‘El olivo’: las raíces no están en venta

'El olivo'

'El olivo', fotograma de la película

J. L. CELADA | Organizó una caravana de mujeres que agitó la convivencia de la España rural en aras de la multiculturalidad y la integración (Flores de otro mundo); se asomó al infierno de la violencia de género desde la mirada aterrada de una joven esposa (Te doy mis ojos); convirtió Cochabamba en un gran plató de rodaje –Colón incluido–, mientras los anfitriones libraban su “guerra del agua”, ajenos a relecturas de otras conquistas y descubrimientos (También la lluvia)… Así es Icíar Bollaín, una cineasta de su tiempo, comprometida con las causas de quienes menos cuentan, desheredados de aquí y de allá que son víctimas del maltrato20, la injusticia o la más absoluta indiferencia.

Una sensibilidad que comparte con su pareja, Paul Laverty, colaborador habitual del veterano Kean Loach en no pocas producciones del mejor cine social británico y ahora guionista de El olivo. Porque este árbol milenario no solo da título al séptimo largometraje de nuestra realizadora, sino que cobija al amparo de su sencilla historia una nueva carga de denuncia. Fácilmente reconocible en las situaciones que plantea, aunque difícilmente asumible sin que la acomodada conciencia de la sociedad del bienestar se remueva en su butaca.

Bollaín nos cuenta cómo y por qué un olivo cuidado con mimo por varias generaciones de una misma familia acaba siendo el emblema de una empresa alemana que no se distingue precisamente por su defensa de la sostenibilidad. Un anciano agricultor –en duelo silencioso porque le han extirpado una parte importante de su vida– y su impetuosa nieta sostienen la narración entre el pasado y el presente, mientras la directora disecciona las mentiras de una crisis que nos ha llevado a vender incluso la dignidad. Metáfora de lo que un día fuimos pero que la ambición o la desmemoria echaron a perder, El olivo se erige en alegato contra la hipocresía del sistema y el conformismo de cuantos ponen precio a sus raíces, hasta permitir que les sean arrancadas de lo más profundo de su alma.

Camino de Düsseldorf en compañía de su tío (Javier Gutiérrez derrochando oficio y versatilidad a cada plano) y de su mejor amigo, la joven heroína de esta utopía (una sorprendente Anna Castillo, puro nervio) lidera también un viaje interior de los diversos personajes que nos habla de la inclinación natural del ser humano a colaborar con su propia desgracia o de la necesidad de resolver juntos los problemas para plantarle cara al desencanto. Y, como toda road movie que se precie, con la libertad por bandera como inseparable equipaje a bordo.

Que su desenlace, ciertamente previsible, no nos impida disfrutar de una película honesta, emotiva y familiar. Una más en la filmografía de Bollaín, referencia obligada para cualquier cinéfilo inquieto y solidario.

FICHA TÉCNICA

TÍTULO ORIGINAL: El olivo.

DIRECCIÓN: Icíar Bollaín.

GUIÓN: Paul Laverty

FOTOGRAFÍA: Sergi Gallardo.

MÚSICA: Pascal Gaigne.

PRODUCCIÓN: Juan Gordon.

INTÉRPRETES: Anna Castillo, Javier Gutiérrez, Pep Ambrós, Manuel Cucala, Miguel Ángel Aladren.

En el nº 2.989 de Vida Nueva

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