gran perdón liberador: el perdón al otro, y el perdón a sí mismos. El perdón al otro incluye también el pedir perdón a los hijos si fuera necesario.
Esto es un proceso nuevo que puede ser paralelo a la labor de algún psicólogo, cuando se lo necesite. En consecuencia, se nos ha abierto la puerta para entablar un proceso sobre el que no hay normas establecidas aún. Me parece fascinante, más todavía si se tiene presente que la cumbre de este proceso es el encuentro con Dios.

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¿Cómo ve la misión del obispo en este tema?
Creo que otro aspecto extraordinariamente positivo es que se haya destacado el ministerio del obispo en todo este campo pastoral-judicial de los procesos de nulidad matrimonial. Aunque pienso que muchos obispos pueden sentirse desconcertados. Hace 44 años que soy obispo y por ello soy consciente de que muchos se consideran ignorantes en Derecho Canónico, pero también todos los obispos son muy inquietos por lo que sucede en la vida de las personas, y es desde este punto que se ha de realizar la labor, teniendo siempre a la vista las entrañas de Dios que se nos hacen visibles en Jesucristo, mostrándonos siempre la verdad y el amor. Reitero lo ya dicho, recordando a Antonio Machado: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”.


Miedo a abrir caminos

¿Cree que esta norma tiene también aspectos negativos?
Los aspectos negativos que veo no están en las normas que abren caminos sino en las reacciones que puedan producirse, ya que es muy posible que algunos con mirada de “estricta observancia” valoren las nuevas normas en forma negativa considerándolas como una especie de corrupción, desviadas del “siempre se hizo así”, cuando en realidad se trata de todo lo contrario: estas normas nos remiten de forma más auténtica a la novedad del Evangelio. Otra reacción negativa es la del miedo a caminar abriendo camino. Es fácil equivocarse en un campo tan complejo, y no todos se animan a dar un paso con posibilidad de cometer errores, pero hay que superar el orgullo y ser humildes, ya vendrán otros que sabrán hacerlo mejor.

¿Cuáles son los efectos de esta reforma para las familias involucradas en nulidades?
En términos generales, considero que van a significar una mayor humanización del ambiente familiar, de modo que en la familia se profundice más el encuentro interpersonal.
En lo que respecta a la nulidad matrimonial puede suceder que algún matrimonio que realmente sea nulo y ambas partes descubran que se quieren más de lo que se imaginaban, puedan dar el paso de la convalidación. Otros matrimonios podrán confirmar la nulidad de su matrimonio, y aunque cada parte tenga su futuro con una nueva pareja, podrán aprender a vivir como buenos amigos ya que no fueron capaces de hacerlo como esposos, ayudando a los hijos a vivir una auténtica comunicación interpersonal en actitud solidaria.

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En su experiencia de juez, ¿cómo ha aplicado esta reforma? ¿Implica cambios en los procedimientos judiciales?
Estamos iniciando un camino, tengo que limitarme a decir cómo estoy haciendo la preparación para la aplicación de las normas nuevas. Y aunque parezca que recurro a un “discurso común”, tengo que decir que lo que más hago es rezar. Le aseguro que al llevar a la oración no solo el inmenso campo al que me he referido antes, sino también el campo concreto de cada una de las personas sobre cuyo matrimonio tengo que dar sentencia me ayuda muchísimo a conocer más a Dios y a quererle cada día con más profundidad. Eso, aunque esté muy atareado, me da mucha paz. Y también ánimo para no acobardarme.
Haciendo referencia a las normas, lo primero que he hecho es permanecer en contacto con el obispo. Gracias a este contacto ya ha quedado institucionalizada la conexión del Tribunal con los párrocos y ya ha quedado formulado el vademécum inicial para la labor a realizar. Pero ahora hay que intensificar la labor de formación. Para ello veo que es muy valioso el método de “aprender haciendo”, pero no se puede prescindir de la formación específica en Derecho Canónico y para ello trato de motivar personas que aprovechen cursos a distancia que están ofreciendo algunas facultades de Universidades Católicas.

¿Qué limitaciones o efectos negativos puede traer esta reforma?
Las limitaciones u obstáculos que se presentan son los provenientes de nuestras limitaciones humanas que pueden ser obstáculos con todos los efectos negativos que se producen en nuestra convivencia: pasividad en unos, afán de protagonismo en otros, discusiones que saliéndose del tono propio del diálogo pueden llevar tono de agresividad y rechazo, desalientos, etc. No hay razón para pensar que no va a pasar lo que estamos viendo en la convivencia humana, pero no hay que desanimarse porque si el proyecto es de Dios, seguirá adelante.

¿Cómo ve a las personas frente a estos cambios eclesiales?
La realización como persona solo la podrá encontrar dentro del amor que supone entrega y acogida solidaria. Por el contrario, el camino del egoísmo lleva por un camino en el que al final se experimenta que no se sabe querer a nadie ni nadie le quiere a uno, quedando así encerrado en su soledad. Esto es el gran fracaso como persona porque no estamos hechos para la soledad sino para la comunión, porque estamos hechos a imagen de Dios que es amor. Si las nuevas normas que comentamos nos ayudan a escuchar el clamor de la humanidad dentro de la vivencia matrimonial que nos presentan los matrimonios fracasados, esto nos puede ayudar a tener una actitud cada día más humana. Actitud más humana no sólo en los matrimonios sino también en nosotros, los célibes, que por el servicio al Reino de Dios hemos renunciado a particularizar nuestra vida con una persona, precisamente para entregarla a todos, puesto que todos nos necesitamos mutuamente.

¿Y a los matrimonios?
La comunidad matrimonial es la comunidad de mayor intimidad que conocemos las personas, pero la comunidad de fraternidad es la comunidad de mayor universalidad. Es necesario aprender a vivir ambas dimensiones. Los matrimonios nos ayudan a entender qué es escuchar y servir al otro, y nosotros los célibes por el Reino, les ayudamos a ellos a entender qué es amar y servir a todos, especialmente a los pobres. Pero todos debemos estar bien conscientes de que, entre todos juntos, tanto los esposos que mejor sepan vivir su intimidad, como los célibes por el Reino que mejor sepan vivir la universalidad de la fraternidad, procuramos expresar, aunque sea de manera limitada, la intimidad y universalidad con la que Dios nos quiere a todos. En la medida en que sepamos dar testimonio de este amor de Dios, haciéndolo visible preferencialmente en el servicio a los pobres, daremos testimonio de ese Dios que es Amor y que nos llama a vivir en sus entrañas. Es necesario que nuestra evangelización no quede reducida a palabras, sino que vaya unida al testimonio de vida.

 

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