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‘Utopía y espiritualidad’


Una obra de José Ignacio González Faus (Mensajero) La recensión es de F. Javier Vitoria Cormenzana

Utopía y espiritualidad, José Ignacio González Faus, Mensajero

Título: Utopía y espiritualidad

Autor: José Ignacio González Faus

Editorial: Mensajero

Ciudad: Bilbao, 2016

Páginas: 456

F. JAVIER VITORIA CORMENZANA | José Ignacio González Faus nos regala una entrega más de su fecundo pensamiento cristiano. Esta vez, quizás porque –escribe– se siente “al anochecer de la vida”, desarrollará el cómo y porqué del tema que –según él– resume toda su teología: “La utopía no tiene lugar en esta realidad, pero tiene una gran vigencia en ella”.

Por alusiones, pues soy uno de los que he estudiado y expuesto su pensamiento cristológico, confirmo su recapitulación: las páginas de su Cristología, La Humanidad Nueva (ST), están salpicadas por una frase semejante, “la vigencia de la utopía, a pesar de ser utopía”, y su capítulo final, “las grandes líneas de la síntesis cristológica” que estructura la realidad, ya era ayer un esbozo del libro que hoy recensiono. Hace más de 40 años, nuestro autor había puesto el fundamento cristológico a la reflexión con la que prologa esta nueva obra:

“Cuando se le concede esa vigencia, podemos llegar a construir pequeñas ‘eu-topías’: buenos lugares donde la vida es vivible, aunque distan mucho de ser verdaderas u-topías (porque utopía significa, precisamente, no-lugar). Pero si no se da esa vigencia a ese no-lugar (a la utopía), entonces la existencia humana se convierte en una concatenación de dis-topías (malos lugares), que pueden ir desde Auschwitz hasta Srebrenica, pasando por la inútil ONU actual y por la Antieuropa merkeliana y sádica. Y además cometemos la imbecilidad de llamar ‘utopía’ a pequeñas memeces egoístas que no tienen nada que ver ni con el verdadero amor ni con la verdadera libertad, la verdadera igualdad y la verdadera fraternidad, ni con la verdadera humanidad, ni con ‘la luz y la paz’ que, según Raimon, buscamos llenos de noche, y donde el hombre no se encuentra con ninguna plenitud, sino con su propia capacidad de proyectar más en todo aquello que desea. La posmodernidad proclamó el fin de los ‘grandes relatos’, pero, a lo que se ve, el hombre es un ser necesitado de tales grandes relatos. Y lo que ha hecho entonces es construir grandes relatos con pequeños episodios (…). Hasta que venga algún recolector de experiencias (…) a decirnos aquello de ‘vanidad suprema, y todo es vanidad’”.

Escritos ocasionales

Con el hilo conductor de la utopía, el libro recoge en 22 capítulos diversos escritos ocasionales, retocados y ampliados, y los estructura en cuatro partes. En la primera (‘La utopía como buena noticia’), fundamenta cristológica y bíblicamente la posibilidad y la vigencia histórica de la utopía: la “no-dualidad” entre “Dios y la fraternidad”, mediada por la filiación (divina) del ser humano, como “hijos en el Hijo”, y anticipada en Jesús de Nazaret, “Dios-con-nosotros”. Su propuesta utópica la ofrece, avalada por la credibilidad de sus testigos, a un ser humano y a su razón que son ineficazmente utópicos.

En la segunda (‘Algunas distopías de hoy’), reflexiona crítica e implicadamente sobre algunos “malos lugares” del siglo XXI: el capitalismo “que mata” (la Gran Distopía consentida y legitimada de hoy), la ruptura de las relaciones humanas a todos los niveles vitales (necesitadas de perdón) y la violencia “de género” (por la que siente horror, vergüenza y una cierta complicidad genérica por su condición masculina).

En la tercera (‘Algunos testigos de la utopía’), recurre al testimonio de Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola en sus Ejercicios, Dietrich Bonhoeffer, Gustavo Gutiérrez, la teología de la liberación y los profetas mártires. Ellos son testigos de la utopía. Sus vidas han acreditado que, siendo verdad el “no-lugar” de la utopía, también lo es su vigencia porque algo de lo que se podía hacer se ha hecho, aunque en ocasiones al precio de la propia vida.

En la cuarta, (‘La Iglesia, lugar de la utopía’), fundamenta joánicamente la utopía eclesial (ser sacramento de fraternidad: cf. LG 1, 1), dialoga en formatos diferentes con los obispos y el sucesor de Pedro como responsables (primeros, no únicos) de la utopía eclesial y cristiana y concluye afirmando y describiendo la fraternidad como utopía cristiana.

Al libro le sobran algunas páginas, aunque tal y como ha sido confeccionado era imposible evitar reiteraciones. Pero recomiendo vivamente su lectura. Su autor dice que puede leerse comenzando por donde se quiera, Sin embargo, yo sugiero que se lea en primer lugar el capítulo 22: ‘Utopía cristiana: la fraternidad’.

Si algún lector de esta recensión duda sobre si merece la pena leerlo, le invito a que ojee el índice de ese capítulo. Si después sigue sin apetito, es que está muy desganado de utopía y debería mirárselo en cualquiera de los cuatro evangelios.

Por último: tengo a José Ignacio, desde hace mucho tiempo, en mi lista de testigos favoritos de la vigencia de la utopía, a pesar de ser utopía.

En el nº 2.988 de Vida Nueva

Actualizado
13/05/2016 | 00:30
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