¡La universidad y la paz se besan!

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Entrevista a Hno. Carlos Gómez Restrepo

Rector de la Universidad de La Salle

Decir que ‘la universidad y la paz se besan’ es una forma de actualizar la sabiduría bíblica: ‘la misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan’ (Sal 84,11). Como educador, el Hno. Carlos Gómez Restrepo, rector de la Universidad de La Salle, es un testigo excepcional del papel de la universidad colombiana en la construcción de la paz. “Siempre he creído que la educación es política, nunca he pensado que la educación es neutral; al fin de cuentas, lo político es la construcción de lo social”, asevera el religioso lasallista.

En un país donde la violencia se ha ensañado particularmente con la población campesina, en la “Colombia profunda y olvidada”, como la denomina el Hno. Carlos, no es suficiente la firma de un acuerdo de paz para escribir una nueva página en la historia. “La paz pasa por la construcción de una sociedad más equitativa, que cree oportunidades para quienes históricamente no las han tenido”, y es allí donde la educación superior tiene un lugar preponderante. Así lo expuso el rector de la Universidad de La Salle en diálogo con Vida Nueva, desde sus profundas convicciones y algunas experiencias como el proyecto Utopía (VNC No. 138), el campus que la Universidad creó hace casi seis años en Casanare, para la formación de jóvenes ingenieros agrónomos provenientes de zonas rurales que han padecido el rigor de la violencia.

Hno.-Carlos-Y-Hno¿La universidad colombiana está comprometida con la paz?

Creo que sí. Existen muchos elementos que permiten pensar que hay distintos tipos de compromiso. Y no hay unos que sean mejores o más valiosos, todos aportan significativamente. Por ejemplo, hay muchos trabajos en ciencias sociales que son fundamentales para ayudar a entender procesos, a canalizar propuestas. Ese es un papel fundamental que tiene que jugar la academia, en el sentido de ayudar a entender los procesos sociales del pasado y proyectar los del futuro.

Algunos hemos encontrado otras maneras. En el caso nuestro, decidimos darle sentido a lo que hacemos y ponerle norte a nuestra investigación, convencidos de que teníamos que hacer algo distinto para apostar por la paz.

Utopía es un proyecto abanderado de educación superior rural para la paz, ¿cómo nació esta iniciativa?

El cómo y el cuándo es complejo, porque Utopía es un sueño de juventud que fue tomando forma en la Universidad de La Salle. Pero sí me gusta decir una cosa: Utopía no nació en el contexto de la negociación del fin del conflicto armado. Cuando nosotros pensamos, soñamos y creamos Utopía, nadie en este país hablaba de una negociación para ponerle fin al conflicto armado. Siempre lo pensamos bajo la idea de que era un “laboratorio de paz”. Por eso, desde el principio teníamos claro que los estudiantes serían chicos y chicas de la “Colombia profunda”, la “Colombia olvidada”, que han estado muy cerca de los procesos de violencia.

Construir la paz va mucho más allá de firmar acuerdos. Vivir en esas regiones, en donde las oportunidades son nulas, donde ir al colegio no significa un plus para la propia vida, es frustrante para uno como maestro. Ver que nuestros estudiantes son muy buenos pero se van a quedar siempre “menores de edad” porque no tienen cómo catapultarse, de alguna manera motivó el nacimiento de Utopía, en mayo del 2010, en un momento histórico complejo de predisposición hacia la guerra. Dos años después se conoce que hay una negociación y dijimos: ¡Dios mío!, se alinearon los astros para que Utopía tenga más posibilidades y genere más oportunidades.

Ese el “génesis” de este proyecto que hace parte de la misión de la universidad y su impacto social, y que para nosotros, los Hermanos de La Salle, nos remite a un voto que hacemos: “asociación para el servicio educativo de los pobres”. Por eso el proyecto está al servicio de los ciudadanos rurales pobres, mediante una propuesta formativa, pero también pone de manifiesto nuestra posición frente a las causas de la pobreza y a los desafíos de la paz, porque “la justicia y la paz se besan” y uno no puede amar a los pobres sin trabajar las causas de la pobreza.

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¿Qué se requiere por parte de la universidad colombiana para que “la justicia y la paz se besen”?

“Que la justicia y la paz se besen” es una expresión muy bonita, entre otras cosas porque nunca habrá paz o nunca caminaremos hacia una paz sostenible mientras no resolvamos los problemas que de alguna forma condicionan la ausencia de paz o crean ambientes violentos. Pienso que la universidad colombiana ha ayudado a entender esos problemas.

La paz pasa por la construcción de una sociedad más equitativa, que cree oportunidades para quienes históricamente no las han tenido, con la cada vez mayor convicción –no solamente de la universidad, sino del país entero– de que la educación de calidad es un elemento impresionantemente incluyente. Y considero que eso no solamente ha sido el trabajo de las universidades. La Iglesia Católica, por ejemplo, siempre ha entendido que el Evangelio, el mandamiento del amor, se realiza en cosas concretas que pasan por la justicia y van más allá de la equidad, creando oportunidades que generan comportamientos pacíficos.

