Sacerdotes, una vocación marcada por los testimonios

Entrevista a Marcelo Mazzitelli, sacerdote del clero de la diócesis de San Isidro (Buenos Aires) y miembro de la Congregación para el Clero: Para él, en el ministerio sacerdotal, la dinámica es la misma: sin los “testimonios de otros” será difícil construir el sacerdocio “para servir al Señor y a su Iglesia”.

“La respuesta a la vocación sacerdotal se basa en testimonios de otros”. Así de clara es la opinión de un sacerdote formador de sacerdotes. Se trata de Marcelo Mazzitelli, quien con una vasta experiencia en el pastoreo de comunidades parroquiales y de jóvenes seminaristas le confía a Vida Nueva: “Es muy difícil encontrar una vocación sin una referencia, sin un testimonio sacerdotal. Esas referencias son importantes porque significan que quien decide ser sacerdote es porque lo descubrió a través de quien lo vivió”.

Mazzitelli es sacerdote de la diócesis de San Isidro (Buenos Aires), y desde hace unos meses trabaja en la Congregación para el Clero, en Roma. Convencido de que la esencia de la formación para el presbiterio es dinámica, considera que cuando la formación no se toma integralmente, “se corre el riesgo de mutilar a las personas”. Y asegura: “lo digo como párroco, porque he atendido a jóvenes muy lastimados eclesial y psicológicamente”.

Para este presbítero de 55 años, la formación sacerdotal es “un camino complejo, pero apasionante”, ya que se trata de un proceso para servir a la maduración de la persona en todas sus dimensiones. “Es un desafío de toda la vida –sostiene–, acompañando las distintas etapas del crecimiento, por eso la formación sacerdotal es permanente y desde esta realidad se plantea la formación inicial, aquella que prepara al candidato hacia el maravilloso acto de consagrar la vida recibiendo el don del sacerdocio para servir al Señor y a su Iglesia, a sus hermanos y a los que están llamados a serlo”.

Con un recorrido de 17 años al servicio de la formación sacerdotal, Mazzitelli es un agradecido a Dios “por haber sido testigo del camino de fe de tantos jóvenes que buscaban discernir la voluntad de Dios en su vida”. Y agrega: “Me hubiese gustado empezar con la experiencia ganada al final del camino, pero eso es ficción. Tuve aciertos y errores pero nunca me sentí sólo, en definitiva la obra es de Dios y en todo el camino de formador uno de los regalos más grandes fue formar parte de un equipo formativo con otros sacerdotes, verdadero lugar de fraternidad”.

Humanidad sacerdotal

Como pasa en los diversos ámbitos de la evolución humana, la constitución de la persona está
condicionada por su entorno cultural. Y esto no escapa a la vocación sacerdotal. “Cada realidad cultural interpela a la formación de una manera singular conforme a esa realidad; sin embargo hay fundamentos comunes que se expresan en una propuesta universal que se aterriza en cada realidad. Toda formación supone una concepción del hombre, una antropología, una eclesiología, una teología del ministerio. Detrás de cada opción formativa hay un modelo pedagógico que condice con esas concepciones”, describe.

“No se puede formar al sacerdote esquivando la humanidad. Una formación que no acompañe la maduración de la afectividad y la sexualidad, no sólo hipoteca a futuro un ministerio, sino a la persona misma. No sirve amordazar la humanidad desde un pretendido camino de perfección, porque la vida grita, y si no lo hace cuando corresponde lo hará en otro momento”, sostiene Mazzitelli. Y con gran criterio pastoral dispara: “O la formación es camino para formar a la persona en un ministro o un deformante sendero que dibuja un rol. Esto último es lo que llamo ‘formar un exoesqueleto’, algo externo pero impermeable a la acción del Espíritu, el gran formador”.

En esta tarea, y para este tiempo, es vital la imagen que el papa Francisco le entrega al mundo. Para Mazzitelli, “no sólo marca un rumbo, sino que el Papa muestra aquello que el mismo pueblo de Dios valora: que sean hombres de Dios para los hermanos, y cercanos a los hermanos”.

Este sacerdote opina que en un camino formativo no puede faltar el tema de la administración de recursos y del dinero, temas muchas veces puesto sobre el tapete en las comunidades. “No se trata sólo de un planteo moral sino que también es teologal –reflexiona–. Uno puede hablar de la pobreza, pero predica viviendo la pobreza y la transparencia en los usos de los bienes de la comunidad. Eso es parte de la formación inicial y permanente”. Y cree que el tema daría para hablar mucho más: “en realidad, es un tema que se relaciona con el celibato. Este generalmente se asocia directamente a la sexualidad porque está vinculada con la expresividad de la persona. Sin embargo, la belleza del celibato tiene mucho que ver no solo en cómo se vive la relación con la sexualidad, sino también con el poder y con el dinero”.

