Reconciliación y justicia restaurativa

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“Los cristianos tendremos que reavivar la esperanza; ser críticos y colaborar”

Escribe un gran conocedor de Sócrates que éste se maravillaba de la “inestabilidad del mundo humano”, pero “en vez de abandonarse al escepticismo supo elevarse y descubrir un principio de unidad, de estabilidad y de valor” (Giuseppe Graneris en El concepto de justicia en Sócrates, Platón y Aristóteles). La constatación cotidiana de la inestabilidad y la contradicción humana nos lleva fácilmente a dimitir de creer en la posibilidad real de que las cosas puedan cambiar realmente en la sociedad; ni los proyectos civiles o políticos, ni las mismas religiones con sus altos ideales parecen garantizarla. Esto vale para la situación de Colombia y de cualquier país del mundo.

Pero el Foro Construcción de la paz en América Latina dijo hace ya veinte años: “Las iglesias tienen en su propia misión los elementos y principios que pueden convertirse en ejes de una acción por la justicia y por la paz” (CINEP, Memorias del Foro Construcción de la paz en América Latina, nuestro reto, 1995). Y este es su reto, desde el anuncio del Reino que trajo Jesús de Nazaret hasta hoy: aquí y ahora, responder a la urgencia de la sociedad colombiana por una paz que no puede nacer realmente sino desde la reconciliación y la justicia restaurativa y reparadora.

La justicia restaurativa “se basa en la creencia de que las partes de un conflicto deben estar activamente involucradas para resolver y mitigar sus consecuencias negativas (…) Es una metodología para solucionar problemas que involucra a la víctima, al ofensor, a las redes sociales, las instituciones judiciales y la comunidad” (Manual sobre Programas de Justicia restaurativa). Parte del principio de que el abuso y la violencia no solamente violan la ley, sino que hieren a las víctimas y a la comunidad. Es necesario darles a éstas voz y motivarlas a expresar sus necesidades; así como es necesaria  la compensación del daño causado, haciendo a los delincuentes responsables de sus acciones e involucrando a la comunidad, muchas veces cómplice, en la resolución del conflicto y la reparación de las relaciones.

El “Acuerdo General para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”, firmado en La Habana entre el Gobierno y las FARC, concluye que: “La construcción de la paz es asunto de la sociedad en su conjunto (…) El respeto de los derechos humanos en todos los confines del territorio nacional es un fin del Estado. El desarrollo económico con justicia social, equidad, bienestar y armonía con el medio ambiente, es garantía de paz”.

Hermosas palabras. Pero después de tantas guerras civiles, tanta violencia, tantas constituciones impuestas por los vencedores de turno, se tiene la sensación de que todo sigue igual y nada ha cambiado ni va a cambiar realmente. A 50 años de la muerte martirial de Camilo Torres, las cosas parecen seguir como en su tiempo; se redujeron los asesinatos, pero la injusticia y la desigualdad siguen siendo la tónica de la realidad colombiana. Como dice una canción: “La cosa no cambia Camilo/ somos más pobres y menos ricos”. Pero la misma canción termina: “Otra Colombia es posible, tú trazaste el camino”.

Para esa paz con justicia, será necesario una vez más, subir la montaña de los retos de siempre: la lucha pacífica por la justicia y el progreso para todos, la soberanía popular y un Estado que proteja a su pueblo desde el norte al sur, del este al oeste. Los cristianos tendremos que reavivar la esperanza, ser críticos y colaborar activamente en todos los esfuerzos de reconciliación, justicia restaurativa y búsqueda de mayor equidad, si queremos merecer el nombre de tales.

Victorino Pérez Prieto

Teólogo

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