El poder de las víctimas

AFONDO

 

Las comisiones de víctimas que llegaron a La Habana les revelaron a los negociadores una cara desconocida: la de su poder.
Al poner al desnudo su sufrimiento y su exigencia de reparación y de no repetición, no pedían; estaban dando.
Las víctimas tienen mucho que darle a una sociedad que necesita la paz.

Fabrizio Hochschild

Fabrizio Hochschild

La ley de víctimas que se aprobó en mayo de 2011, en una sesión de 45 minutos, fue saludada como un triunfo: “esta ley va a partir en dos la historia del país”, exclamó el coordinador ponente, Juan Fernando Cristo, quien habló como víctima: “quiero dedicarle esta ley a mi padre, asesinado hace 14 años. La sociedad va a empezar a ponerse en los zapatos de las víctimas y no de los victimarios” (El Espectador, 25-05-2011).

Más de tres años después, y ante el espectáculo de la primera comisión de víctimas que llegó a la mesa de conversaciones de La Habana, Fabrizio Hochschild, coordinador de Naciones Unidas en Colombia, aseveró: “son las víctimas, con su coraje y resiliencia, quienes abrirán el camino hacia la paz y la reconciliación. Son los verdaderos agentes de cambio” (UNPeriódico, n. 181, p. 5).

Acostumbrados a ver a las víctimas del lado de los que reciben ayudas, consuelo, justicia, atención médica o siquiátrica, etc., los colombianos se sorprenden cuando aparece esa otra dimensión: las víctimas aportan para la paz, ¡y en qué forma! No solo reciben, también dan.

La otra visión de la paz

En la mesa de conversaciones de La Habana, la conversación deja de ser un pulso entre el Gobierno y las FARC, y adquiere un tono distinto cuando la agenda gira alrededor de los derechos de las víctimas. Así sucede cuando el tema es el esclarecimiento de la verdad y el reconocimiento de que todas las víctimas son ciudadanos de derechos; o cuando se trata de admitir la responsabilidad de guerrilleros y funcionarios frente a las víctimas y su derecho a la no repetición, a la reparación. Es un enfoque de derechos, que se convierte en el asunto central de los acuerdos para la terminación del conflicto armado.

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P. Darío Echeverri

La víctima en esas discusiones se erige como una categoría que todo lo subordina; no importa que el victimario sea un guerrillero, un paramilitar, un militar; es una víctima y esa consideración basta para que los negociadores se sientan ante un deber que debe cumplirse y una condición que debe tenerse en cuenta para que haya paz.

Sin la presencia de las víctimas la negociación no habría tenido la altura que alcanzó cuando llegaron las doce de la primera comisión: “sus relatos tocaron a los aguerridos generales de la delegación oficial, a los rígidos comandantes guerrilleros. Esa voz, a veces con llantos, a veces con gritos, cargada de dolor, de sentimiento, les llegó a la razón y al corazón”, escribió el padre Darío Echeverri, testigo ocular del encuentro (El Espectador Resumen 2014).

Las víctimas habían sacado las conversaciones del pantano de lo político y les habían dado la altura de lo humano. Como dijo el coordinador Hochschild al comentar esa misma sesión: “me enseñó que muchas personas a pesar de haber sufrido cosas impensables y terribles pueden trascender su dolor y construir una visión muy fuerte e inspiradora de la paz”.

La paz es un bien superior

Este es el otro aporte de las víctimas. Con la autoridad que les da su sufrimiento revelan que la paz es un bien superior, como lo dejó claro aquella guajira que, frente a los negociadores, recordó la matanza de Bahía Portete, su dolor personal y el de su pueblo; sin embargo, pareció subordinar todo este sufrimiento a su sueño “de ver a los colombianos unidos de la mano”.

