El Bosco o la atracción del pecado

V Centenario El Bosco

Dos grandes exposiciones conmemoran el V Centenario del fallecimiento del pintor flamenco

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‘El jardín de las delicias’, obra maestra de El Bosco

El Bosco o la atracción del pecado [extracto]

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Iheronimus van Aken Bosch (h. 1450-1516), simplemente El Bosco, habló de religión sin recurrir solo a la historia sagrada, pintó la fe sin necesidad de emular el rigor bíblico de Van der Weyden, retrató lo profano para insistir en el espíritu del cristianismo primitivo, narró la corrupción moral de la vida cotidiana sin ceder al naturalismo de Van Dyck. Fue único. Más que un loco, más que un histriónico con imaginación y genio, fue un humanista católico cuya única ambición era renovar una fe en decadencia. El Bosco, con sus trípticos maravillosos y fantásticos, con sus reflexivas pinturas de altar, fue un atisbo de la contrarreforma antes mismo de la reforma protestante.

No es casual, por tanto, la obsesión española por El Bosco, catapultada ya en el siglo XVI por un Felipe II que vio rápidamente en esa pintura de formas fantásticas y seres infernales una “sátira pintada de los pecados y desvaríos de los hombres”, como escribiera fray José de Sigüenza en 1602. Ni tampoco que España, cinco siglos después, sea el país que más y mejor celebre el V Centenario de la muerte de un pintor y fascinante.

“No son disparates, sino libros llenos de profunda sabiduría y artificio”, así juzgaba Sigüenza esas tablas que el rey prudente –Felipe II fue el mayor y más obsesivo coleccionista del pintor holandés– había adquirido en 1574: Carro de heno, Mesa de los pecados capitales, La Adoración de los Magos, Cristo con la cruz a cuestas y varias Tentaciones de san Antonio. En 1593 ingresaron también en la colección real de El Escorial dos de los cuadros de la etapa de madurez de El Bosco: El jardín de las delicias o La Coronación de espinas, procedentes de la almoneda de Fernando de Toledo. Aquella obsesión coleccionista hace que España sea hoy, entre el Museo del Prado y el Real Monasterio de El Escorial, el país con más obras del pintor.

Un placer efímero

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‘La muerte y el avaro’, en el Museo del Prado

Con El jardín de las delicias, El Bosco alcanzó su cenit. La tabla, pintada entre 1500 y 1510, es una de las obras maestras del Prado, y sobre ella gira el mito del pintor de Hertogenbosch. Nadie ha llegado a conocer la enigmática recreación que el Bosco hace del Génesis, del Paraíso y del Infierno como Pilar Silva Maroto, jefa del Departamento de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del Museo del Prado y comisaria de la gran exposición que le dedicará la pinacoteca a partir del 31 de mayo. “No hay duda de que en esta tabla, El Bosco representa al mundo entregado al pecado y muestra a hombres y mujeres desnudos, manteniendo relaciones, algunas contra natura, con una fuerte carga erótica o sexual alusiva al tema dominante en esta obra, el pecado de la lujuria, aunque no sea el único”, explica a Vida Nueva.

El pecado es un placer efímero, viene a decir El Bosco. “Es una obra de carácter moralizador, no exenta de pesimismo –explica la comisaria–, en la que insiste en lo efímero de los placeres pecaminosos representados en la tabla central. El pecado es el único punto de unión entre las tres tablas. Desde su aparición en el Paraíso con la serpiente y con Eva, el pecado está presente en el mundo y tiene su castigo en el Infierno”. Esa amonestación moral, esa advertencia de que la perdición está cerca, ese recorrido por los pecados del hombre, por la subversión de la fe, por el vicio, la codicia, el egoísmo, por la corrupción del clero y por la depravación del poder, fascinó a Felipe II, que comprendió su extenso simbolismo: el alma que renuncia a la pureza se hunde en el fango de la perdición. O, como llegó a decir, según el P. Sigüenza, si todos pintaban a los hombres como querían ser, él los pintaba como eran. Y no hay salvación.

