La paz se hace con confianza o no se hace

gertrud-hilft.de

Durante el proceso de La Habana ha habido un valor que, como los de la Bolsa, un día está en alza y al siguiente está a la baja: tan vulnerable es. Se trata del valor confianza, que se construye con verdad, responsabilidad y credibilidad.

La firma de los acuerdos se puede ver, no como un triunfo político, sino como el gran logro de la confianza. Es lo que tendría que recordarse en la agenda de La Habana: sin la confianza la paz es una misión imposible.

El mensaje radial, con la voz de Timochenko, el comandante de las FARC, fue interceptado por el ejército. Decía el jefe guerrillero a sus tropas: “pusieron a 6 generales a botar corriente en los medios, a sabiendas de que lo que de ahí saliera no iba para el acuerdo final”.

Sabiéndolo o no, el jefe guerrillero sembró ese día semillas de desconfianza parecidas a las que en la opinión pública nacional quedaron cuando se conoció el episodio del acto político de Iván Márquez, el guerrillero negociador en La Habana, en el corregimiento de Conejo, que debía cumplirse solamente con el grupo guerrillero y sin la presencia de civiles y, sin embargo, llegaron buses cargados de campesinos, desde los municipios de los alrededores.

La crisis de las conversaciones que siguió fue explicable: la confianza, necesaria para las conversaciones de paz, había desaparecido.

Lo que siguió fue un nervioso proceso de recuperación de la confianza, como condición indispensable para mantener las conversaciones de paz en La Habana.

Pérdida de confianza

“Sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente, esa confianza ha fallado y esta pérdida de confianza es algo realmente grave”.

Benedicto XVI en Caritas in veritate, n. 35

Esto lo saben muy bien quienes se oponen a las conversaciones de paz; por eso sus acciones buscan minar la confianza en el proceso y esparcir la desconfianza con expresiones sobre “la inminente venezolanización de Colombia” o “la conversión del país en una copia de Cuba” o “la eliminación de la propiedad privada” o “el mando de las FARC sobre la policía o el ejército” o “la entrega de millonarios subsidios a cada guerrillero”. Son expresiones que se repiten hasta el cansancio en las redes sociales, que les dan tema a los columnistas y que animan conversaciones de café o de coctel y que logran el objetivo de minar la confianza.

Cada uno de estos incidentes ha repercutido en una opinión pública cada vez más desconfiada, como muestran las fluctuaciones que registran las encuestas en las que del 76.9% de los que no les creen a las FARC (Datexco 18-10-13) se llega a los niveles de optimismo del 72% de encuestados de acuerdo con las negociaciones (Gallup 07-149) para volver a caer en el 25% que aprueba y al 74% que desaprueba la gestión presidencial en una nueva encuesta de Gallup (02-16). Son las expresiones de una confianza rudamente puesta a prueba.

Elemento de reconstrucción

Definir la paz como la práctica de la convivencia comienza a ser posible cuando la confianza se restablece.

En las múltiples tareas que están apareciendo en la agenda de los colombianos para el postconflicto se requiere la presencia de la confianza. Se trata de trabajar unidos en la reconstrucción del país; y son de tal magnitud y tan numerosas las actividades, que solo acometiéndolas unidos se podrán llevar a cabo, y esa unión solo es posible si está de por medio la confianza que propicia acercamientos, previene malentendidos, inspira comprensión y logra poner en común esfuerzos a iniciativas.

Izzeldin Abuelaish, activista en favor de la paz entre Palestina e Israel

Izzeldin Abuelaish, activista en favor de la paz entre Palestina e Israel

Así como la corrupción multiplica la desconfianza de unos hacia otros, y mantiene a la sociedad y a las personas a la defensiva, la confianza crea un ambiente de rechazo a lo incorrecto y deshonesto y de acogida a lo limpio y transparente.

Este ambiente de transparencia y de seguridad de sí mismo y de los demás propicia el respeto al otro, sea diferente o no; y la superación del odio, esa forma exterior de la desconfianza. De la mano de la confianza, llega la tolerancia con que se manifiesta la confianza en el modo de pensar de los que tienen una visión diferente de la vida y de los humanos.

Son actitudes que explican la voluntad de paz de los que confían, y por tanto la naturaleza de la confianza como fuerza de apoyo para la consolidación de la paz. Admitía el antropólogo Fabián Sanabria que con la paz “recuperaremos la confianza en el prójimo”. También podría ser cierto que con la confianza en el otro obtendremos la paz.

