La herida sangra más

divorcio

En la época actual, las dos grandes vocaciones que hay en la Iglesia, la del matrimonio y la del sacerdocio, han sufrido una crisis nunca antes vista. De la debilidad del sacerdocio y de los sacerdotes han corrido ríos de tinta en los últimos años. Del matrimonio no tanto, pero su situación no es menos preocupante y esta es la herida a la cual quiero referirme porque con las recientes iniciativas papales la sangre empieza a abundar en las oficinas parroquiales.

¿Qué es lo que ha dado con la ruina de tantas personas? Son demasiadas las personas que, esencialmente, no saben vivir, y que por lo mismo no tienen la manera de asumir una vida en compañía permanente de otra persona. Y si una capacidad está afectada hoy es la de amar verdaderamente. El hombre y la mujer de nuestro tiempo se han llenado de temores, frustraciones, angustias, cálculos premeditados, han heredado modos de educación muy imperfectos y entonces se han quebrado humanamente a la hora de tratar de construir la vida matrimonial. Quizás el Papa, en su escrito sobre la alegría del amor, apunta bien al detenerse extensamente, en el capítulo cuarto, en el tema del amor. La humanidad actual está gravemente lesionada en su capacidad de amar.

Pero no es menos sorprendente descubrir en la atención de las parejas que han roto su vida matrimonial la ligereza y superficialidad con que se tomó la decisión de hacer vida marital. No es fácil precisar en qué momentos nuestra sociedad banalizó el matrimonio sacramental y las consecuencias están a la vista, muy especialmente en Colombia, donde ridiculizar las cosas importantes es el pan de cada día, tanto en la vida cotidiana de las personas como en la ideología que domina los medios de comunicación masiva. La Iglesia ha sido tímida en exigencia y preparación de quienes manifiestan su deseo de unir vidas en matrimonio sacramental y la preocupación con frecuencia no pasa de ser puramente ritual. Aunque, la verdad sea dicha, el colombiano y la colombiana no se dejan exigir fácilmente ni siempre están dispuestos a dedicar tiempo amplio para prepararse para construir familia.

Finalmente, es innegable que estos fracasos tan continuos golpean duramente a las personas, o sea, a esposos, esposas e hijos. No hay nada de gracioso o leve en esta dinámica de rupturas incesantes. Sus consecuencias se traducen en soledad, depresión, hijos desorientados, nuevas uniones muy difíciles de sostener, peleas con la Iglesia y abandono de la misma en muchos casos, caída en adicciones, etc. La vida pasa y las fuerzas no son las mismas, la capacidad para resistir tampoco, las ilusiones pierden fuerza y se genera el hombre cansado, la mujer cansada, tan propios de nuestra época. ¡Qué difícil esta pastoral de reconstrucción!

Sin embargo, hay en la nueva dinámica de atención en las parroquias una manifestación muy grande y valiosa de sinceridad: la mayoría de las personas, ya en un ambiente más calmo, reconocen que lo que ha pasado en sus vidas es, sobre todo,  responsabilidad propia, más allá de cualquier acusación hacia afuera. Y ese hombre y esa mujer que se dan cuenta de esto ya han dado un paso hacia su curación. Y la Iglesia les debe ofrecer todo lo que esté a su alcance ante Dios para que la herida que ahora sangra deje de hacerlo.

PD: Termino con esta columna mi colaboración en la revista Vida Nueva, lleno de agradecimiento a su director y colaboradores, lo mismo que a los lectores. Otros menesteres me llaman en este momento.

Rafael de Brigard

Presbítero

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