Libros

‘Víctimas de la Iglesia. Relato de un camino de sanación’


Un libro de José Luis Segovia Bernabé, Testimonio anónimo y Javier Barbero Gutiérrez (PPC) La recensión es de Antonio Ávila

Víctimas de la Iglesia, relato de un camino de sanación, libro de PPC

Título: Víctimas de la Iglesia. Relato de un camino de sanación

Autores: José Luis Segovia Bernabé; Testimonio anónimo; Javier Barbero Gutiérrez

Editorial: PPC

Ciudad: Madrid, 2016

Páginas: 143

ANTONIO ÁVILA | En sus 143 páginas, Víctimas de la Iglesia. Relato de un camino de sanación resulta un libro difícil de calificar. La pequeña obra que tenemos entre las manos es, sin duda, un testimonio conmovedor y desgarrado de un proceso de sanación, pero es, también, una denuncia ante tantos silencios cómplices e, incluso, ante algunas tomas de postura demagógicas e interesadas. Se encuentra, pues, entre esos raros libros que traspasan la frontera de la mayoría de las publicaciones para adentrarse en el comprometido camino del testimonio personal.

Su estructura es sencilla. Tras una breve presentación de cuatro páginas a cargo del editor, en las que este justifica la oportunidad de la publicación, se despliega la obra, dividida en tres partes. La primera lleva la firma de José Luis Segovia (Josito), y sirve para introducirnos en los hechos que se desarrollarán más adelante. Pero sirve también para que el autor tome postura como creyente, como sacerdote que ha escuchado, mirando a los ojos, a algunas víctimas, y como jurista que reflexiona sobre el derecho de estas a ser escuchadas, acompañadas pastoralmente y a ser reparadas por la Iglesia.

La tercera parte corre a cargo de Javier Barbero, que ha sido quien ha acompañado el proceso terapéutico. Su intervención, además de describir dicho proceso terapéutico, dando un nuevo ángulo de visión, nos ofrece pautas sobre cómo actuar en la elaboración de un duelo tan destructivo como es el de todo tipo de abuso. (Muy interesantes son las reflexiones que se hacen a lo largo de toda la obra sobre la relación entre abuso y poder).

Ambas partes sirven de marco a la segunda, que es el centro de la obra, en la que la autora anónima desarrolla el testimonio del infierno vivido y de su proceso de sanación. Este es el testimonio de una víctima de abuso por parte de un miembro de la Iglesia. Pero no es el relato del abuso, sino –como señala su subtítulo– es el Relato de un camino de sanación. Su objetivo lo formula la autora del testimonio de una forma explícita en la página 109: “Mi historia no es un objeto de libre disposición, sino un testimonio de vida que quiero compartir con otras víctimas, con sus familias y amigos, especialmente con las familias de aquellas víctimas que encontraron en el suicidio la única respuesta a su sufrimiento, con terapeutas y sacerdotes que estén dispuestos a comprometerse con las víctimas, con obispos decididos a visibilizar un mal que ha asesinado el alma de miles de católicos y con todos aquellos que, por las razones que fuera, habéis decidido leer este libro”.

Es un testimonio, como señala su autora, hecho desde las lágrimas y el dolor, desde la rabia y la repugnancia, pero, sobre todo, desde el realismo y la confianza. Un realismo que, como dirá Javier Barbero en la última parte del libro, supone un “llamar a las cosas por su nombre, precisamente para poder gestionarlas” (pp. 115-116). Un poner nombre que no evita ser víctima, algo no elegido, pero que sí permite abrir nuevos horizontes y ocupar otro lugar en el mundo que no sea el de simple víctima.

Acompañamiento y gratitud

La autora señala varias veces en su escrito que “el tiempo no cura nada… Solo el amor cura”. Y va a reivindicar constantemente a lo largo de su testimonio la necesidad que tienen las víctimas de poderse mirar en los ojos del otro/los otros, sintiéndose amados, acogidos en su dolor y acompañados en su proceso de sanación. De ahí su constante necesidad de dar las gracias a todos aquellos que acompañaron su proceso: su hermana, sus padres y los otros dos autores del presente libro. Sin duda, estos son dos buenos compañeros, pero en la obra ocupan el puesto de dos muy buenos teloneros, que saben mantenerse en un segundo plano para no quitar nada de fuerza a lo nuclear y mollar del libro, que es el testimonio.

Al terminar la lectura de estas páginas, me queda un sentimiento agridulce. Dulce por la esperanza que transmite el relato de sanación, pero agrio no solo por el dolor de esta víctima anónima, que tuvo el valor de hacer frente a su dolor, y hoy se atreve a hacer una crítica pública, sino también por todas las víctimas que permanecen en el silencio, el anonimato o en el infierno de su dolor.

Creo que el objetivo de este libro es invitarnos a cambiar nuestra forma de afrontar este problema, y es una llamada urgente a que nos atrevamos a mirar a los ojos de las víctimas con el amor y la resolución que ellas necesitan y que en este testimonio se nos reclama.

En el nº 2.987 de Vida Nueva

 

LEA TAMBIÉN:

Actualizado
06/05/2016 | 00:30
Compartir