A la espera de lo posible

Desde cuando se iniciaron los diálogos de paz en La Habana, muchos colombianos y colombianas iniciamos la espera de un pronto final de los mismos y el inicio de una nueva era, de un tiempo nuevo; algo así como cuando Israel colocó la esperanza en la llegada de un mesías que restaurara los idealizados tiempos davídicos. Y puede ser que, como para Israel, también para nosotros los colombianos lo que vendrá una vez suscritos los acuerdos no sea la paz esperada sino un proceso duro y difícil de reubicación de fuerzas, que permitan el arribo de la anhelada paz. Hemos hablado de post-conflicto y ya muchos analistas con sentido de realidad hablan de post-acuerdo, porque para que finalice el conflicto se necesita mucho más que la firma de los acuerdos de La Habana.

La larga noche de violencia que hemos vivido los colombianos se comprende por la terca desidia de los dueños del capital y el poder político. Una conjunción idolátrica que parece no querer ceder para que fluyan las condiciones de justicia, de equidad, de derecho a la tierra y su cuidado, que son necesarias para que fluya la paz. Los hechos que se han descubierto en el centro de Bogotá son metáfora de las violencias que se han perpetuado también en los campos y de todas las explosiones y metrallas que han cercenado tantas vidas y dejado inválidas y limitadas a tantos humildes.

Bajarle el tono a los discursos para que surjan las acciones que irán mostrando, de verdad, que una nueva época se anuncia, que algo mejor puede ser posible,  especialmente para los campesinos y los sectores marginados de nuestras ciudades, primeras víctimas inocentes. ¡Dios lo quiera! Y los dueños del poder también.

Ignacio Madera Vargas, SDS

Teólogo

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