Una cruz entre espadas

A-FONDO

 

La firma de los acuerdos de paz traerá sobre el país una urgencia de cambio. Viéndolos desfilar en la imponente parada militar del 20 de julio, los colombianos nos preguntamos ese día: ¿qué es lo que tendrá que cambiar en estos hombres que durante medio siglo le pusieron el pecho a la guerra? El obispo de los militares, monseñor Fabio Suescún, nos ayudó a responder esa pregunta.

La suya es una diócesis personal que debe atender en Leticia lo mismo que en Riohacha; tiene feligreses en Tumaco y también en Turbo. Si este obispo fuera a trazar el mapa de su diócesis coincidiría con el de Colombia. Bajo su cuidado pastoral cuenta a dos millones de personas entre militares, policías, sus familias y personas asociadas a la actividad militar. Acaba de instalar su propio tribunal eclesiástico, cuenta con seminario para clero castrense y con la ayuda de 190 sacerdotes acompaña en todo el territorio nacional a los militares y policías que por tierra, mar y aire velan por la seguridad de los colombianos.

“Sin un sentido grande de trascendencia es imposible mantener lo que llamamos la mística, el honor y la disciplina militares. Eso debe tener un contenido de trascendencia: mi vida tiene sentido en la medida en que yo sirvo a los demás. Y ahí es donde está el fuerte de la vida militar, en que no se vuelvan simplemente soldados de paga, asalariados; sino en mantener viva la idea de que su vida tiene sentido en el amor; en todos no es clara, pero yo creo que cuando uno está arriesgando la vida lo hace por algo más que una paga. Eso se ha visto mucho aquí en Colombia: aquí el soldado es generoso con la patria”.

Desde hace 15 años monseñor Fabio Suescún cumple esa función de llevar la cruz evangelizadora entre las espadas y fusiles de las Fuerzas Armadas y de Policía.

Desde sus fotografías, parece asistir a la conversación con Vida Nueva Colombia el papa Juan Pablo II, con quien aparece en un efusivo saludo. El obispado castrense apareció durante su pontificado. Hay otra fotografía desde donde nos mira el cardenal Mario Revollo, quien lo hizo obispo en 1986; todavía se siente su discípulo y su hechura. Más reciente es la fotografía que lo muestra con el papa Francisco. En él pensamos al abordar el tema central de esta conversación: el impacto de los anuncios de paz en la vida y en las actitudes de los hombres y mujeres que visten los uniformes de las fuerzas armadas y de policía. No es poca cosa el nuevo deber de mirar como compatriotas que regresan a los que hasta ayer eran enemigos mortales. Se lo pregunto y observo cuidadosamente su reacción. Como si hubiera estado a la espera de un tema muchas veces pensado, me dice, sereno y convencido:

Lo primero es el mensaje de misericordia, de reconciliación, de perdón de Dios y de algo en lo que también las fuerzas han hecho un desarrollo muy grande: la dignidad de la persona humana. Nuestras fuerzas han avanzado mucho en ese respeto de la dignidad y de la no exclusión. Hay una experiencia bien válida. Son los reinsertados. Que fue un mundo aceptado, controlado y respetado por las fuerzas. Valdría la pena volver a la forma como se reinsertaron tantos guerrilleros en este último tiempo. Entonces, no hubo problemas en tenerlos detenidos, aceptarlos, pero con respeto; y reintegrarlos a la vida social. Esa es una experiencia válida que ya se ha tenido en las fuerzas militares, de aceptar a los que eran enemigos, cuando quieran volver a la vida social, pues han regresado. Eso será muy importante en el futuro. No habrá tanta hostilidad como se cree. La gente va a entrar y no va a tener, por lo menos de parte de las fuerzas -estoy seguro-, una actitud hostil.

¿Esto se puede decir de todos los niveles; tanto del soldadito raso como de los altos oficiales?

