Adiós a las sotanas

Jesús Sánchez Camacho, profesor CES Don BoscoJESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Periodista y profesor CES Don Bosco

“¿A dónde nos va a llevar este bendito Concilio?”, le decía una señora a José Luis Martín Descalzo al enterarse que la CEE permitía el uso del clergyman. Esta decisión removió a más de un presbítero por dentro. Porque, mientras un anciano juró no quitarse la sotana ni en la tumba, una docena de menos longevos acudieron a la sastrería para encargar nuevos trajes talares. Una opinión antagónica la reflejaba un amigo universitario que le había dicho al escritor: “Menos mal que ya les dejan a ustedes vestirse de personas”.

Martín Descalzo se preguntaba el 6 de agosto de 1966 (VN, nº 534) si íbamos a tener una ‘guerra civil’, como hacía dos años la había tenido Francia. Y sostenía que “tal vez sería todo más sencillo si abandonásemos los tópicos y nos volviéramos hacia la historia”, para evitar defender aquello que reclamó un obispo siciliano en el Concilio Vaticano I: la sotana es “de derecho divino, dado que Cristo ha vestido una túnica”. El escritor mantiene que la historia del vestido talar comenzó tras el Concilio de Trento, con Urbano VIII. Porque tanto Jesús de Nazaret y sus apóstoles como los presbíteros de los primeros siglos vistieron como la gente de su tiempo.

“¡Y lo que nos vamos a reír dentro de veinte años por estas polemiquitas!”, aseguraba el escritor. Sin embargo, hoy no es motivo de risas ver que, para algunos neopresbíteros, el hábito sigue haciendo al monje.

En el nº 2.998 de Vida Nueva

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