Un poverello en Bogotá

Se abre el camino para la canonización del padre Rafael Almansa

El sacerdote fue capellán de la iglesia de San Diego durante 30 años.

El sacerdote fue capellán de la iglesia de San Diego durante 30 años.

Hace algunas semanas, la Santa Sede informó acerca de la intención de dar vía libre al proceso de canonización del sacerdote bogotano Rafael Almansa.

Capellán durante 30 años en la iglesia bogotana de San Diego, el presbítero marcó la vida de varias generaciones de capitalinos que, admirados por su personalidad y por su labor pastoral, se encargaron de preservar su memoria.

Rafael Almansa nació en Bogotá el 2 de agosto de 1840. Siendo muy joven, ingresó al convento de los franciscanos, del cual formaba parte la iglesia de La Veracruz, en donde su papá era el sacristán. En 1861, Tomás Cipriano de Mosquera decretó la desamortización de bienes de la Iglesia. Almansa se vio obligado a abandonar el convento y la capital para resguardarse un tiempo en Engativá. Más tarde se trasladó a Pamplona, donde la persecución religiosa era menos intensa. Allí fue ordenado sacerdote en 1866.

Fue testigo del terremoto que tuvo su epicentro en Cúcuta en 1875. Tiempo después desarrolló su ministerio en Bucaramanga, como coadjuntor del párroco de la iglesia de San Laureano. Mirar con bondad a los demás pronto se convirtió en uno de los valores característicos de su labor como confesor.

Con un ambiente distendido en Bogotá, regresó a la capital de la república para rehacer, junto a otros frailes, la extinguida comunidad franciscana. Su vida se caracterizó, igualmente, por la alegría y por la pobreza.

“Cerca de los que sufren”

“Al padre Almansa se acercó todo un pueblo”, señala Fernado Galvis -autor de un libro biográfico publicado 20 años después de la muerte del presbítero-. “No molestaba a los incrédulos y librepensadores” con “prolijas exposiciones teológicas” ni “a los desviados o desadaptados con anatemas y recriminaciones”, señala. La misericordia fue la nota distintiva, entre el sin número de palabras que sus contemporáneos dejaron consignadas para dar cuenta de la personalidad del sacerdote.

Siendo ya capellán de la Iglesia de San Diego, el tiempo lo dedicaba en su mayoría a visitar todo tipo de familias, sin distinguir clase social. Como un pordiosero, a la manera de san Francisco de Asís y de las órdenes mendicantes, pedía por Dios en beneficio de los menos favorecidos. De su ministerio se beneficiaron no sólo las personas ricas, que encontraron en el sacerdote a un consejero, sino también las personas pobres, como él. “Hay seres que poseen el privilegio de estar tan cerca de los grandes como de los pequeños y de influir por consiguiente en sus vidas. Con qué unción hablan de él las gentes sencillas. Para ellas fue algo muy propio este depurado ejemplar de Santa Fe de Bogotá”, reitera Galvis en su libro, un testimonio del grado de aprecio que Almansa reunió en su momento. El mismo Marco Fidel Suárez, presidente de Colombia entre 1918 y 1921, dejó escrito lo siguiente: “el padre Almansa es uno de los medios que la providencia se ha servido depararme para guiarme y consolarme en los días más oscuros de mi vida”. Y Antonio Gómez Restrepo destacaba que el franciscano supo “hallarse en el centro de la sociedad y de estar, al propio tiempo, muy cerca de los que sufren”. 

Almansa murió el 28 de junio de 1927. Sus exequias se convirtieron en un acontecimiento multitudinario en el cual el franciscano fue declarado santo por la gente de Bogotá. Está en manos del Vaticano que la Iglesia universal reconozca su santidad.

Miguel Estupiñán

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