‘La Biblia en la literatura hispanoamericana’: cinco siglos reescribiendo las Escrituras

Creyentes o ateos, los grandes escritores han sucumbido al influjo del Evangelio

Arriba: Jorge Luis Borges y Pablo Neruda. Abajo: García Márquez y Ernesto Cardenal

Arriba: Jorge Luis Borges y Pablo Neruda. Abajo: García Márquez y Ernesto Cardenal

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | “La presencia de la Biblia en la literatura hispanoamericana es una dimensión al mismo tiempo obvia y oculta, oculta y aun escamoteada”, señalan al unísono Daniel Attala y Geneviève Fabry, coordinadores de un extraordinario y riguroso ensayo colectivo que acaba de ver la luz, La Biblia en la literatura hispanoamericana (Trotta). Nunca se había abordado, hasta ahora, tan sistemáticamente la presencia del Antiguo y Nuevo Testamento en más de cinco siglos de literatura transatlántica: desde Cristóbal Colón y los cronistas de Indias –Francisco de Vitoria, Juan Ginés de Sepúlveda, fray Bartolomé de Las Casas– hasta la áspera narrativa de los colombianos Gabriel García Márquez y Fernando Vallejo.

“El universo textual e imaginario de la Biblia –proclaman– irriga amplia y profundamente la literatura del subcontinente. Es algo sabido. Ninguna diferencia, en este sentido, con la literatura española o europea en general”. Lo que le distancia es la negación, el empeño de la crítica académica en esconder y restar valor a la presencia de las Escrituras en la literatura ampliamente entendida: desde la novela y el relato a la poesía, el teatro, la crónica y hasta el ensayo. “Raras veces esta presencia ha sido objeto de estudios sistemáticos, y menos aún de síntesis que abarcaran períodos, países y ni siquiera obras más o menos completas de tal o cual autor”, insiste Daniel Attala (Gálvez, Argentina, 1965), novelista, crítico, traductor y profesor de Literatura en la Universidad de Bretagne-Sud. “Tal laguna puede sorprender y sorprende”, puntualiza en el prólogo Geneviève Fabry, catedrática de Literatura Española e Hispanoamericana en la Universidad Católica de Lovaina.

Attala y Fabry no entran en “las razones de la ocultación y el escamoteo”, como describen, sino que prefieren insistir en lo que hasta ahora se ha callado. “Basta constatar lo poco que se ha estudiado la presencia de la Biblia, sin embargo fundamental no solo en anticlericales declarados como José Martí o en ateos militantes como Pablo Neruda, sino ni siquiera en lectores familiares del texto evangélico desde la infancia como César Vallejo o apasionados de las Escrituras como Miguel Ángel Asturias”, explican. Y, en consecuencia, ponen toda su perspicacia en demostrar cómo su ambicioso proyecto –“estudiar las relaciones de los textos literarios con ese hipotexto mayor de la literatura occidental que es la Biblia”, según lo resumen– supone “una nueva e interesante representación de lo que solemos llamar historia de la literatura hispanoamericana”.

No se trata de examinar la literatura como un “lugar teológico”, sino constatar como, pese a “la secularización creciente” de la cultura, “la huella bíblica es omnipresente en los textos literarios, filosóficos, morales e incluso políticos”. Y aquí también insisten ambos profesores: la intensa presencia de la Biblia en los textos literarios hispanoamericanos no es solo historia, sino también presente. “La secularización, tal y como se desarrolla en la zona norte del Atlántico –afirman apuntando a los Estados Unidos y Canadá–, dista mucho de la que tiene lugar en América Latina”.

El texto más citado por Borges

Es, entre otros múltiples aspectos, lo que demuestra la tercera y última parte del libro: “Del siglo XX al siglo XXI: teselas de un mosaico incierto”. Es decir, un recorrido a fuerza breve –pese a las más de 600 páginas del ensayo– por la religiosidad teñida de ideales de César Vallejo, José María Arguedas y Olga Orozco hasta el credo más incierto de Pablo Neruda o Jorge Luis Borges. Es cierto, por ejemplo, que la fe religiosa se vislumbra en los versos de Neruda como apenas un vago panteísmo, pero “se puede deducir una intensa devoción hacia ese libro sagrado, probablemente por su valor humano y literario más que por razones religiosas”, escribe Selena Millares en el capítulo dedicado al Nobel chileno.