¿Quién era El Bosco?

¿Quién era El Bosco? La única respuesta es demasiado sencilla: era su propia pintura. A partir de ahí, nada se sabe con certeza. Solo que vivía –y pintaba– obsesionado por el pecado y el infierno. Un ferviente católico de Hertogenbosch, en los Paísses Bajos, que cultivó las pinturas de altar. Un pintor religioso ante todo. “Trató los temas religiosos con verdadera originalidad iconográfica, muy en la línea de la doctrina de la devotio moderna que incita a cada fiel a vivir su propia experiencia personal de imitación de Cristo”, según Carmen García-Frías Checa, comisaria junto a Concha Herrero Carretero de la exposición El Bosco en El Escorial. V Centenario. El magnífico Cristo con la cruz a cuestas o La Coronación de espinas cuelgan aún del Real Monasterio. “Son buenos ejemplos, ya que reflejan la resignación de Cristo ante su sufrimiento, frente a las actitudes impasibles del séquito acompañante, o a las conductas violentas de sus maltratadores”, añade la conservadora de Patrimonio Nacional.

Así que nada hay en El Bosco de herejía ni de secta esotérica, nada de criptocátaro ni de alquimista, sino un acrecentado cristianismo gótico, un estertor medieval en pleno Renacimiento. El Bosco ansiaba una vuelta a la fe primitiva –meditación, sacrificio y salvación, como defendía Tomás de Kempis– y presentaba un hondo compromiso frente a la corrupción de la religión, que ya anunciaba la futura Reforma.

“Si es posible hablar de un talante heterodoxo en El Bosco, este solo se desarrolló dentro de su visceral universo cristiano”, ha escrito acertadamente el filósofo argentino Esteban Ierardo. De los escasos datos biógráficos que se han documentado, figura, ante todo, que perteneció a la Hermandad de Nuestra Señora de Hertogenbosch desde 1486 hasta su muerte incierta, probablemente, en agosto de 1516. Como Xavier de Salas ya escribió hace medio siglo: “Ahí están todavía las obras del Bosco para dicha y enseñanza nuestra. Son motivos eternos, genialmente simbolizados, en el sentido del mundo, de nuestra vida y nuestro ulterior destino”.

Entre El Escorial y el Museo del Prado

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‘El vendedor ambulante’

Colores brillantes, acción compleja, comedia, tragedia, misterio, pecado, vida, muerte, y hasta redención. La fe y el arte de El Bosco se puede ver hasta el 1 de noviembre en una exposición selecta y exquisita, con solo once obras que Patrimonio Nacional muestra en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Entre ellas, cuatro grandes tapices únicos en el mundo, tejidos con hilos de oro, plata y seda sobre cartones atribuidos a atribuidos a Pieter Brueghel el Viejo (1525-1569) con las más famosas obras de El Bosco: El jardín de las delicias, El carro de heno, Las tentaciones de san Antonio y San Martín y los mendigos.

Mientras tanto, el Museo del Prado ultima la que promete ser una exposición “irrepetible, la más grande realizada y la más grande que se haga jamás sobre el Bosco”, según su director adjunto, Miguel Falomir. Esa muestra, que se inaugurará bajo el título de El Bosco. La exposición del V centenario el 31 de mayo –y que permanecerá abierta hasta el 11 de septiembre–, reunirá 65 obras, de las que 35 están firmadas por el pintor flamenco. El propio museo ha producido, junto a RTVE, un esperado documental, El Bosco, el jardín de los sueños –que se estrenará en las salas de cine el 9 de junio–, dirigido por José Luis López Linares y en el que participan, entre otros, Orhan Pamuk, Nélida Piñón o Salman Rushdie.

En el nº 2.987 de Vida Nueva

 

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