Y Cracovia

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de Sevilla CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

Una etapa más de esa peregrinación, del sucesor de Pedro y los jóvenes, al encuentro con Cristo. La Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) ha llegado a esta importante ciudad de Polonia. Aunque se celebren periódicamente, cada edición tiene sus peculiaridades, un proyecto inmediato y hasta una espiritualidad singular. Lo hemos visto a lo largo ya de muchos años. Desde aquella marcha, entre Asís y Roma en 1975, promovida por el papa Pablo VI, se han ido sucediendo las JMJ en muchos países distintos, con nuevos papas y en situaciones diferentes. Cada una tenía un tema de reflexión. Los frutos se palpaban en los jóvenes que volvían entusiasmados y renovada su fe en el encuentro con el Papa.

Juan Pablo II y Benedicto XVI consolidaron estas celebraciones. Cada uno con su carisma, con sus gestos y expresiones tan personales, con su presencia y sus mensajes. El papa Francisco asumió el reto de continuar con un proyecto eclesial de resonancias universales. Primero fue Río de Janeiro. Ahora, Cracovia.

Algunos pretenden explicar lo que es imposible reducir a un acontecimiento meramente social. El Papa reúne a los jóvenes y les habla en un lenguaje que comprenden, que les fascina, que les motiva para reflexionar sobre su vida cristiana. En la JMJ de Río de Janeiro, el Papa puso sobre la mesa del encuentro nada menos que el misterio de Dios y la necesidad de un corazón limpio, sincero, leal y creyente para poder conocerlo y hacerlo la vida de la vida. Que esto es garantía de esperanza.

En esta JMJ de Cracovia, el papa Francisco ha puesto en las manos de los jóvenes un paño –ya hablaría de ello san Agustín– de lo más eficaz para limpiar el corazón. Es el pañuelo de la misericordia. Misericordiosos para poder ver y seguir al Misericordioso.

Nada más lejos de un simple festival de dimensiones universales. La alegría no proviene de la evasión y la indiferencia ante los problemas de las gentes, sino del convencimiento de que es el Espíritu de Dios quien guía la Iglesia y de que el Papa es la voz, pero que solamente Cristo es la Palabra.

En Brasil, Francisco urgía a los jóvenes a que se comprometieran, con valentía y sinceridad, en una alianza eficaz con la justicia y la caridad solidaria. Pero sin olvidar nunca la fortaleza de la unión con Cristo. ¡Hagan lío! Pero bien unidos al Señor Jesús. En Cracovia, un mandato de cumplimiento inexcusable: ¡Misericordiosos como el Padre!

Publicado en el nº 3.001 de Vida Nueva. Ver el sumario

 


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