Así quiere el Señor que hagamos memoria suya

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“La Iglesia vive del Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada” (EE 6); el sacrificio eucarístico es “fuente y cima de toda la vida cristiana” (LG 11); edifica la Iglesia; es misterio de fe y misterio de luz; crea comunión y educa en la comunión. “Es de lo más precioso que la Iglesia puede tener en su caminar por la historia (EE 9). Es la cumbre y la fuente de toda la Evangelización.

Más claro no podía enseñarlo san Juan Pablo II. Su magisterio invita a la meditación y al examen de conciencia. Porque “si la Eucaristía es centro y cumbre de la vida de la Iglesia, también lo es del ministerio sacerdotal” (Ecclesia De Eucharistia, no. 31). Como si quisiera decir, agrego yo, que en la celebración de la eucaristía se pone en juego la verdad o la mentira de nuestra vida sacerdotal y de la vida cristiana de los fieles bautizados.

Los primeros discípulos eran conscientes de ser invitados a actualizar, a hacer en la historia la última cena que el Señor celebró. Ellos sentían la necesidad de hacer memoria de Jesús y de disponerse a seguir sus pasos: cómo vivió; para qué se hizo hombre; para qué murió en la cruz; para qué resucitó al tercer día, vive a la derecha de su Padre e intercede por nosotros.

Hablaban ellos de reunirse para partir el pan, para celebrar la Cena del Señor, para hacer lo que hizo el Señor en memoria suya. Con el tiempo y en nuestro medio se han impuesto expresiones tales como dar misa, decir misas, mandar a decir una misa, pagar por la intención, ir a misa, cumplir un precepto; y otras, semejantes.

“En la celebración de la eucaristía sepone en juego la verdad o la mentira de la vida cristiana”

Cambiar este lenguaje con relación a la celebración eucarística implica una tarea pastoral fruto maduro de una profunda renovación teológica y espiritual de pastores y de fieles: preparar al Pueblo de Dios que hoy viene a oír misa, para que empiece a ser un pueblo que en el hoy de nuestra historia celebra la Cena del Señor y su muerte en la Cruz, anuncia y proclama su resurrección; confiado y alegre, desea y espera su venida gloriosa; que rinde honor y alaba al Señor en un clima de fiesta cristiana, que ora por todos y aprende cada día a vivir en verdadera fraternidad.

Esta tarea nos ayudará a lograr que cada celebración eucarística en nuestras parroquias sea de verdad acción litúrgica de todo el Pueblo de Dios, pues “la liturgia es acción de la Iglesia total” (SC 26), no de un solo fiel, ni siquiera de quien la preside, sino acción salvadora de Cristo, muerto y resucitado, ejercicio del sacerdocio de Cristo y de todo el Pueblo que se reúne en su nombre (SC 7).

Una gran dosis de sabia pedagogía evangelizadora y de una diaria catequesis nos ayudarán -de eso estoy seguro- a superar la perspectiva simplemente ceremonial, la de precepto, la de costumbre, la de simple devoción personal o tradición familiar, la de oír o venir a misa, la de asistir a unas honras fúnebres o a un servicio religioso en memoria de fulano de tal. Todas estas expresiones o costumbres van en contravía de la sana teología y de la liturgia posconciliar: su uso plantea un verdadero desafío a la Nueva Evangelización, a la misión y a los planes de pastoral.

P. Carlos Marín

Presbítero

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