La melancolía del sexo

LI-MIZAR-SALAMANCA

Ilustración por Li Mizar Salamanca

Recuerdo haber leído en Sonata de Estío, del escritor español de la generación del 98 Ramón del Valle Inclán (¿quién ahora lee a don Ramón, el de las barbas de chivo, como lo llamó Rubén Darío?) la confesión que hace el marqués de Bradomín, personaje central de esta novela, que se sitúa en México: “Sentíame invadido por una gran melancolía, llena de confusión y misterio. La gran melancolía del sexo, germen de la gran tristeza humana”.

Es una reflexión que me parece válida en medio de una sociedad y de una cultura invadidas por lo sexual, como lo han sido a lo largo de los siglos las diversas culturas y las distintas sociedades. Y no decimos lo anterior en un tono de moralismo maniqueo, ya que también así han hablado casi siempre los moralistas de todos los tiempos, sino porque la pulcra vida sexual del ser humano merece ser salvaguardada, no tanto de pecados y condenaciones, como de hartazgos, desbordamientos y desviaciones. La castidad, después de todo, no es la ausencia de vida sexual, sino la plena vivencia del sexo, con o sin actividad sexual.

Recuerdo a estas alturas de mi digresión una película, Il Casanova di Federico Fellini (1976), que deja en el alma una deprimente tristeza. Al menos esa fue la sensación que a mí me dejó. El gran símbolo histórico del desempeño sexual masculino en occidente, Giacomo Casanova, no es en el film un don Juan Tenorio enamorado, sino todo lo contrario: un ser amargado por la falta de amor, por el desamor. Tras sus hazañas sexuales, su agotador atletismo erótico se derrumba, sudoroso, en la desilusión y el desencanto.

La tragedia del ya no ardiente enamorado sino del desamorado Casanova llega a su clímax en la escena en la que baila con una muñeca. Es una escena tensa e intensa en la que se confunden, en un extraño nudo de sentimientos, la compasión, la risa, la asfixiante sensación del ridículo. Ya viejo, solitario y cascarrabias, a Casanova solo le quedará el recuerdo de ese baile con la muñeca, como último asidero en su frustrada búsqueda de una felicidad amorosa y sexual que se deshace apenas llega.

Se respira, pues, tristeza en la película de Fellini. Y es que, desde esta ladera de la condición humana, existe relación entre sexo y tristeza. Más allá (o más acá) de los romanticismos, de las apologías sexológicas, de los tímidos acercamientos de la teología moral, de las revistas pornográficas y de las groseras y burdas páginas de sexo del internet, suele haber tristeza y soledad en el sexo. Lo dijeron los antiguos, en un rudo latín que no necesita traducción; “Omne animal post coitum tristatur, nisi gallus et mulier”. No deja de ser una consoladora excepción.

Tristeza y melancolía del sexo. Tal vez porque, como decía García Lorca, el orgasmo es una “muerte chiquita”. Tal vez porque el amor es siempre el anticipo de la plenitud que solo se dará en ese más allá iluminado por la divinidad que es la eternidad. Como sea, reconocer las limitaciones de la condición humana en el amor y en el sexo puede ayudar a asumir en su exacta dimensión tanto los rugidos de la concupiscencia juvenil, como el desvanecimiento del oleaje de la pasión en la playa solitaria de la castidad resignada que comporta la senectud.

Seremos Casanovas bailando con el recuerdo. O con el olvido.

Ernesto Ochoa Moreno

Escritor

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