Ellas

Mi fe se ha criado entre mujeres. Se ha fortalecido entre ellas. Y son ellas las culpables de que cuando estoy a punto de explotar un soplo de misericordia frene mis impulsos. Cuando en estos últimos días escucho a muchos decir que el genio femenino es imprescindible en la Iglesia, me suena a palabras huecas. Ahí está el reciente Sínodo de la Familia. Con cuentagotas. Si pequeña era la proporción de laicos, la de mujeres aún más.

La respuesta del Papa sobre la posibilidad de crear una comisión que estudie el diaconado femenino es lo más llamativo, pero no lo más preocupante. Sí lo es el hecho de que en la asamblea general de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada no haya una sola silla que ocupe en una sola de sus reuniones ninguna de las más de 800 superioras generales que se encontraron el otro día con Francisco en el Aula Pablo VI. O que en los ministerios laicales del lector y el acólito no se trate en igualdad de condiciones al hombre y a la mujer, al menos sobre el papel. O que en algunas diócesis no sirvan a la comunidad sino que ejerzan la servidumbre a príncipes. Imaginemos por un momento que ellas se pusieran en huelga. Apaga y vámonos. Nunca lo harán, porque son fieles hasta permanecer a los pies de la cruz. Con una fe que llega hasta el sepulcro, a la hora de la verdad, cuando otros se esconden. Por eso preocupa que cuando ellas lanzan preguntas al Papa algunos quieran leer mucho más, temer mucho más, sospechar mucho más. Cuando ellas no buscan protagonismo alguno ni arrebatarle al otro su lugar. Solo esperan que se les de el lugar que se merecen. Sin más. La mitad del Pueblo de Dios.

José Beltrán

Director de Vida Nueva España

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