De Cuba a Buenos Aires y luego a Roma

Con 26 años de sacerdote, Mazzitelli ha sido párroco y formador. Luego de un tiempo al frente de una parroquia, comienza a trabajar en el Seminario diocesano de San Isidro, en donde presta servicios de formador durante 17 años, de los cuales los últimos 11 fue rector. Luego fue enviado a la misión diocesana en Holguín, Cuba, donde estuvo casi dos años, hasta que su obispo lo llama para instalarse nuevamente en su diócesis. De nuevo en una parroquia pensó que alcanzaría una cierta estabilidad, pero a los tres años recibe una noticia inesperada. Recuerda: “Un día me llamó mi obispo, Oscar Ojea. En la charla me pregunta si sabía leer italiano y, en seguida, me lee una carta de convocatoria para trabajar en la Congregación para el Clero. Fue una cadena de emociones, sentimientos, desprendimientos… Tuve que prepararme espiritual y psicológicamente”. Y emocionado, reflexiona: “Siempre en mis años de ministerio respondí con un sí a lo que se me pedía en servicio al Señor y a su Iglesia, así que seguí con el sí. Cuando me postré en la ordenación allí estaba el sí de toda una vida que se va desplegando a lo largo de los años. Y aquí estoy en Roma, en el Vaticano”.

“Llegué a una Congregación que ya desde antes de mi llegada me sentí en comunión fraterna, aunque sinceramente extraño la parroquia”, añora. Sin embargo, reconoce la importancia de servir desde su ministerio a la Iglesia Universal: “realmente, la Congregación para el Clero es un lugar de servicio, donde se vive y se respira la universalidad al encontrarnos compartiendo la misión con sacerdotes de varios países e idiomas. Hoy mi comunidad son sacerdotes, diócesis, obispos a los que nos toca servir, que no conozco sus rostros pero abrazo sus historias. Y aquí estoy. Ya aprendí la lección que el Señor fue preparando en mi corazón: ya no planifico más mi futuro, entrego mi presente. El futuro, en todo caso, queda en la esperanza del abrazo del Padre”.

“Dar vida a la comunión”

“Siempre traté de enseñar a los que me confiaron para la formación –reflexiona Mazzitelli– lo importante y esencial que es la comunión. Sin exagerar, la expresión que usaba, y que uso, es ‘dar la vida por la comunión’. No entendiendo la comunión como un fin en sí misma, sino como expresión de la vida del Resucitado en la fraternidad, que se hace anuncio del Reino. Por eso, no puedo comprender un movimiento que se margine y encierre en sí mismo sin esa referencia eclesial, diocesana, confusión que convive con la tentación de espacios de poder y, disculpen la expresión, siendo como iglesias paralelas”.

Y en su conversación con Vida Nueva, recuerda a un grupo laical de la parroquia Santa Rita, de la cual fue párroco hasta que partió a Roma: “se llama Entretiempo y se dedican a preparar retiros espirituales para la mediana edad. Siento haber descubierto en ellos un sentido eclesial que se concreta en un servicio parroquial. Aquí está justamente el criterio de discernimiento para valorar los movimientos y su eclesialidad”, asevera.

Para este sacerdote, formador de sacerdotes, la tradición en la Iglesia “no es la petrificación de un momento de la historia”, sino “la palpitante vida de una comunidad que, conducida por el Espíritu Santo, no deja de anunciar en cada tiempo, a los hombres de esas culturas, lo que nuestro Señor nos reveló, que somos amados por el Padre”.

Las mencionadas reformas que el papa Francisco intenta hacer en la Curia vaticana y su insistente llamado a la conversión, “llevan la novedad de volver a lo simple del Evangelio, a la Bienaventuranzas, a la belleza siempre nueva de un Rostro que nos lleva al corazón de su Padre y no deja de darnos el Espíritu”. Y asegura: “Nos invitan a un examen de conciencia. Como dijo san Agustín, no tenemos que tener nostalgia del tiempo pasado, sino que tenemos que congratularnos con el tiempo que nos toca vivir. De esa manera estamos desafiados a vivir nuestro presente, como oportunidad para anunciar la alegría del Evangelio”.

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