El diaconado femenino: ¿una oportunidad de estructuras de inclusión?

“La plena participación de las mujeres en la vida eclesial es inaplazable”

“La plena participación de las mujeres en la vida eclesial es inaplazable”

Mucho se ha escrito en estos días sobre las palabras del obispo de Roma, Francisco, acerca del diaconado femenino pronunciadas el 12 de mayo. La cuestión se sitúa en la respuesta que el Papa dio a la pregunta de una religiosa de por qué no se restablecía el diaconado permanente para las mujeres tal como existió en la Iglesia primitiva y por qué no constituir una comisión oficial para que estudiara la cuestión. El Papa señaló que le parecía bueno constituir esa comisión que aclarara bien este tema.

Como ya está volviéndose costumbre con las intervenciones del Pontífice, con esas palabras, para unos el Papa ya abría la puerta para pensar en el sacerdocio femenino. Para otros -que podemos ver representados en el director de la sala de prensa de la Santa Sede, Federico Lombardi- el Papa no dijo que tuviera la intención de introducir la ordenación sacerdotal de las mujeres y sólo dijo que pensaba constituir una comisión para ver esa cuestión con mayor claridad.

¿Qué pensar de esta situación? Este diálogo con las religiosas –que abordó más temas que este punto del diaconado– muestra una realidad inaplazable: la plena participación de las mujeres en la vida de la Iglesia. Pero como esto es un paso que supone un giro muy grande –tal como ha sido el giro dado por el Concilio Vaticano II, por poner un ejemplo, del que llevamos 51 años sin haberlo puesto en práctica plenamente– las respuestas no pueden menos que intentar argumentar lo que es difícil de justificar y moverse en aguas muy complejas ante las posturas en favor y en contra de ese cambio de situación de las mujeres en la Iglesia. Lo que es cierto es que esta realidad aparece una y otra vez y sería insensato pasar de largo sin afrontarla.

Ahora bien, el tema del diaconado de la mujer en la iglesia primitiva es un tema sobre el que se han hecho buenos y serios estudios. Se puede afirmar, con base en ellos, que el diaconado femenino existió en las primeras comunidades. El desafío, sin duda, es cómo restablecerlo y cómo descubrir la potencialidad que puede tener para vivirlo, como bien señala el Papa, sin el clericalismo que desafortunadamente ha desvirtuado tanto el ministerio ordenado en sus diferentes grados y que ha llegado también a los diáconos permanentes casados. En ese mismo encuentro con las religiosas el Papa habló del clericalismo que lleva a que los ministros quieran clericalizar a los laicos y religiosas y estos quieran ser clericalizados.

Ya en la Conferencia de Aparecida (en la que el Papa participó) en la parte acerca de “La dignidad y la participación de las mujeres” (451-458), se anotan aspectos muy importantes de esa plena igualdad de la mujer con el varón –históricamente negada– y se enfatiza en la urgencia de que “todas las mujeres puedan participar plenamente en la vida eclesial, familiar, cultural, social y económica, creando espacios y estructuras que favorezcan una mayor inclusión (454). ¿Habrá llegado la hora, gracias a las preguntas de estas religiosas, de que se vuelva sobre el tema y se recuperen espacios posibles para las mujeres?, ¿será el momento de abrir nuevos caminos que hagan realidad esa plena igualdad de varones y mujeres en todos los ámbitos, incluido el eclesial, para hacer creíble el proyecto divino de que varón y mujer son imagen de Dios (Gn 1,27) y por el bautismo varón y mujer son iguales (Gál 3,28)? Que el Espíritu siga acompañando el caminar de la Iglesia y la primavera que parece tocarse con Francisco pueda florecer y quedarse entre nosotros.

Consuelo Vélez

Doctora en Teología

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