¿Cárcel o misericordia?

javierdevilman

“Entre más duro es el castigo, más se imposibilita la rehabilitación”

La coyuntura actual de Colombia nos urge a seguir reflexionando sobre el binomio justicia–perdón, esta vez traducido en el binomio cárcel–misericordia.

Para quienes trabajamos por la paz, el mes de abril llegó con la buena noticia del inicio de conversaciones entre el Gobierno Nacional y el ELN. Mientras esto sucedía y llenaba de júbilo en distintas zonas del norte del país, se gestaba el paro armado y violento promovido por Dairo Antonio Úsuga, alias “Otoniel”, y su banda criminal (El Clan Úsuga). Casos perversos como este ciertamente necesitan intervención policiva y militar. Existen, sin embargo, en Colombia, miles de jóvenes y adultos que siguen afiliados a las bandas criminales, porque despues de un primer crimen (aunque sea menor) ante el deseo de recuperarse y regresar a la civilidad se encuentran con el dilema cruel de tener que entregarse y pagar cárcel o, más bien, seguir generando dineros ilícitos para que la banda pueda asegurar armas y aliados que los protejan de ser capturados o asesinados.

Urge preguntarnos, entonces, si dentro de una cultura de misericordia, ¿podrían o deberían los cristianos promover leyes de favorabilidad jurídica (más los componentes indispensables de empleabilidad y de educación para la paz) para que estos miles de colombianos vuelvan a la civilidad, al respeto de la ley y a las prácticas democráticas?

Si esto ha sido aceptado para los grupos paramilitares, para las FARC y ahora para el ELN, ¿por qué no para las bandas criminales? ¿No nos resultaría más humano ayudarlas a una recuperación, que querer eliminarlas con rabia y con sangre? El castigo genera más violencia, mientras que la misericordia genera paz.

El fracaso estruendoso de las cárceles obligará algún día a los cristianos del mundo a promover el abolicionismo penal. En la cárcel se castiga la violencia y la ilegalidad; sin embargo, es el espacio en el que más se reproducen. No se frena el delito echando a la cárcel a un delincuente. La gran mayoría de ellos reincide y hereda sus comportamientos y prácticas a hijos o familiares.

Paradójicamente, entre más duro es el castigo, como lo exigen airadamente muchos ciudadanos y muchos cristianos, más se imposibilita la rehabilitación, que según la ley es la finalidad última de la prisión. En donde más se busca recuperar la dignidad humana es donde más se le viola.

El mandato de la misericordia para un ser humano mínimamente evolucionado, o mejor, para un discípulo de Jesús, demanda superar la cultura del castigo, reducida hoy en día a la más ineficiente e inhumana de las prácticas: la cárcel.

La misericordia, dice el papa Francisco, “reconoce el rostro de Jesucristo sobre todo en quien está más lejos, débil, solo, confundido y marginado. La misericordia sale a buscar la oveja perdida, y cuando la encuentra manifiesta una alegría contagiosa”.

Y entonces, ¿cárcel o misericordia?

P. Leonel Narváez

Presidente de la Fundación para la Reconciliación

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