Entonces, en la etapa del posconflicto, ¿qué lugar corresponde a las universidades?

Foto-1No me gusta la palabra posconflicto porque siempre he creído que el conflicto es un dinamizador de la vida social. El conflicto siempre existirá, y lo peor que podemos hacer es creer que lo vamos a dejar atrás. Es consustancial con la naturaleza humana y la existencia de la sociedad. El problema no es el conflicto sino cómo lo manejamos. Si entendemos que el conflicto es un generador de posibilidades, pues vamos a construir una sociedad plural y eso es muy importante. Por eso, prefiero hablar del inmenso desafío de la construcción de la paz, porque haber hecho la guerra es terrible, costoso y doloroso, y si bien es cierto que negociar políticamente el fin del conflicto armado es muy complejo, ya no vamos a medir el éxito por el número de muertos –cuántos fueron los guerrilleros o los soldados ‘dados de baja’–, ahora nos tendremos que preguntar cuántos pobres menos hay, cuántos tienen mayor acceso a una educación de calidad. Es otra cosa, tenemos que cambiar el imaginario para empezar a medir la construcción de la paz. Obviamente, también uno entiende que hacer la guerra es más fácil que construir la paz, y es ahí donde creo que las universidades tenemos varias cosas que hacer en diferentes niveles.

Formar el criterio

En primer lugar la universidad, y en general la educación, tiene que ayudar a formar el criterio, proporcionando los elementos conceptuales para que cada cual pueda pensar lo que quiera pero ilustradamente, de la mano del conocimiento. El tema de los conceptos concierne a la universidad, porque se supone que debemos ayudar a pensar, y uno no piensa sin fundamentos. Hablar de la historia de Colombia, de la confrontación armada, de los distintos grupos que han hecho parte del conflicto, no resiste análisis simplistas, y en eso las universidades tenemos una responsabilidad muy grande, porque esos debates hay que hacerlos en el interior de nuestros claustros para que los estudiantes ganen en conceptos y en criterio. Ese es un punto muy importante, pero no es el único.

La reconciliación es otro asunto que también compete a las universidades. Hay muchas posibilidades dado que el currículo debe pensarse siempre en forma ampliada, no solamente referido a lo que se tiene que estudiar para ser profesional. En este sentido, es necesario convertir las aulas universitarias en espacios para la reconciliación. Debe pensarse en cómo traer experiencias de reconciliación a las universidades, porque aquí todos tenemos que reconciliarnos y en las aulas universitarias hay víctimas, victimarios, y aquellos que creen que no están en ninguna de las dos categorías. Pero mientras sigamos convencidos de ello, jamás vamos a creer que tenemos que avanzar en procesos de reconciliación. Esto significa, entre otras cosas, desarmar los fundamentalismos y ese también es un trabajo que tiene que hacer la universidad. Los fundamentalismos de cualquier tipo: políticos, religiosos… porque todo lo que suene a fundamentalismo es muy peligroso.

En términos de acciones concretas para construir la paz, ¿qué puede hacer la universidad?

_DSC6190Ese es otro nivel, el de las acciones concretas. Uno puede hablar mucho sobre la paz, pero hay que mostrar caminos, y ello implica que el capital humano, científico y la infraestructura que tiene una universidad deben canalizarse en nuevas propuestas, que no sean “más de lo mismo”. Hay que plantear alternativas y las universidades tienen la posibilidad de crear y creer que otras cosas son posibles. En ese campo es donde ubico nuestra Utopía. No es la única solución, pero es un camino que puede ayudar a respirar.

¿Qué se está aprendiendo con relación a la educación superior rural y su impacto a favor de la paz?

Se están logrando muchos aprendizajes. Digamos algunos. Desde la perspectiva humana una de las cosas que hemos aprendido es que la reconciliación es posible, al menos entre los jóvenes, si media una oportunidad que haga más rentable mirar el futuro con esperanza que el pasado con odio. Los muchachos que han sufrido la violencia, cuando encuentran un proyecto que los pone de cara al futuro, dan el paso. Yo no sé si eso signifique perdón, seguramente no, porque siguen recordando todo lo que ha pasado y lo siguen viviendo, pero de alguna manera dan el paso, deciden que es mejor pensar hacia adelante que mirar para atrás. Y entonces yo creo que los procesos de reconciliación en ese sentido se facilitan. Cuando uno ve muchachos que llegan mirando al piso, con tristeza en sus ojos y en sus corazones, y de pronto dos, tres, cinco meses después uno los oye hablar de proyectos, entonces uno dice: “estos ya están del otro lado”. Y lo estamos logrando sin forzarlos, sin sermones, la dinámica del proceso educativo es así.

