Haciendo memoria de la violencia política en Colombia

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Perspectivas para una misión eclesial de paz

Hablar y escribir sobre la paz se convirtió en un tema obligado de políticos, periodistas, columnistas y expertos en la materia. Ciertamente no puedo yo invocar a mi favor ninguno de estos títulos, razón por la cual quiero hacer memoria de algunos hechos y experiencias de vida que perduran en el “disco duro” de mi memoria.

Revolucion-Poster2Es posible que algunos de estos recuerdos no se ajusten a la verdad histórica consignada en libros y artículos de prensa, pero permiten una aproximación a los hechos; aproximación de todas maneras válida en cuanto que “la vida como dice nuestro Nobel, Gabriel García Márquez no es la que uno vivió sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.

Mi primer recuerdo se remonta al 9 de abril de 1948. Justo dos meses después de haber iniciado estudios en el seminario de Ibagué, la noticia del asesinato del Dr. Jorge Eliecer Gaitán tuvo el efecto de una bomba que paralizó la vida del claustro. De fuera llegaban las noticias de manifestaciones violentas, de asaltos, de robos y destrucción. El rector nos reunió para informarnos que los presos de la cárcel se habían fugado y existía el temor de que los liberales se tomaran la curia y el seminario porque había en la ciudad un ambiente anticlerical motivado por algunas actitudes del obispo que, entre otras cosas, había prohibido la lectura del periódico El Tiempo.

La angustia y la preocupación crecieron aún más cuando supimos de los destrozos causados por la chusma al Colegio La Salle, a la curia y a la nunciatura apostólica en Bogotá. Y todavía más cuando nos enteramos de la muerte violenta del párroco de Armero, P. Pedro María Ramírez, y de otros dos sacerdotes de la diócesis.

Andando el tiempo y leyendo lo que significó el 9 de abril en la historia de Colombia he podido entender que fue ese día cuando comenzó la violencia política en Colombia; una violencia que dejó más de 300.000 muertos y mostró hasta qué extremos puede llegar el fanatismo y la intolerancia política.

Odio y sectarismo

Después de la muerte de Gaitán, y aproximadamente durante 10 años, el Tolima fue escenario de la más terrible violencia, atizada por el odio y el sectarismo político, y accionada por bandoleros liberales y conservadores en las poblaciones del norte y sur del departamento.

Recuerdo los relatos de muertes y masacres atribuidas a las cuadrillas de los tristemente célebres bandidos Sangrenegra, Desquite, Tarzán y muchos otros que hoy son recordados como bandidos sin educación, sin miedo y sin escrúpulos. Al primero de éstos se le atribuyen 377 homicidios, 270 secuestros y 300 casos de violación de mujeres, además de los delitos de extorsión, chantaje y atraco. Fue dado de baja en el año 1964 y exhibido como trofeo de guerra en las instalaciones de la VI Brigada de Ibagué, donde fui testigo de cómo los soldados escupían, pateaban y maldecían al famoso bandido que sin duda les dio muchos dolores de cabeza.

japspoliticas.wordpressEn el año 1962 se publicó el libro La violencia en Colombia, escrito por Mons. Germán Guzmán Campos, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna, miembros de la comisión integrada por el Dr. Alberto Lleras Camargo para estudiar las causas de la violencia en Colombia. Sobra decir que se trata de un libro valiente que hizo “un enjuiciamiento histórico a las élites gobernantes responsables del desangre”. Este libro produjo reacciones de rechazo en sectores de los partidos políticos y, aun, de la Iglesia.

Varios hechos significativos contribuyeron a disminuir y acabar aquella horrible etapa de violencia: el Frente Nacional o acuerdo entre los jefes de los dos partidos políticos para alternarse en el poder por un período de 16 años; la acción intrépida del Batallón Colombia a cargo del general José Joaquín Matallana y la Gran Misión del Tolima promovida por Mons. Rubén Isaza Restrepo.

Con frecuencia se dice que quien olvida la historia corre el riesgo de repetir los errores. Y también es válido afirmar que el recuerdo de la historia puede aportar soluciones en casos similares.

En el supuesto de que podamos celebrar el fin del conflicto armado con la desmovilización de las FARC y la dejación de sus armas, qué bueno sería vivir una experiencia de desarme de todos los sectarismos y la unificación de todas las fuerzas para un trabajo contundente en favor de la paz. Y como soñar no cuesta nada, pienso en la posibilidad de nuevos dirigentes que se pongan al frente del gran propósito nacional de tener un país nuevo.

La hora de la Iglesia

En los albores de la década de 1960, la propuesta y la convocación de monseñor Rubén Isaza de realizar la Gran Misión del Tolima tuvieron la más decidida y entusiasta respuesta de parte de sacerdotes, religiosas, estudiantes y laicos. El Tolima había sufrido demasiado a causa de la violencia y estaban dadas las condiciones para capitalizar el anhelo de que aquella mala hora terminara. Hoy, la historia se repite: hay cansancio en el pueblo y deseo de que el país reencuentre el camino de la paz. Hay también cansancio e inconformidad de que la paz sea mirada como una bandera política. Esta es la hora de la Iglesia: ¿no podríamos apostarle otra vez a una Gran Misión de Paz en todo el país?

 

La Gran Misión del Tolima

A finales de 1959 fue nombrado como obispo de Ibagué monseñor Rubén Isaza Restrepo. Llegó cuando el Tolima no se reponía aún de los efectos negativos de la violencia.

Su primera preocupación fue organizar y promover una Gran Misión en todo el territorio de la diócesis. Dedicó a ella toda su energía y celo pastoral para llevar a cabo la ambiciosa tarea de aclimatar la paz, desde el Evangelio, en este departamento tan golpeado por la violencia política.

Para ese entonces, ya ordenado sacerdote por el mismo Mons. Isaza, tuve la oportunidad de recorrer con un pequeño equipo de religiosas, seminaristas y estudiantes voluntarios algunas veredas de Líbano, Villahermosa y Rovira. Recuerdo nombres como El Bosque, El Resguardo, la Marranera, donde pudimos darnos cuenta de los estragos producidos por el odio y el sectarismo político.

japspoliticas.wordpressEl periódico El Nuevo Día de Ibagué, en su edición del 14 de agosto de 2014, hacía referencia a lo acontecido en el departamento en medio de la atroz violencia de mediados del siglo pasado, cuando a instancias del obispo de Ibagué y la participación de diversos grupos sociales, se llevó a cabo la llamada Gran Misión del Tolima, que fue elemento decisivo para acallar los fusiles, desterrar los odios e iniciar la reconstrucción de un territorio asolado por la más absurda confrontación de la que se tenga memoria.

Lo ocurrido con la Gran Misión del Tolima, concluía la nota, debe y puede replicarse, para que nunca más se repita el enfrentamiento entre hermanos que deben compartir una misma tierra.

Me pregunto si en las circunstancias actuales y en el marco del Año Santo de la Misericordia no valdría la pena realizar en todo el país una misión de paz y de reconciliación que nos permita compartir el mensaje de paz, amor, verdad y justicia que constituye el núcleo central del Evangelio. Sería el mejor aporte de la Iglesia en la línea de hacer posible el anhelado sueño de la paz. Y sería también una preparación excelente para recibir en el año 2017 la esperada visita del papa Francisco.

Mons. Fabián Marulanda

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