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‘Las experiencias religiosas y el templo de Jerusalén’


Un libro de Tomás García-Huidobro (Verbo Divino) La recensión es de Pedro Barrado

Las experiencias religiosas y el templo de Jerusalén, libro de Tomás García-Huidobro, Verbo Divino

Título: Las experiencias religiosas y el templo de Jerusalén

Autor: Tomás García-Huidobro

Editorial: Verbo Divino

Ciudad: Estella, 2016

Páginas: 144

PEDRO BARRADO | Es indudable que, mientras existió, el templo de Jerusalén fue el centro de la fe de Israel (sobre todo en la llamada época del “segundo templo”, a partir de la vuelta del exilio). Este libro de Tomás García-Huidobro –jesuita chileno y actual director del Instituto Santo Tomás, de Moscú– pone de relieve que esa institución siguió influyendo en el imaginario simbólico de las creencias incluso después de su destrucción en el año 70.

Concretamente, la obra, en la que se pone de manifiesto el vasto conocimiento de la literatura antigua –judía y cristiana, canónica y apócrifa– que atesora el padre García-Huidobro, se dedica a valorar la importancia del templo tanto en textos anteriores a su destrucción (por ejemplo el Testamento de Leví y el Documento de Damasco) como posteriores a ella (tal como el Apocalipsis de Juan y el Evangelio de Felipe), así como también a comparar la figura sumosacerdotal de Jesús (explícita, por ejemplo, en la carta a los Hebreos) y del patriarca prediluviano Henoc (como se aprecia claramente en la llamada “literatura henóquica”: 1 Henoc, 2 Henoc y 3 Henoc).

En este sugestivo y, a veces, no fácil repaso, el lector podrá comprobar, en primer lugar, cómo el templo de Jerusalén es comprendido como reflejo del cosmos; esto es lo que hará que las “subidas” a ese santuario den lugar a la concepción de los “viajes celestes” ante el trono divino, que incluso conformarán todo un género literario: la literatura de hekalot o de la merkabá.

Asimismo, el lector será testigo de las transformaciones angelicales o adánicas –las del hombre anterior al pecado– que se dan en torno a las celebraciones en el templo (el real o el figurado, que en algunos casos coincidía con el propio grupo “sectario”, como en los Cantos del sacrificio sabático de Qumrán o en Ap 4-5).

Finalmente, se podrá asistir al desigual desarrollo –aunque con notables coincidencias: ser modelo de humanidad perfecta, ascensión al cielo, posesión del “nombre” divino, etc.– de una figura mediadora, sumosacerdotal, entre el mundo divino y el humano, ilustrado en los casos de Jesús para el cristianismo y de Henoc para algunas tradiciones judías (este último acabará fundiéndose con el ángel Metatrón o transformándose en él).

Es evidente que en tan pocas páginas es imposible abordar con el detalle que se requeriría un panorama tan amplio y rico. Así, por ejemplo, en mi opinión habría que matizar más detenidamente las relaciones entre Jesús y Henoc. De hecho, y a pesar de la enorme influencia que llegaron a tener, ya los mismos Tertuliano (siglo II-III) y san Agustín (siglo IV-V) recelaban de las informaciones relativas a Henoc suministradas por la literatura henóquica, ciñéndose casi en exclusiva a los datos canónicos.

En resumen, el libro resulta muy interesante (aunque, desde el punto de vista del lector, se eche en falta una mayor labor editorial). No obstante, una cierta iniciación en estos temas sin duda ayudará a sacarle a la obra todo el partido que merece.

En el nº 2.997 de Vida Nueva

Actualizado
15/07/2016 | 00:29
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