El problema es que el soldadito raso está en tránsito. No creo que tenga mayor problema. Ahora hay una mayor atención a la formación del soldado profesional.

¿En ese sentido?

DSC03596

Por lo menos en derechos humanos. Ahora vamos a comenzar y ya hay un grupo que se fundó en el Ejército destinado a formar a las personas en relación con la nueva situación que viene, tanto desde el punto de vista ético, como del punto de vista de convivencia y acogida. Las fuerzas ya se están preocupando por capacitar a la gente; lo sé en este momento, por lo menos, del Ejército. Por ejemplo, se va a capacitar a los que van a estar en los anillos de seguridad en los centros de concentración, para que no lleguen allá simplemente a prestar un servicio, sino para que tengan unos valores de respeto a la persona humana, de reconciliación. Nosotros estamos colaborando con formar a los soldados que van a estar en esos círculos, para que no se dañe todo con sentimientos que van a malograr las intenciones de paz. Creo que hay una buena voluntad de parte de las fuerzas en ese sentido.

Las acciones pastorales, previsoras, ya están respondiendo a la nueva situación.

“De parte de nosotros, Iglesia, de parte de los comandantes; cambiar esa situación de venganza. No hay que alimentarla. La nobleza militar se va a demostrar en la grandeza de ánimo para ser capaces de superar esta situación, en la cual las víctimas han sido los soldados de la patria”.

¿Se presenta el conflicto entre la emotividad y el deseo de venganza, y la convicción de que el deber es otro?

Sí. Eso es lo que ha mantenido en este momento una situación de no oposición frontal ante un acuerdo. Al soldado siempre se le ha enseñado a ser una persona de honor, y su honor no puede ser mancillado con la venganza.

¿Cree usted que hay una oposición entre la fe y la moral militar en algún momento?

No. Si se toma bien la vida militar no hay una oposición radical; si se toma como un servicio público, en el sentido de la defensa del otro, como una contribución al bien común, y se guardan los elementos fundamentales, éticos, de comportamiento entre el enemigo, no va a haber un conflicto. Pero realmente, por ejemplo, un trabajo como el mío y el de los sacerdotes, de parte de algunas personas, es muy controvertido, partiendo del hecho que dicen: ustedes cómo pueden ser cristianos si están al servicio de personas que tienen armas para matar. Ese es un argumento que merece esta respuesta que le estoy dando: tienen armas para matar porque son los legítimos depositarios del Estado para tener armas de defensa y de disuasión ante aquellos que quieren acabar el orden democrático. Pero no todo el mundo entiende todo este raciocinio de que no podemos dejar a la venganza suelta entre todos y a la justicia por la propia mano, sino que la responsabilidad del militar es que es depositario legítimo de las armas del Estado; y su ética es ser digno depositario de las armas de la República.

Todavía tenemos él y yo el recuerdo del imponente desfile militar del 20 de julio en que junto con el poder de sus armas -armas para la guerra en el aire, en la tierra: esos imponentes y pesados tanques de guerra; los aviones y helicópteros artillados de la Fuerza Aérea y de la Policía, y hasta la réplica de la fragata de la Armada- aquellas disciplinadas unidades de militares de todas las armas y de policías en traje de fatiga- todos, sin embargo, desfilaban bajo la consigna de la paz. Era un oxímoron en acción el paso de los tanques de guerra con sus estribos decorados con la palabra Paz. ¿Propaganda? ¿Cambio de actitud? Ambos recordamos su homilía del 20 de julio en la catedral:

“Está sucediendo algo nuevo, está aconteciendo algo absolutamente diferente. Hemos llegado al inicio del camino cierto de la paz.

Ahora es preciso soñar. Todos aquellos que de buena voluntad y con clara inteligencia aspiramos a la construcción de una Colombia mejor, sin abandonar la razón, hemos de ingresar en la dimensión del sueño de ese deseo legítimo de humanización, de la voluntad de dejar el mundo y una Colombia mejor de la que encontramos”.