“Necesitamos confianza, mostrar la verdad, los problemas, la enfermedad y luego trabajar juntos para buscar soluciones”, afirmó con serenidad contagiosa el médico palestino Izzeldin Abuelaish, al recordar sus experiencias en el conflicto palestino-israelí.

La confianza es, pues, necesaria, pero al mismo tiempo es frágil. Lo hacía notar el líder de las FARC, alias Timochenko, al comentar una decisión del presidente Santos: “con la suspensión del proceso trabó el tablero donde jugábamos la partida y destruyó la confianza”.

El presidente, a su vez, había ordenado la suspensión de que se quejaba el jefe guerrillero, porque su pretensión de hacer política en Conejo, había debilitado la fe presidencial en la guerrilla.

Elemento en los negocios

Tal es el poder de la confianza que hasta los banqueros, esos profesionales de la desconfianza, admiten que la economía sólo avanza cuando están expeditos los caminos que llevan a la confianza. La empresa europea Rohner Textil A.G. es citada como ejemplar por la Society for Business porque “pone una gran confianza en su gente, trabajadores y clientes”. La filósofa Adela Cortina, de quien tomo la cita anterior, anota, a su vez: “la confianza es un recurso escaso y, sin embargo, es la argamasa que une a los miembros de la sociedad, también desde el punto de vista de las transacciones económicas”.

En Rusia nadie confía en el rublo, de modo que “para que haya inversión ha sido tarea del gobierno recuperar la confianza en su moneda”, observa Manuel Castells, quien, junto con Putnam, está seguro de que “las redes de confianza favorecen el funcionamiento de la economía allí donde se crean”.

Este elemento vital para la convivencia y, por tanto, para la paz y la economía se levanta como sobre un trípode apoyado en tres virtudes.

Transparencia e integridad

Adela Cortina, filósofa

Adela Cortina, filósofa

La transparencia y la integridad son bienes públicos, tanto en las organizaciones públicas como en las privadas, porque crean un espacio de confianza en lo que dicen políticos, empresas, organizaciones solidarias y otras agencias solidarias; justamente son ellas y no la corrupción las que componen la vida política; y, en la empresarial, ese aceite de la confianza en las instituciones y en las personas, engrasa los mecanismos sociales haciéndolos funcionar.

(…) No basta la legalidad, ni siquiera el cumplimiento interesado de las leyes. No bastan el Leviatán de Hobbes ni los demonios inteligentes de La Luz Perpetua. Es indispensable la convicción moral de que la integridad y la transparencia valen por sí mismas; es indispensable convertirlas en hábitos de conducta, en esa segunda naturaleza desde donde actuamos como si fuera lo obvio. Sin estos, la confianza básica que permite el juego de la inversión y el intercambio pierde su suelo natural y no queda sino la ley de la selva en la que hasta el más fuerte –como muestran una vez más el 11 de septiembre o la experiencia de Enron– puede perder la vida.

Adela Cortina en Construir confianza. Madrid: Trotta, 2003. Pg.36

El trípode

La primera, la responsabilidad, esa capacidad de responder a las promesas expectativas o compromisos adquiridos. Basta oír a las víctimas del conflicto armado para llegar a la conclusión de que la irresponsabilidad de los funcionarios encargados de cumplir es una forma de revictimización. Las promesas del político, hechas a la ligera y sin la seguridad de querer cumplirlas, producen desconfianza, por tanto inseguridad y finalmente la violencia de los desesperados y desilusionados. Responder a la palabra dada, al servicio o trabajo que se deben, es generar confianza.

Otro apoyo para la confianza es la credibilidad, que parece hermana gemela de la responsabilidad. Cuando las víctimas ven que les cumplen con la entrega puntual del auxilio, con el contrato de trabajo, con los servicios prometidos, sienten que su confianza crece y actúa como un bálsamo sobre sus heridas. Saben que tienen en quién confiar.

Y el tercer apoyo de la confianza es la verdad. Con la misma eficacia con que la mentira produce desconfiados, la verdad es madre de la confianza. Personas, entidades, empresas o instituciones que son transparentes porque siempre dicen la verdad, transmiten confianza. En cambio, los secretos, las medias palabras, la publicidad que usa letra menuda y mensajes de doble sentido, se miran con desconfianza; tanto para unas conversaciones de paz, como para hablar de los programas de gobierno, o para acercarse a las víctimas, es indispensable la verdad.

El ocultamiento de la verdad, que resultó palpable cuando fue asunto de la opinión pública el tema de los dineros de las FARC, o el número de los niños reclutados, dañó la confianza y se convirtió en un obstáculo para la paz, para las negociaciones y para la vida de la sociedad.