Ángela Giraldo comenzó a ser víctima cuando la guerrilla secuestró a su padre junto con los otros diputados del Valle, y habló como víctima cuando en esa sesión le recordó a Pablo Catatumbo la imagen de su padre arrodillado frente al guerrillero para pedirle por su vida. Catatumbo difícilmente olvidará ese momento en que esta mujer le dijo entre lágrimas: “no vengo en nombre de los diputados del Valle, ni en nombre de mi familia, ni en mi nombre personal, quiero perdonar pero, sobre todo, quiero que este conflicto termine”. El guerrillero no disimuló el desgarramiento interior que había provocado esta víctima que, por sobre su dolor personal, consideraba el de todo el país destrozado por el conflicto.

Nadie con más credibilidad que la víctima para decirle a un país frívolo y distanciado que por sobre las heridas individuales está el sufrimiento de toda la sociedad agobiada por el conflicto.

El fruto del sufrimiento

“Según Van Gogh, el sufrimiento es lo único que tenemos que aprender. La educación primaria que el hombre debe brindarse no puede consistir en nada más elemental. Ella, sin embargo, no le podrá ser suministrada por otro hombre. No se trata de un saber que se pone a disposición. No hay cómo inducirla ni cómo divulgarla. Se parece, por eso, a la fe. El hombre sufrido es fruto de una auto-revelación fundamental. Aguardar su advenimiento acaso sea posible, producirlo no. No hay acceso metodológico, intencional ni doctrinario al sufrimiento. Es ofrenda y nada más que ofrenda. Solo se deja conocer al ser recibida.

A veces el hombre doliente sabe ser ese aprendiz que no cuenta con maestros. Aquel que encuentra, en un vínculo inédito con su padecimiento, el resplandor que lo revela y lo libera. Descubre entonces que, a diferencia del dolor, el sufrimiento no puede ser impuesto ni inducido. El sufrimiento es la instancia superior de la conciencia porque con él el dolor que nos desmiente se convierte en el padecer que nos confirma. A su luz el hombre deja de verse como semejante y llega a reconocerse como prójimo”.

Santiago Kovadloff: El enigma del sufrimiento en La ética ante las víctimas. Barcelona: Anthropos. 2003, p. 33

Testimonian el perdón posible

Las víctimas suman a estos aportes otro, nuevo y fundamental. Testimonian que el perdón y la reconciliación son posibles. Ha sido una constante, como si el dolor mirado de frente, tuviera un poder revelador de la naturaleza sanadora del perdón. El hijo de José Antequera, el líder asesinado en el aeropuerto El Dorado, cuando tuvo delante a los guerrilleros en La Habana, en vez de pedir, rencoroso, justicia, prefirió hablar de reconciliación. Fue dramático el momento en que una joven víctima de las minas antipersonales puso sobre la mesa su prótesis y, sin disimular sus lágrimas, dijo en medio de un silencio de estupefacción: “Yo ya los perdoné, pero las minas no deben hacer más víctimas”. Así como su perdón fue posible, debe serlo también la decisión de no repetir más el acto violento.

Es la lógica férrea que la víctima aplica, no para hacer un reclamo personal sino para darle voz a toda la sociedad.

Recordaba las tareas de la Comisión Sábato en Argentina la profesora Ana Guglielmucci, al describir el proceso que desencadena la víctima que perdona: “la víctima supera su historia y el proceso victimizante y tiene deseo de seguir adelante; entonces los mecanismos de justicia y reparación culminan el proceso”.

Ante los que con sobra de razones destacan el carácter contrario a lo natural del perdón, la víctima que ha perdonado demuestra que es posible ir más allá y en contra de las fuerzas naturales y hacer su propia construcción y conquista del perdón y de la paz.

Experto internacional en solución de conflictos, el colombiano Camilo Azcárate les atribuye a las víctimas ese papel: “con el reconocimiento a las víctimas viene el pedir perdón y, con ello, la reconciliación y, con ella, la paz. La reconciliación consiste en que, después de mirar hacia atrás, hay que mirar hacia adelante” (El Tiempo, 27-06-2014).