El perfil

“El sacerdote castrense debe ser, ante todo, una persona de profunda fe. Segundo, una persona convencida de que tiene una buena noticia para todo el mundo. Tercero: un convencido de que las fuerzas armadas tienen un papel importante en la sociedad. Cuarto: tiene que aprender mucho de los militares, de ciertas virtudes: la abnegación, el sacrificio, la entrega, la generosidad. Y tiene que ser un hombre de un gran espíritu de generosidad, de sacrificio con espíritu misionero. Yo admiro a mis sacerdotes castrenses, personas a las que les toca vivir en San Vicente del Caguán, San José del Guaviare, solos, en el sentido de que no tienen con quién dialogar, porque todos son militares o marines. Les toca ser una persona muy fuerte, para mantener su vida espiritual y para mantener su mensaje en medio de un mundo que es completamente complicado. Muy austeros. Son misioneros; por eso están estudiando en el Seminario Intermisional”.

En el desfile militar el aplauso más fuerte se escuchó al paso de las sillas de ruedas de los militares heridos por la explosión de minas antipersonales o en combate. Las sillas se deslizaban sobre el pavimento, empujadas por mujeres militares. Es una pastoral marcada por la presencia de heridos, familiares de los militares muertos y por la acción solidaria.

“Sí, atendemos una serie de problemas muy graves: el de los hospitales, de los heridos en combate; el del duelo. A veces, cuando la gente me dice que esto no se puede acabar de esta manera, digo: hace 10 meses no hago entierros de soldados; se hicieron unos de 17, que murieron accidentalmente; pero a mí me ha tocado enterrar doce, quince soldados; con todo lo que eso conlleva del dolor de las familias, de la desesperación; todo: es una tragedia. Entonces, que me digan que vamos a dejar de darnos bala es que voy a dejar de enterrar soldados. Una cosa es lo que piensa la gente afuera, de que mataron 17 soldados o 15, y otra cosa es estar enterrando; y ahí los párrocos hacen una labor maravillosa, porque son los del consuelo o los que tienen que dar la mala noticia de la muerte del soldado; acompañar la familia. Entonces, también esa parte la consideramos como solidaridad”.

Es evidente que eso cambiará.

Eso es lo que pedimos al Señor. Que eso ya no se vuelva pan nuestro de cada día. También todos los detenidos [continúa la enumeración de acciones pastorales]; hay muchos detenidos. Nosotros tratamos de ver cómo animamos la presencia no solamente de capellanes sino de laicos que vayan a fortalecer a nuestros soldados y a nuestros policías.

“¿La guerra afecta la fe de los combatientes?”, le pregunto, pensando en esa situación límite de hombres que, como parte de su profesión, parecen pisar con frecuencia las fronteras que separan la vida de la muerte.

“El sentido religioso en tiempo de guerra es mucho más grande, porque está el peligro de muerte; se está viviendo una situación límite; entonces uno se acoge a Dios, busca su protección. Yo no sé si los ejércitos, por tradición, por disciplina o por la misma condición de estar en condición límite, son muy sensibles a Dios; aunque no les queda mucho tiempo para Dios, porque tienen que vivir su vida de disciplina. Cuando uno está metido en el mundo de los cuarteles entiende que verdaderamente esa gente se sacrifica mucho: no tienen un momento desde las cuatro de la mañana hasta las diez de la noche, porque siempre están ocupados. Yo espero que si se distensiona, si se quita la imagen de la guerra, el terror, la violencia, la gente esté mucho más abierta, con mayor tiempo, disponibilidad, para ocuparse mucho más de las cosas de Dios, como para ocuparse más de la familia; porque también ahí hay otro paralelo. Ellos solamente tienen tiempo para dedicarse a sus cosas, porque están en peligro, están defendiendo el país; pero la familia también se resiente: tienen que irse muy lejos; la familia se queda acá en Bogotá; el marido está lejos; eso no facilita mucho la unión familiar; los hijos no ven mucho a los papás. Hay ciertas ocasiones en las cuales se espera que la familia esté reunida: el nacimiento, el bautismo, la muerte de algún miembro de la familia, el matrimonio; lo mismo pasa con las cosas de relación con el Señor. Tratar de hacer unos laicos militantes se puede y lo estamos intentando; y hay unos militares de una gran fe; yo diría que la gran mayoría; el rechazo de Dios en los militares yo diría que no existe. En quince años que llevo no he notado una actitud en la cual alguna persona muestre un rechazo, no sé si por reverencia, por autoridad o por fe; porque la gente viene, también, especialmente los soldados, de unas raíces cristianas en el medio rural”.