Confianza en construcción

Martin Luther King

Martin Luther King

A. Bassam Aramin, palestino, y Aaron Barnea, israelí, trabajan juntos en busca de la paz de sus países, cuyo conflicto han vivido en carne propia. Comenzaron por construir confianza entre ellos, después de escuchar a Martin Luther King cuando decía: “la gente se odia porque se tiene miedo; se tiene miedo porque no se conoce; y no se conoce porque no se comunica”. Ellos se comunicaron, se conocieron y dejaron de tenerse miedo porque confiaron el uno en el otro. Entonces descubrieron que cada uno, desde su lado, se creía bueno y miraba al otro, al del otro lado, como malo, por tanto les era permitido hacer con los otros, los malos, lo que quisieran, concluía Bassam, al borde de la risa. Tan absurda le resultaba, mirada como asunto del pasado, esta razón para el odio y la desconfianza.

La construcción de confianza que es necesaria para el cambio del país, comienza con una comprobación tan elemental como esa: nadie puede pretender que es bueno y que tiene autoridad para llamar malo al de enfrente. Cuando desaparece esa simplista –a veces hipócrita– clasificación de buenos y malos, son posibles la confianza y, por tanto, la convivencia y la paz.

Una prueba de la existencia de esa clasificación la encontraron los encuestadores de Cifras y Conceptos en noviembre del año pasado cuando hicieron preguntas como: ¿dejaría que sus hijos asistieran a colegios con hijos de antiguos guerrilleros o paramilitares? Los encuestadores, asombrados, encontraron que sus entrevistados se dividían en grupos iguales: 50% por el SÍ y 50% por el NO. La desconfianza y la certeza de que ellos, los buenos, no pueden convivir con los malos los dividía.

¿Les daría trabajo a esos antiguos combatientes? Dijo No un 48% y los del SÍ fueron el 52%; ¿los aceptaría como vecinos? NO dijo el 51%; los del SÍ fueron 49%. Un rotundo NO del 72% fue el que dieron a la posibilidad de que los antiguos combatientes pretendieran ser novios o novias de alguno de sus familiares. Sólo el 27% dijo que SÍ.

La desconfianza fue parecida a la hora de responder si verían bien que participaran en política o ejercieran el poder, de resultar elegidos. El 69% rechazó esa posibilidad que solo aceptó el 30%. La falta de confianza mantiene dividido al país en dos bandos desiguales: mayoritario el de los que no confían. Una minoría (¿abrahámica?), a pesar de todo, confía.

Recurso más valioso que el oro

wigreen¿Usted le confiaría sus ahorros a una firma de corredores como Interbolsa? Recuerde que aparecía como la más grande, sólida y respetable. Se necesita un exceso de fe y de seguridades para comprar acciones porque todo se siente frágil y deleznable después de ese escándalo y de otros parecidos. Pienso en lo que está pasando con los dineros públicos. Impotentes e indignados hemos asistido a las fiestas de los contratistas de obras públicas que han minado la confianza, si es que existía, con que pagábamos nuestros impuestos.

Una sociedad es fuerte cuando en ella hay confianza. La que se siente en esos países a los que uno entra sin más trámites que los indispensables. Pero cuando son los gobiernos y sus instituciones los que miran con desconfianza exigen firmas, sellos, autenticaciones, huellas, fotos, de modo que todo ciudadano se siente delincuente mientras no demuestre lo contrario, cuando eso se padece, es porque la sociedad sufre una penuria de confianza, ese intangible más valioso que el oro, más necesario que el aire y el agua.

 

Una tarea inaplazable

Cuando los obispos colombianos se reunieron en Medellín hace un año, para hablar sobre la paz, atribuyeron esa radical desconfianza a las acciones de los insurgentes que, dijeron, “han minado profundamente la confianza del pueblo colombiano” y señalaron la recuperación de la confianza como una de las vías para llegar a la paz: “el diálogo, el perdón, la reconciliación y la justicia son los caminos hacia la paz”.

XCVIII-Asamblea-Episcopado4“No basta, dijeron, el cese del fuego para recuperar la confianza. Necesita mucho más”.

Oye uno esa expresión y se pregunta: ¿qué es esa confianza que piden los obispos? Según la etimología, es tener fe en el otro. Según la simbología, la confianza es ese bebé que duerme en el regazo o en el hombro de la madre. Sólo que él no tiene conciencia de que confía. El pueblo colombiano, en cambio, tiene conciencia de que deberá construir esa confianza como paso indispensable para llegar a la paz.

Javier Darío Restrepo

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