Educar la “Colombia olvidada”

También hemos aprendido que la educación es un instrumento fundamental, imprescindible, urgente, importante y necesario en los procesos de construcción de la paz. Particularmente la educación de calidad para la “Colombia profunda”, la “Colombia olvidada”. Si fuera una pobre educación, sería perpetuar la pobreza. El tema de la educación de calidad no es un juego, hay que pensarla para resolver los problemas más urgentes con procesos de calidad. La educación es la única instancia no violenta que puede focalizar a nuestros jóvenes.

IMG-20151216-WA0004Otro aprendizaje es que la paz de Colombia pasa por el desarrollo rural, que tiene en la educación su columna vertebral. Y me refiero al desarrollo rural porque la guerra en Colombia ha sido una guerra campesina. Los guerrilleros, los soldados, las fuerzas paramilitares han sido campesinos. Luego hay una deuda social con el campo y debemos pagarla. Tenemos gente buenísima, talentosa, pero evidentemente necesita oportunidades.

Hay otros elementos muy importantes a nivel pedagógico y metodológico, con implicaciones sociológicas. Estas poblaciones rurales, por lo menos las actuales generaciones, han tenido muchas problemáticas además de una pobre educación. Uno no puede simplemente decirle a uno de estos jóvenes ciudadanos rurales del común que venga hasta la universidad tal o cual en Bogotá, porque obviamente trae consigo una pobreza en su educación, además de la pobreza económica, que se suma a la necesidad de un tejido social que lo sostenga. Abocar a estos jóvenes a una institución universitaria como un número más en el sistema, sin un proceso real de acompañamiento y de nivelación, no es una acción responsable. Con los chicos de la ruralidad lo más importante no es encontrarles qué y dónde estudiar sino cómo y con quién vivir. Ese es un tema clave que para nosotros es muy exitoso. El hecho de que vivan en el campus, que toda su vida gire en torno a eso, que puedan dormir tranquilos porque no les están “silbando” las balas, que tengan un espacio pensado para ellos donde alguien los quiera, los acompañe, eso ayuda muchísimo porque les da seguridad, sostiene su autoestima y les permite afrontar un sistema educativo de altas exigencias con posibilidades de éxito. Y uno tiene que preocuparse de que estos jóvenes tengan éxito, porque lo peor que podría pasar es que un frustrado más se regresara a su lugar de origen.

Por otra parte, en la educación superior rural no funcionan las mismas metodologías de Bogotá. Entonces tenemos que generar didácticas y pedagogías distintas para que ellos puedan aprender de la mejor manera. Los jóvenes de las zonas rurales traen conocimientos ancestrales que uno no puede destruir, más bien debemos potenciarlos. Eso también nos enseña que no es posible pensar la educación rural toda, desde el preescolar hasta la educación de adultos, con los mismos criterios que se piensan en la ciudad.

Otro de los aprendizajes es que la generosidad de la gente existe y la providencia de Dios se hace factible, con mediaciones humanas, cuando hay un proyecto que ilusione. También hemos aprendido que es posible relacionarse con el Estado en condiciones de respeto mutuo, y en donde todos nos favorezcamos sin necesidad de acudir al clientelismo.

Estas son algunas de las enseñanzas, pero estoy seguro que habrá muchas más.

Finalmente, ¿qué postura política debe asumir la universidad para facilitar el perdón y la reconciliación?

Todo pronunciamiento de una universidad es político en el mejor de los sentidos. Siempre he creído que la educación es política, nunca he pensado que la educación es neutral; al fin de cuentas, lo político es la construcción de lo social. Desde ese punto de vista, una universidad que le apueste a la ilusión de los jóvenes campesinos asume una posición tremendamente política. En nuestra universidad le hemos apostado a que la única vía ética para terminar los conflictos armados son las negociaciones. Esa también es una posición política.

Yo distingo el perdón de la reconciliación porque creo que el perdón es un don de Dios, y eso uno no puede pedírselo a todo el mundo, aunque el don sea gratuito, también requiere que uno lo acepte. Pero una posición pragmática sí es posible para decir: “paremos esto aquí y construyamos”, aunque eso no signifique necesariamente perdón, pero sí es una acción política. Estamos ante la disyuntiva de continuar con la guerra o cambiar por soluciones no violentas. Y personalmente considero que si siete millones de personas desplazadas y 250 mil muertos no nos dicen nada, eso habla de una sociedad muy enferma. Entonces las posiciones políticas son muy importantes.

Las universidades y lo rural

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“No se va a agotar la discusión sobre lo rural y muchos otros temas. Van a quedar abiertos, y este es un espacio privilegiado para las universidades”. Así lo ha afirmado monseñor Héctor Fabio Henao Gaviria, director de Cáritas Colombia, convocando a las universidades del país a ser partícipes del desafío de la paz desde sus dinámica, “aportar elementos para la discusión ciudadana”.

Texto: Óscar Elizalde Prada / Fotos: UniLasalle

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