Los falsos positivos

“Cuando se recompensan los triunfos que van obteniendo en pacificación los militares de un territorio determinado, a veces se distorsiona la mentalidad; entonces, se dice: entre más muertos nosotros tengamos, más nos van a dar reconocimiento. Y ese es un problema. No se le olvide: la guerra distorsiona todo. Ese puede ser un punto de vista: por lograr una salida, un honor o un merecimiento se ha llegado a eso. Yo creo que en el fondo lo que causó todo eso fue la voluntad de obtener resultados para tener beneficios. A mí no me cabe eso en la cabeza, porque tiene demasiada maquinación, de que yo tome a una persona indefensa y la mate, para que por eso me den a mí congratulaciones o felicitaciones. Ese ha sido un bache terrible. Y, yo, la explicación que, en el fondo, encuentro es que la guerra hace perder la cabeza. Yo les decía siempre a los militares y les digo: la guerra es inhumana. El problema grave que produce la guerra es la deshumanización. Y las primeras víctimas de esas consecuencias deshumanizantes de la guerra son los combatientes. Luego, nuestra atención -y ahí se ha hecho un trabajo grande, también- es no dejarnos deshumanizar”.

Antes de llegar al lugar de la entrevista el obispo Suescún me presentó a los militares que trabajan con él en las oficinas del obispado castrense. Uno de ellos, me dijo, es un diácono. Lo recordé en este momento: ¿tendría ese diácono en uniforme militar una formación especial? Aparecía allí una significativa alianza entre la espada y la cruz. Comenzó por explicarme, pacientemente:

“Me ayudan 190 sacerdotes en el momento actual, de los cuales 90 están incardinados al obispado y 100 son prestados por los señores obispos”.

−¿Supone esto para ellos una formación distinta de la normal?

−Nosotros tenemos un seminario con 35 alumnos en el momento. Ese seminario ya lleva 25 años de funcionamiento. Ellos tienen una casa común; es como una casa seminario; y van a estudiar al Seminario Intermisional, donde hacen su parte académica. Y la parte académica específica la hacen en el seminario, en la urbanización San José de Bavaria. Entonces sí tienen una formación específica, además de la que tienen todos los sacerdotes. ¿En qué consiste? En que hay una cátedra sobre lo específico de la cultura castrense; son enviados en Semana Santa a fines de año, a bases, a cada una de las unidades que tengan las fuerza. Ahí están o solos o con el capellán. Y tienen un año de pastoral donde van a las diferentes unidades, también.

−¿Algunos de esos seminaristas resultan de las propias fuerzas?

−Sí. En este año, por ejemplo, tenemos de los 35 unos 20 que son de las fuerzas. La mayoría, porque vienen de la Policía, del Ejército. De la armada hay uno en este momento.  De la Fuerza Aérea no hemos tenido. Pero de las demás fuerzas sí, muchos oficiales. Por ejemplo, el año antepasado ordené un mayor. Ahora tenemos un capitán de corbeta de la armada, que ordené hace unos años. Tenemos un coronel full (full es el que ya está para general), que salió de nuestro seminario después de haber estado en la Escuela Militar y haber trabajado por fuera como militar. Ha habido un florecimiento de vocaciones, lo cual conlleva un trato especial. Porque son muchachos no salidos únicamente de las parroquias o de los colegios, sino con una identidad militar ya muy precisa; tienen muy metida en la cabeza ser policías o ser del Ejército.

