Fui forastero y me hospedaste

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La Fundación de Atención al Migrante y los desafíos de transformar la realidad

Dejar atrás la tierra natal, para escapar de los Urabeños. Una familia errante lleva consigo el sufrimiento acuestas. Buenaventura a lo lejos y los recuerdos a flor de piel. En el barrio Bajo Firme tenían una venta de desayunos. Pero el negocio fracasó debido a los delincuentes. “Ellos iban, se comían lo que querían y me amenazaban”, cuenta la mamá.

La familia se vio obligada a desplazarse a Guacarí. Estando allá, papá y mamá descubrieron que, como consecuencia de una violación, la hija de 17 años estaba embarazada desde hacía seis meses. De nuevo, ellos.

Los padres de familia regresaron a Buenaventura para reclamarle a los líderes de la banda, con la pretensión de que el violador se hiciese cargo. Ellos, los “dueños del barrio”, enunciaron como opción picar al responsable. “Nosotros no venimos para que maten a nadie”, reaccionaron los padres de la menor abusada. Los delincuentes propusieron una segunda opción: “si nos traen a sus dos hijos varones les decimos (quién es), porque necesitamos a uno que sea el jefe de acá”. Ante la negativa y la advertencia de que la familia estaba dispuesta a denunciar a la banda, se produjo una nueva sentencia de muerte por parte de los criminales. A la madrugada del día siguiente marido y mujer debieron escapar de regreso a Guacarí.

Pero en Guacarí no había empleo. La familia siguió aguantando hambre y necesidades. Se vieron obligados a emprender nuevas idas y venidas entre el municipio y Buenaventura, con la urgencia de mejorar sus condiciones de vida. Ignoraban que el camino se haría cada más extenuante. En esas nació el bebé y tuvieron que asentarse en el puerto; primero en el barrio Nueva Granada, donde sobrevivieron gracias al trabajo de los hijos mayores; más tarde en el barrio San Antonio, donde les esperaban peores cosas.

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Por cuenta del conflicto armado, el desplazamiento es un desafío pastoral ineludible.

Lograron rentar una casa a buen precio e iniciaron un negocio de hojaldras, aliñadas a mano y sin levadura. Diariamente comenzaban a vender a las 5:30 de la mañana. A tal punto les empezó a ir bien que tuvieron ocasión de ayudar a gente con carencias: una promesa hecha a Dios.

Un vecino le propuso al padre de familia traficar con droga, pero solo obtuvo como respuesta un no rotundo. En retaliación, el hombre, que era jefe de una banda, se encargó de que nadie más les comprara hojaldras. Fue así como el negocio se malogró y volvieron el hambre y las necesidades.

En esas, la dueña de la casa en que vivían los echó del local, aduciendo que le debían dos meses de arriendo. Una deuda inexistente. Para echarlos, la mujer se valió de un grupo de jóvenes que irrumpieron un día en la casa, hostigaron con armas a la familia y se apoderaron de muchas de sus cosas. La familia denunció el hecho ante las autoridades, sin saber que el peligro los perseguiría.

Dejaron Buenaventura y se asentaron en Tuluá, donde la madre de familia comenzó a recibir atención siquiátrica para superar la influencia de lo vivido. Las amenazas y los hostigamientos no cesaron. Debido a ello, decidieron salir del Valle y viajar a Bogotá.

Sin otro lugar de refugio, una noche dieron con el Centro de Atención al Migrante. Los encontré en la institución a la mañana siguiente de su llegada: una familia extensa, conformada por once personas. Alguien les ayudaba a ubicar sus pocas pertenencias, mientras estaba listo el desayuno. ¿Qué se encontraron en la institución? Un lugar donde estar seguros después de casi tres años de éxodo. Calor, puertas abiertas, humanidad y atención para hacer valer sus derechos. Entre los pasillos caminaba tranquilo el niño que nació como consecuencia de la violación. Nadie lo inquiría ni a él ni a su familia. En la hora de la llegada se recuperan fuerzas para seguir en la búsqueda. “Nosotros no estamos así porque queramos”.

Desplazamiento y misericordia

La Fundación de Atención al Migrante es una entidad de la Arquidiócesis de Bogotá, creada en 2002 para dar respuesta al desafío pastoral que implica el fenómeno de la movilidad humana, en especial la situación de quienes han sido desplazados en Colombia por cuenta del conflicto armado. Desde sus inicios ha contado con el liderazgo de las Hermanas Misioneras Scalabrinianas. Seis años antes de constituida, ya funcionaba en el terminal de transporte una oficina al servicio de la población migrante. Como fruto de la labor allí realizada se constató la necesidad de un hogar de paso. Posteriormente, además de atención espiritual, psico-social y asesoría jurídica, se generaron procesos de capacitación: una oportunidad para la inclusión laboral y el acceso a dinero.

La heterogeneidad de la población atendida plantea uno de tantos retos existentes a la fundación. Ahora bien, según Santiago Carillo, trabajador social, en la actualidad, al centro de capacitación llegan personas desplazadas principalmente de Huila y Tolima.

En ocasiones, personas beneficiadas de estos programas se ayudan unas a otras trabajando en equipo para implementar y fortalecer unidades productivas. Es el caso de quienes animan la experiencia de Barcas Solidarias, gracias a la cual se han promovido estrategias de economía para beneficio colectivo. Además del trabajo de profesionales y demás personal vinculado laboralmente a la fundación, destaca la participación de voluntarios, hombres y mujeres, que comparten su tiempo en beneficio de la población atendida y reconocen en lo que hacen una ocasión para hacer realidad el imperativo de la misericordia.

Poner fin al sufrimiento

Según la Hna. Ligia Ruiz, MSCS, la violencia continúa siendo una de las principales causas para que la gente se vea obligada a abandonar su tierra.

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Además de atención sico-social, espiritual y jurídica, la fundación promueve procesos de capacitación para la inclusión laboral.

A lo anterior se suma el hecho de que en Colombia junto a la violencia vinculada al conflicto armado existe una violencia institucional que sufren principalmente los pobladores de regiones empobrecidas. Al hogar de paso de la Fundación llegan también personas que no tienen dónde hospedarse ni cuentan con facilidades de vida mientras acompañan a algún ser querido a recibir atención médica a la cual no se tiene acceso en sus municipios. Durante 2015, 3.126 personas se beneficiaron en total de este espacio.

La urgencia de intensificar los esfuerzos para crear las condiciones adecuadas que garanticen una progresiva disminución de las razones que llevan a tantas personas a dejar su tierra a causa de conflictos armados y carestías adquiere hoy un relieve particular. Mientras como país cada vez estamos más cerca de llegar a acuerdos que pongan fin a la confrontación bélica con grupos guerrilleros, aumenta el impacto de agrupaciones como los Urabeños en la vida de muchas comunidades. La inequidad, por su parte, no ha dejado de ser uno de los principales motivos que hacen tan dramático en Colombia el fenómeno de la movilidad humana.

El samaritano del Evangelio inspira volcarse sobre el herido que está al borde del camino; pero, también, poner fin a la indiferencia sobre las causas de su situación con el fin de que nadie más sufra lo que él sufrió.

Miguel Estupiñán

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