Caminos condenados

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Una novela gráfica sobre los desafíos del postconflicto en Colombia

El poeta del paisaje, Atahualpa Yupanqui, recordaba con nostalgia: “los dos nacieron juntos:/camino y hombre/ un día se perdieron/ quién sabe dónde…/ Se han de encontrar un día”. Hoy, perdidos y condenados, en medio del verde desierto de palma aceitera, se desdibujan los senderos de los Montes de María. Para comprender esta realidad, la novela gráfica Caminos Condenados relata a través del lenguaje del comic de no ficción las problemáticas a las que se enfrentan las comunidades de los Montes de María que han retornado a los territorios de los que fueron despojados mediante la violencia. La novela se vale de historias cotidianas, relatadas en voz de sus protagonistas, para mostrar al lector las contradicciones que se han dado en este escenario de postconflicto. El proyecto gráfico, apoyado por la Universidad del Rosario, la Pontificia Universidad Javeriana, el Centro de Estudios en Ecología Política (CEEP) y el Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar, surge de la investigación etnográfica de Diana Ojeda, Jennifer Petzl, Catalina Quiroga, Ana Catalina Rodríguez y Juan Guillermo Rojas, titulada Paisajes del despojo cotidiano: acaparamiento de tierra y agua en Montes de María, Colombia. La obra también es fruto del diálogo entre dos géneros textuales: el artículo académico y la narrativa gráfica, en la que participaron Pablo Guerra, Camilo Aguirre y Henry Díaz.

Despojos sucesivos

Caminos Condenados parte del contexto de violencia y desplazamiento forzado que sometió a los pobladores de los Montes de María durante 40 años. Esta subregión atlántica está ubicada entre los departamentos de Bolívar y Sucre. La componen quince municipios: El Carmen de Bolívar, María La Baja, San Juan Nepomuceno, El Guamo, Zambrano, Córdoba Tetón, San Jacinto, Ovejas, Chalán, Colosó, Morroa, Los Palmitos, San Onofre, San Antonio de Palmito y Toluviejo. Los Montes de María han sido un caso emblemático del despojo de la tierra mediante la violencia. Allí, en la década del 70, se consolidó uno de los más importantes movimientos campesinos: la ANUC (Asociación Nacional de Usuarios Campesinos), que mediante vías de hecho recuperó de manos de latifundistas 122.400 hectáreas de tierra y creó 320 empresas asociativas comunitarias. En reacción a ello, muchos de sus líderes fueron asesinados durante la década de los 80. En la siguiente década, a pesar de la resistencia de los pobladores, las Farc hicieron mayor presencia en el territorio. Las extorsiones y secuestros de la guerrilla, sumados a intereses económicos y políticos de familias acaudaladas, suscitaron la incursión paramilitar en la zona, por lo que desde mediados del 90 y hasta el 2005 (año de la desmovilización del bloque paramilitar Héroes de los Montes de María), las masacres llegaron a medio centenar y los secuestros se triplicaron. Después del aparente éxito de la desmovilización paramilitar, los campesinos creyeron que podían regresar tranquilos, sin embargo, como relató en 2013 un líder campesino de Ovejas, “en el 2008 comienzan a llegar todos los empresarios, a entrar y salir carros blindados, y uno comenzó a atemorizarse… Entonces el tipo [el empresario] lo cogía, lo encerraba, le quitaba el acceso al agua, le quitaba el acceso al camino, le cercaba todo alrededor. (…) Y así han venido haciendo todavía y lo siguen haciendo”.