“La Comunidad del anillo”

“Hay una primera explicación: y es que somos seres humanos y no ángeles. Yo creo que el sentido de humanidad muestra en la Policía, en las fuerzas y en la humanidad entera, la presencia de lo que nosotros llamamos el pecado; es decir, donde distorsionamos por nuestra debilidad humana las cosas correctas como debemos hacerlas. Yo lo de la ‘Comunidad del anillo’ no me lo explico, tampoco; ha sido otro de los problemas que no entran en mi cabeza; inclusive, por la condición misma del Policía. Creo que hubo, ciertamente, un deseo de desprestigio de las fuerzas. Una de las cosas que tenemos que proteger mucho (pensando en el futuro), reconociendo las debilidades y los errores, es el fortalecimiento de las instituciones”.

−¿Pero son sacerdotes militares o militares sacerdotes? ¿Cuál es la prioridad?

−Ahí hay un cuestionamiento sobre si es bueno que los sacerdotes se escalafonen (o sea que las fuerzas los consideren militares) o si es bueno que el sacerdote quede como sacerdote no más. Y parece que la inclinación es ver al sacerdote como sacerdote, no escalafonado. Ariel Gutiérrez, que fue capellán general del Ejército, era escalafonado. El escalafonamiento hace que la estructura de poder empiece a ejercitarse: “Ah, usted es subteniente o teniente y yo soy capitán: yo lo mando”. Entonces un general, con un subteniente de su fuerza, sí, es cordial, amable… en cambio si es padre es padre…

−Qué interesante la idea que está en el fondo de eso: que es una especie de defensa contra el poder corruptor del poder.

−Sí, contra el poder. Los militares se mueven en líneas de poder. Es muy fácil que el poder elimine lo que es el ser de la persona por fijarse más en los grados que tiene. Hay unos que salen muy airosos; tienen una ventaja: entienden mucho la fuerza, es su mundo, es su hábitat; pero la reacción con el otro es más fácil con el sacerdote. Aquí tenemos de todo, hay unos que son civiles, como yo; estudiaron en el seminario pero no tienen ni homologación ni carrera militar; hay otros que han sido escalafonados: sacerdotes como Ariel, que comenzaron a hacer toda esa tarea; y hay otros que vienen de la Escuela o de la vida militar y siguen los estudios en el seminario manteniéndose como militares; de tal manera que uno entra de teniente a estudiar en el seminario y puede salir ya de capitán o de mayor, porque tiene que hacer toda su carrera militar, paralela a la vida sacerdotal”.

SAM_5574

−¿A estos seminaristas que entraron al seminario castrense, que no tenían nada que ver con la vida castrense, qué es lo que los atrae?

−Ellos admiran a los militares; muchos porque han tenido cercanía con los militares, en sus pueblos, en sus regiones; otros porque han tenido parientes militares; y otros porque les llama la atención la vida militar, es decir: ya que quise ser sacerdote, pero me hubiera gustado ser militar, qué bueno unir las dos cosas, las dos profesiones, que tienen muchos parecidos: la disciplina, el sacrificio, la entrega, la búsqueda del bien de los demás; entonces, hay una especie de sintonía en eso”.

Siguen resonando en mi memoria los pasos firmes de los militares en un desfile en que la consigna, o voz de mando, era de paz. También lo es para este obispo y su comando sacerdotal que tienen por misión sembrar semillas de paz en el interior de los hombres en armas, bajo el entendido de que, tanto la paz como la guerra, nacen en la conciencia de los humanos.

Javier Darío Restrepo

Compartir