De Czestochowa a Arauca

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La experiencia de un peregrino colombiano en la Jornada Mundial de la Juventud

Tiene la apariencia de una mujer herida, con un cierto aire triste en la mirada. Su rostro conserva las cicatrices de un acto violento. El pueblo polaco la ha cubierto de gloria, para rendir adoración al niño que sostiene en su regazo. Es la Virgęn de Czestochowa, a la que en Arauca llaman familiarmente la negrita del piedemonte y la sábana. En la vereda Palmarito, del municipio de Fortul, actualmente se está construyendo un santuario mariano en su honor. De allí es oriundo Fabio Sepúlveda, diácono de la Iglesia local, quien espera ser ordenado sacerdote en los próximos meses. Visitar el santuario original de la virgen negra fue una de las motivaciones que lo llevaron a emprender la aventura de participar en la más reciente versión de la Jornada Mundial de la Juventud: Cracovia 2016. La segunda motivación fue conocer la tierra natal de Juan Pablo II, a quien admira como promotor singular de la pastoral juvenil, actividad hacia la cual se siente particularmente inclinado.

No fue fácil acceder a la experiencia. La principal dificultad estuvo vinculada al elevado costo de los pasajes. Con ayuda de amigos y familiares, organizó la rifa de una imagen de la Sagrada Familia. Destinó al viaje el dinero recibido meses atrás con ocasión de su ordenación diaconal. Y hasta el último momento personas cercanas fueron solidarias con él, para que pudiera cumplir su sueño de la mejor manera. La bondad de la gente ha sido en su vida una de las formas de la misericordia, pensó al escuchar las palabras del papa Francisco durante el encuentro.

Jóvenes de todas partes del mundo se reúnen cada cierto tiempo para celebrar juntos la fe. Nuevos lenguajes emergen más allá de la diversidad de idiomas; y gestos de acogida se multiplican por parte de la comunidad local que recibe a los peregrinos.

Entre miles de banderas ondeadas en medio de la multitud, durante aquellos días de finales de julio Fabio izó la suya en Cracovia unida a un retrato del obispo mártir de Arauca: monseñor Jesús Emilio Jaramillo, asesinado en 1989 por el ELN. El crimen dejó una herida abierta que se suma a tantas otras provocadas por el conflicto armado en su región. “No tengan miedo”, dijo una y otra vez Francisco, amplificando el eco de una expresión recurrente en Karol Wojtyla. “¿A qué le temen los jóvenes en Arauca?”, le pregunté a Fabio, ya a su regreso. A verse involucrados en la guerra; al abandono de sus padres y a no encontrar futuro en el campo, mientras la droga y la prostitución se ciernen sobre sus escasas oportunidades de salir adelante. La descomposición familiar es otra de las heridas que impactan el tejido social. Por eso la devoción a la virgen maltratada de Czestochowa cala tanto en Arauca. La Iglesia local se encuentra a diario con heridas abiertas que desafían su labor pastoral. En un escenario así, la misericordia es un imperativo ineludible.

De Polonia Fabio volvió con la convicción de que es necesario promover a la juventud de un modo más radical en su diócesis. “No tenemos que quedarnos como jóvenes de sofá”, señala; “podemos hacer mucho más para que el mundo cambie”. Está convencido de que quienes tienen entre sus manos la responsabilidad de favorecer el protagonismo de las nuevas generaciones no deben crear barreras. En Juan Pablo II cree hallar un ejemplo; y, en la morenita del piedemonte, nuevas dimensiones del desafío que tiene por delante su jurisdicción. Esa doble fuente de inspiración está en el centro del santuario que se construye en Fortul.

Miguel Estupiñán

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