Las víctimas mismas tomaron conciencia de ese papel: “como víctima lo que uno quiere es que no haya más víctimas y, por tanto, la mejor reparación es la paz”, reflexionó Alan Jara, el gobernador que fue secuestrado por las FARC.

“Lo que sí tengo muy claro es que el dolor que sigo llevando lo tengo que transformar para poder cambiar la realidad; reconciliarme conmigo misma y con los victimarios materiales, reconciliarme con el compromiso que me tocó asumir el día en que fui víctima”, afirmó la periodista Jineth Bedoya al darle expresión a ese sentimiento de las víctimas que se rehúsan a reducir su vida a una continua autocompasión, y asumen ese papel de proteger a otros de la crueldad que a ellas las hirió. Al encontrar la reconciliación y el perdón, comienzan a compartir su experiencia en cumplimiento del compromiso de ser víctimas.

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Hna. Gloria Londoño

La víctima, agente de cambio

Las víctimas, al contrario de lo que ellas mismas aprecian, se convierten en agentes de cambio. Después de verlas llegar en distintos grupos a La Habana, tras las largas y emotivas sesiones con los negociadores del Gobierno y de las FARC, Fabrizio Hochschild admite que creía saberlo todo al cabo de sus 25 años de experiencia en solución de conflictos de diversos países, sin embargo, el trabajo en Colombia le ha enseñado que son ellas, las víctimas, “los verdaderos agentes de cambio” (UNPeriódico). Entre los fiscales hay quienes lo tienen claro. La fiscal Deisy Jaramillo, al decirlo, revive su asombro: “uno esperaría que las víctimas no entienden y, a veces, son quienes tienen más claro este proceso de paz”. Apoya sus palabras en lo vivido en Barranquilla, durante la audiencia contra alias “Tijeras” por el asesinato de los tres hijos de doña Carmenza. Cuando, al salir de la sesión, vieron a esta señora correr, tras el criminal, temieron que fuera a tomar venganza, pero el hombre, estupefacto, solo le oyó decir, entre jadeos: “es que vengo a pedirle que nos ayude a encontrar los restos”.

DSC01966Aún más emotiva y reveladora fue la experiencia de Gustavo Duque, fiscal de exhumaciones en Antioquia, cuando en el curso de una audiencia, un antiguo paramilitar con el alias de “Jorge” pidió perdón por haber asesinado y descuartizado a los dos hijos de una pareja campesina presente en la sala. Los asistentes se paralizaron y los ojos de todos quedaron fijos a la espera de la reacción de los dos padres y solo escucharon la frase lacónica y escalofriante: “nosotros ya lo perdonamos, mijo” (El Tiempo, 25-07-2011).

El asesino, el fiscal, los testigos y cuantos colmaban la sala tomaron nota de la lección que estos modestos campesinos acababan de dar desde su condición de víctimas. Hechos como estos, repetidos en todo el país, convierten a las víctimas en líderes de una sociedad distinta.

Dan las claves de la unidad

Lo son a pesar de la insistencia de los sectores políticos que día a día profundizan las divisiones y mantienen la ominosa realidad de dos países enfrentados. Ocurrió cuando los políticos desataron la polémica sobre la necesidad de clasificar a las víctimas según la categoría de sus victimarios. Para estos políticos era distinto y así debía tratarse y repararse el dolor de una madre que había perdido a su hijo en un falso positivo; del sufrimiento de otra que buscaba el cadáver del suyo, muerto en una matanza guerrillera, porque, alegaban, no se pueden poner en el mismo nivel el guerrillero y el militar asesino y porque esa equivalencia relativiza la responsabilidad de las FARC.

Frente al tortuoso razonamiento y la mezquindad moral que lo sustenta, las víctimas asumieron su función de compartir la sabiduría que les ha dado la experiencia del sufrimiento.

