Copérnico y los guerrilleros reintegrados

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La reintegración de guerrilleros a la vida civil es un salto copernicano. Cuando este astrónomo polaco renacentista expuso a sus contemporáneos del siglo XVI su teoría heliocéntrica, se instauró una revolución bajo los cielos.

No es casual que su obra cimera se llame Sobre las revoluciones de las esferas celestes. La palabra “revoluciones” se refiere obviamente a los giros de los astros, pero es en sí misma confesión de la descomunal revolución sembrada en las mentes antiguas.

El planeta Tierra, sede del rey hombre, ya no es el centro del universo. Por tanto, el hombre debe abdicar a su corona. Si en las dimensiones siderales todo queda patas arriba, ¿qué decir de los bípedos implumes, hasta entonces envanecidos con una jerarquía que resulta falsa?

Las gentes de Europa recién se enteraban del descubrimiento del nuevo mundo. Ahora no están solos, han de compartir la soberanía de la Tierra con los ultramarinos habitantes emplumados.

La revolución de Copérnico, además, les informa que este planeta es apenas una nave subalterna del sol. Parecen hundirse las bases del arriba y del abajo. Lo sólido se desvanece en el aire.

El firmamento deja de ser firme. Platón, Aristóteles, Tolomeo, concluyen su imperio intelectual de dos mil años. ¿Qué vendrá después?

Pues bien, este desbarajuste espiritual de los hombres del Renacimiento es asimilable al de los combatientes colombianos que durante sesenta años quisieron tomarse el cielo por asalto con la fuerza de sus fusiles.

No lo lograron. Tampoco los vencieron. Convertidos en dinosaurios de la contemporaneidad, no tuvieron más remedio que pactar con los representantes de aquel sistema del que abominaron.

El pacto es drástico, les supone reconocer legitimidad de instituciones que pretendieron destruir. También someterse a una Constitución y leyes, culpables en su antiguo pensamiento del cúmulo de injusticias y aberraciones contra las que declaraban luchar.

Hoy dejan las armas, se alejan de la protección óptica de árboles, túneles y trincheras, paso a paso ingresan a rutinas desconocidas. Dejan de llamarse “camarada”. Afrontan la selva urbana.

¿Se apretujarán en un bus de TransMilenio con alguien a quien custodiaron como secuestrado? ¿Hallarán en la cara del tendero la acusación del que les entregó la cuota de extorsión?

El hecho es que Copérnico los recibe en la vida nueva. Les indica desde la ciencia que aquel anciano dogma político que los motivó no es vigente. Que a estas alturas del XXI la violencia eventualmente puede vencer pero no convencer. Les ilustra también sobre la revolución sufrida por las esferas terrestres.

Ellos, en el mejor de los casos, pretendieron hacer una revolución y hoy encuentran que deben someterse interiormente al sacudimiento universal de íntegros los orbes.

En su renovada astronomía mental, el comandante ya no comanda, el fusil abandona su oficio de protector general. Ellos ya no son el sol supremo, pues ninguna esfera es centro y señorío de otra.

Los lemas que rigieron la geometría en la selva han de cambiarse por palabras eficaces con las cuales a la vez se comprenda el mundo y se endulce la convivencia.

Así las cosas, reintegrarse a la sociedad equivale a construir puentes inéditos. Y esta tarea vale para los dos lados, para los insurgentes desmovilizados y para la gente del común que camine sobre esos puentes con aire renovado en los pulmones.

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