Un día con Lucía

La obra pone en diálogo el trabajo académico y la narrativa gráfica

La obra pone en diálogo el trabajo académico y la narrativa gráfica

Entre la casa, la parcela y la asociación campesina transcurre el día de Lucía. Cada mañana envía a sus hijas al colegio y emprende el largo trayecto para traer el agua a la casa. Lo que debiera ser un derecho se ha convertido en un favor del latifundista palmero. Sin perder la esperanza en que un día la justicia les restituya el derecho a tomar agua limpia a ella y a sus hijas, carga las dos pimpinas del vital líquido. Con todo, destina el tiempo para ir a las reuniones de la organización comunitaria. Los proyectos que han sacado adelante, como la construcción colectiva del caserío, el colegio, la siembra colectiva y la apicultura, la motivan a persistir en la organización campesina. Aunque las parcelas comunitarias para sembrar están muy lejos del caserío, debido a los cercos que han hecho para el monocultivo de palma de aceite, ella insiste a sus compañeras en que no deben desistir de la siembra colectiva “aunque toque subir y regar las maticas una por una”. El despojo que años atrás se concretó mediante formas violentas muy visibles, hoy se evidencia en sucesos cotidianos que no permiten que los campesinos vivan dignamente de la tierra. Tanto los recursos naturales como los financieros se han concentrado para beneficiar los proyectos agroindustriales de monocultivo a costa del sustento de los pobladores y del deterioro de tierras fértiles en las que en otro tiempo se sembraba toda clase de alimentos. Albert Berry, un teórico del crecimiento económico basado en un campo sostenible, afirma que “el desarrollo agropecuario del país está en la agricultura familiar con apoyo estatal, no necesariamente subsidios, pero sí inversiones en cambios tecnológicos e infraestructura (…) los monocultivos no desarrollan todo el potencial de la tierra y solo son rentables para los pocos dueños”. Gabriel Antonio Pulido, líder de Mampuján, explica que el distrito de riego que en los 70 obtuvieron los campesinos, gracias al Incoder, para garantizar el acceso público al agua y la soberanía alimentaria, “desde hace varios años está al servicio de empresas y no del campesinado”. Estas nuevas maneras de despojo, que se describen desde la cotidianidad de un personaje, cuestionan al lector de Caminos Condenados, porque ponen de relieve los vacíos de justicia que se pueden dar en un escenario de posconflicto y plantean, por lo mismo, la pregunta de qué condiciones son necesarias en la sociedad para que la paz sea real en lo cotidiano.

Cultivar alimentos es cosechar la paz

En esta novela gráfica se cuestiona, desde el día a día de sus personajes, la idea de que la desmovilización de los grupos armados es garantía suficiente para la paz. Pues el acaparamiento de la tierra y el agua, que se traduce en alambres de púas, en caminos cerrados, en fuentes de agua envenenadas por agroquímicos, en escasez de alimentos, sumada la falta de inversión estatal en educación y salud se constituyen en la violencia agazapada. Como afirma Juan de Jesús Pérez, líder campesino de la región, “que haya terratenientes que tengan 3.000 hectáreas, y que haya un campesino que tiene que estar arrendando un cuarto de hectárea para poder sembrar una mata de yuca para comer, eso es violencia”.

 

 

Un mapa del futuro

Cuando le preguntan a los campesinos de los Montes de María “cómo quisieran que fuera su región de aquí a unos años”, sin titubear coinciden en imaginar un gran camino, quizá la suma de los caminos que les han cerrado la violencia y la injusticia. Sueñan además con un buen acueducto, un colegio para sus hijos, una porción de la tierra para sembrar, un lugar para acopiar lo que de su trabajo brote y venderlo sin intermediarios. Se resisten desde sus sueños al sistema que los ha empobrecido, “porque ni siquiera tienen dónde cultivar…y un campesino sin tierra no es campesino”. Aunque el panorama es desalentador en el postconflicto que ya viven, sueñan con un futuro esperanzador. En este sentido, Pablo Guerra, guionista y editor del proyecto gráfico, cuenta que “fue muy gratificante encontrar y representar comunidades vivas y activas que rompen con estereotipos sobre los habitantes de las zonas rurales y sobre las víctimas del conflicto” y que, además, tienen respuesta a muchos de los cuestionamientos que hoy la sociedad colombiana se hace sobre el postconflicto.

La novela gráfica Caminos Condenados lleva al lector a una comprensión profunda y humana de la realidad que viven diariamente los habitantes de los Montes de María. A pesar de que el terror y el despojo los cercan, como cerca el monocultivo de palma aceitera su caserío; también se abren caminos de esperanza cuando hablan del futuro, de un postconflicto con garantías sociales y ambientales para su comunidad y de la paz que está por hacerse con su propio paso, porque, al igual que el poeta del paisaje, tienen fe en “el camino más ancho/ más hondo, el hombre”.

Biviana García

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