Un oasis en medio de la violencia

En la periferia de Santiago de Chile, educar con el sello de la consolación es amor que transforma la vida de las personas

A mediados del siglo pasado la industrialización y la creciente pobreza en los campos generó una fuerte migración hacia las ciudades. En Chile, la población de Santiago aumentó enormemente, en especial en el sector sur. Los nuevos habitantes, poco a poco organizados, se asentaron en terrenos tomados por la fuerza y allí levantaron sus moradas sin la infraestructura necesaria. Esos asentamientos fueron llamados poblaciones y así surgió un nuevo actor social y político: el poblador. Se caracterizó por su condición de extrema pobreza.

En 1959 se constituyó la población José María Caro como parte de un programa del gobierno que dio viviendas a unas 95 mil personas, en esa zona sur de Santiago. Sus dirigentes se hicieron parte del movimiento de pobladores y participaron en manifestaciones políticas a veces fuertemente reprimidas y que, incluso en una oportunidad, dejó algunos muertos. La población obtuvo así su prestigio de brava, con altos índices de delincuencia, sólida organización y fuerza social para defender sus intereses y expresarse en manifestaciones políticas.

Desde sus orígenes, en medio de esta población está el Centro Educacional Monseñor Luis Arturo Pérez atendido hace 30 años por las Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación, un congregación de origen catalán, presentes en ocho países latinoamericanos y en cuatro diócesis chilenas que integran una misma provincia con comunidades en Argentina, Bolivia y Perú.

“Nuestra misión es ser instrumento de misericordia y consolación para aquellos que lo necesiten”, dice la superiora provincial Loreto Navarrete. “Tenemos una fuerte fundamentación bíblica en la consolación –continúa–, muy relacionada con la misericordia, ahora tan reforzada por el magisterio del papa Francisco”. Su carisma las lleva a servir en los sectores educacional y sanitario, con colegios en sectores pobres, en Santiago y en zonas rurales; y con hogares de ancianos o de personas con discapacidades en sector periféricos de ciudades del interior. En otros países están abriéndose a nuevos desafíos: atención a inmigrantes en casas de acogida, colaborar con la recuperación de drogadictos y fortaleciendo la misión compartida, el trabajo con laicos para hacer efectiva la familia carismática de la consolación que integran hermanas y laicos.

En Santiago, el Colegio empezó con enseñanza básica y poco a poco fue creciendo. Desde 1985 incluye el oficio de técnico administrativo con dos menciones: logística y recursos humanos. Unos 70 profesores atienden a sus actuales 2.100 alumnos, que vienen de las poblaciones populares del sector.

 

Trabajo para las familias

“Las familias de los alumnos son de pocos recursos. Aunque hay apariencia de buen nivel, hay mucha pobreza”, dice Wilma Olea, directora de convivencia del Colegio. “Aquí hay buena disciplina –agrega– con un prestigio ganado por eso. La gente dice que es un oasis en el sector porque no hay grandes problemas de violencia, sólo lo habitual de niños y jóvenes, pero hay un ambiente de respeto”.

Y ese ambiente, Olea lo atribuye “al trabajo que hacemos con las hermanas. La opción por los pobres es percibida por las familias, sienten que estamos trabajando para ellos. Los profesores tienen dos entrevistas al año con los padres de los niños y con las familias hay diálogo, se trabajan temas de formación, y así nos vamos conociendo. Ese es el fundamento de nuestro vínculo con ellos. El profesor logra conocer a los chiquillos; en la medida que los conocen, los aman y si los aman pueden transformar la vida de las personas. Ellos sienten que es real lo que predicamos: que la enseñanza se hace con amor y el amor se expresa con gestos concretos que ellos perciben”.

La directora de convivencia recuerda que “esta población fue marginal, aquí terminaba Santiago cuando se fundó, en donde había mucha delincuencia. Ahora se suma el flagelo de la drogadicción con su secuela de violencia. En el colegio hay personas relacionadas con la droga, pero aquí logran adecuarse al respeto y la convivencia más sana. Es terrible que para muchos niños ese ambiente de la droga sea lo cotidiano”.

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Las religiosas se preocupan de compartir con los profesores su carisma y muchos de ellos lo acogen, lo que se va notando en el quehacer educacional del Colegio. Es un carisma que se lee sin muchas explicaciones. Olea expresa cómo esto se concreta en el colegio: “las hermanas nos muestran un modelo de vida que para nosotras, profesoras, se ha ido quedando en el corazón. Ese modelo es el que reciben y acogen los muchachos aquí en el colegio. La congregación pone ese corazón en nuestro quehacer. Ese es el espíritu de Jesús que nosotros vivimos y tratamos que vivan también todos los chicos y chicas que están en el colegio”.

La hermana Adriana Zurita llegó desde Tucumán (Argentina) y es profesora de Religión en el Colegio. Dice que “la preferencia de la congregación por los sectores vulnerables es real porque forma parte del ADN de la orden”. El deseo de la madre fundadora, santa María Rosa Molas, era que “el pobre sea asistido y Dios sea alabado”.

Para esta hermana argentina, “este colegio es una opción por los que nadie apuesta, es una población marginal donde hacemos esfuerzos por acompañar una educación de calidad que les permita a los chicos superar el medio en el que han vivido siempre para dispararse a los nuevos escenarios y los nuevos desafíos. Las presencias que tenemos en Chile son pequeñas, pero insertas donde se hace más necesaria la consolación”. Y agrega: “nosotras tratamos de expresar, de mostrar, la consolación con gestos de cercanía, sencillez, acogida, haciendo lo que tenemos que hacer lo mejor posible, brindando un servicio de calidad. En los colegios colaboramos para tener una educación de excelencia, mostrándole a los chicos que se puede superar el ambiente, siendo responsables día a día”.

 

Hablar al corazón

“Yo creo que consolación, como dice el profeta Isaías en el capítulo 40 –complementa la hermana Zurita–, es hablar al corazón del hombre y decirle que Dios está contigo. La consolación es hablar al corazón, es animar, dar vida plena. Si tengo delante de mi o junto a mí un empresario, también necesita consolación, acoger el mensaje de este Dios que lo consuela y le dice: ‘estoy contigo para que sirvas mejor, como cristiano, haciendo que otros lleguen a la vida plena’”.

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“Parece tan sencillo decir a otro ‘Dios te ama, está contigo’ –complementa Olea–, pero no es tan simple porque no es sólo palabras, sino que se expresa y se percibe en el trato, en la forma de vincularse con el otro”.

En el colegio cuidan la coherencia en sus actitudes para hablar al corazón de los estudiantes y de sus familias, haciendo vida las opciones de la congregación: los pobres y los jóvenes. Pero antes de hablar, ellas escuchan. “Para llegar al corazón hay que escuchar”, dice la hermana Navarrete. Y prosigue: “En mi servicio de provincial veo la mucha vida que las hermanas dan, respondiendo a exigencias tan diversas. Ellas ponen atención y acogen a todos quienes las rodean y así pueden servir, acompañar y consolar. Lo hacemos como hermanas, con espíritu fraterno, sin sentirnos profesionales o superiores”.

ROBERTO URBINA AVENDAÑO

 

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