Al ver llegar a la mesa de negociaciones de La Habana a los distintos grupos de víctimas procedentes de distintos sitios del país, víctimas de la guerrilla, de los paramilitares, de los militares, se destacó “la gran solidaridad, la hermandad entre los doce participantes, que aunque son diferentes uno del otro en términos de región, grupo poblacional, estrato socio económico y experiencia de victimización, desarrollaron un lazo muy fuerte entre sí”, contó como uno de los detalles que más lo habían conmovido, el alto funcionario de las Naciones Unidas, Fabrizio Hochschild.

Ante una sociedad en la que la violencia rompió vínculos fundamentales, profundizó la desconfianza y separó comunidades, a veces familias enteras, la víctima exhibe una ejemplar capacidad para reconstruir el sentido y significado de la comunidad, como si el sufrimiento, actuando como maestro, les hubiera enseñado a borrar fronteras, a derribar muros de separación y a construir puentes de acercamiento.

Contrasta la visión de los políticos, para quienes todas las realidades se dan en términos de lucha y predominio de unos sobre otros, con la de las víctimas situadas por sobre esas consideraciones, porque la desgracia les ha enseñado que las soluciones vienen del trabajo común. Es el otro aporte que están haciendo las víctimas.

El desafío de reconocer a las víctimas

“Primo Levi expresó, tal vez más explícitamente que nadie, los temores que tiene toda víctima a padecer esa nueva re-victimización que consiste en no ser tenido en cuenta ni escuchada. Expresó los temores constantes de toda víctima a que no se le conceda crédito alguno: ‘nos parecía que teníamos algo que contar, cosas enormes que contar a cada uno de los alemanes, y que cada uno de los alemanes tenía que contárnoslas a nosotros, sentíamos urgencia de echar cuentas, de exigir, de explicar y de comentar… Me parecía revolverme entre turbas de deudores insolventes como si todos me debieran algo y se negaran a pagármelo. Me parecía que todos habrían tenido que interrogarnos, leernos en la cara quiénes éramos y escuchar con humildad nuestro relato. Pero ninguno nos miraba a los ojos, ninguno aceptó el desafío: eran sordos, ciegos y mudos, pertrechados en sus ruinas como un reducto de voluntaria ignorancia, todavía fuertes, todavía capaces de odio y de desprecio, prisioneros todavía del viejo complejo de soberbia y culpa’” (La Culpa).

Tomás Valladolid: Los derechos de las víctimas, en La ética ante las víctimas. Barcelona, 2003. p. 158, 159.

Conclusión

Uno de los testimonios recordados atrás contiene una afirmación reveladora; se trata de una víctima que considera que esa condición le genera deberes. Desconociendo el sentir común que tiende a identificar a la víctima con el derrotado, el despojado de todo, el impotente y el pasivo de tiempo completo, este y muchas víctimas más miran su condición como otro modo de existir enriquecido por la sabiduría que deja el sufrimiento.

Juan-G-Gutiérrez-Forero-(guFo)Se impone, además, la convicción de que el aporte de las víctimas es un capital necesario para consolidar la paz. Además de ser testigos de los sufrimientos que trae consigo la fuerza aplicada como solución a los conflictos, saben también, y lo demuestran, que por sobre su dolor personal o familiar se erigen como prioridades el bien y la protección de todos.

Pero se convierte en un aporte indispensable su testimonio sobre el perdón y la reconciliación posibles. Contra todas las racionalizaciones y cálculos que tratan de hacer ver el perdón como asunto solo religioso o utópico, las víctimas dejan en evidencia que se trata de actitudes posibles, aunque la razón acumule argumentos para decir que no.

La víctima desde su dolor tiene el atisbo de otras realidades que le permiten valorar y hacer real su ser posible. Asuntos como el del perdón, el bien común, la identificación con el otro que el común descarta como abstracciones, retórica o utopías, la víctima aprende a verlas como otras realidades. Cuanto esto ocurre y se hace manifiesto, aparece la sorprendente calidad del aporte de las víctimas, esa pieza que suele hacerle falta a la sociedad en su búsqueda de la paz.

Javier Darío Restrepo

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