La-Biblia-en-la-literatura-hispanoamericana“La Biblia es sin duda el texto al que Borges alude con mayor frecuencia –dice Attala sobre el escritor argentino–. Rara vez la crítica se abstuvo de notarlo, y de advertir incluso sobre la importancia que tendría ese hecho, que aunque meramente estadístico, autoriza a suponer un sentido profundo”. Hay, además, ensayos sobre Juan Rulfo, Augusto Roa Bastos, Gabriel García Márquez o, por supuesto, sobre el iconoclasta Fernando Vallejo. Es decir, la mejor literatura hispanoamericana del siglo XX.

Kristine Vanden Berghe, profesora de Literaturas Hispanoamericanas en la Universidad de Lieja, es quien se ha encargado de examinar las alusiones a la Biblia en la narrativa de otro Nobel, el colombiano Gabriel García Márquez. Y sorprende esa dualidad, esa contradicción, por ejemplo, en Cien años de soledad (1967), en donde, por una parte, Macondo se concibe como una parábola de la creación e, incluso, la famosa novela contiene una “estructura bíblica”, aspecto que ya en los años 70 avanzó Ricardo Gullón. Pero, por otra parte, persiste en la obra de García Márquez un evidente “sarcasmo teológico”.

Esta misma dualidad, esa contradicción, está presente en Crónica de una muerte anunciada (1981), novela que puede leerse como una reescritura paródica de la pasión de Cristo pero, a la vez, “como un comentario crítico sobre la traición de los valores del cristianismo primitivo”. También es posible seguir el rastro de los Evangelios en otras obras del Nobel colombiano. Pero todavía más evidente es la intertextualidad bíblica en Juan Rulfo, un autor que influyó mucho en Gabriel García Márquez. “Las dos obras que han consagrado al autor mexicano –El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955)– contienen tan elevado número de referencias religiosas que el lector puede sorprenderse, si se tiene en cuenta que ambas obras son ajenas a una intencionalidad religiosa”, señala Juan Carlos González Boixo, autor del ensayo sobre el narrador natural de Jalisco.

“La lectura de la obra literaria de Rulfo en clave religiosa, con sus múltiples referencias bíblicas –añade–, permite comprender el sentido simbólico del mundo desolado de Comala: un mundo sometido a injusticias que no encontrará su salvación fuera de este mundo ‘real’”. La conclusión bien vale para cinco siglos de literatura hispanoamericana.

Las Sagradas Escrituras de la independencia americana

El fascinante recorrido por la Biblia en la literatura hispanoamericana comienza con el Libro de las Profecías (1502), atribuido a Cristóbal Colón –que se reivindicó, precisamente, a partir de una relectura muy particular de los textos bíblicos– y prosigue por los cronistas de Indias en el siglo XVI (Hernán Cortés, López de Gomara, Bernal Díaz del Castillo, entre ellos) y el XVII (Torquemada, Solís). La primera parte –con sor Juana Inés de la Cruz, entre otros autores– concluye ya en el siglo XIX con la desconocida literatura de la Independencia: fray Servando Teresa de Mier, Francisco Javier Clavijero, Juan Pablo Viscardo, fray Camilo Henríquez, Bernardo de Monteagudo o Juan Germán Roscio.

“La Biblia no les sirve a estos autores para estabilizar el statu quo del sistema, sino para propulsar la revolución”, sostiene el ensayo. Y, ya en su segunda parte, rápidamente penetra en el Modernismo, en Rubén Darío y Amado Nervo, y la poesía posmodernista de Delmira Agustini, Alfonsina Storni y Gabriela Mistral, que encarnan una particular conexión del imaginario bíblico con la poética de lo íntimo y lo próximo. Con ellas se llega a la gran poesía posterior a las vanguardias, nítidamente religiosa y desencantada: Ernesto Cardenal, Óscar Hahn, José Emilio Pacheco. Y, sobre todo, al boom y los casos paradigmáticos de Miguel Ángel Asturias y Alejo Carpentier.

En el nº 2.986 de Vida Nueva

 

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