Haciendo posible lo imposible

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Así como solo se perdona lo imperdonable, el perdón mismo es una tarea imposible.

Perdonar es ir en contravía de una reacción natural de rabia contra el ofensor; es la pretensión de anular la reacción primaria de quien quiere recuperar el equilibrio roto por la ofensa con un acto de venganza.

Sin embargo, y como si esto se ignorara, la paz en Colombia no depende tanto de la firma de los acuerdos, como de una actitud colectiva de perdón. Esto pone al país que quiere la paz ante una misión imposible que debe ser posible.

El perdón es irracional porque transgrede todas las normas de lo lógico, que señala que la ofensa tiene que ser reparada, que el asesino o el violador, el que incendió y destruyó bienes o el que robó o estafó, deben pagar, ojo por ojo, diente por diente por lo que hicieron; hacer de todo lo anterior tabla rasa y abrir una página nueva como si nada hubiera sucedido es contrario a la razón natural, lo mismo que el milagro, que ignora o anula las leyes de la naturaleza. Pero Colombia está abocada al dilema inexorable: o perdona o sigue incendiada y destruida por el odio. Tal es su misión imposible.

La periodista Elizabeth Yarce dejó descrita esta situación imposible cuando transcribió el diálogo, escuchado en una fila, entre dos mujeres que esperaban un mercado que distribuía el Comité Internacional de la Cruz Roja en San Carlos (Antioquia) (El Espectador 09-05-00).

Edilma Valencia, que había perdido a su esposo y a sus dos hijos mayores, decía: “Yo pido que Dios los perdone (a los asesinos), yo también los perdono, pero ojalá no siga esto. Fue una equivocación”.

Marleny Cardona, que la había escuchado en silencio, respondió vehemente: “¿Cómo puede usted decir eso? Uno no puede perdonar esas cosas. Es que a Ramón me lo devolvieron en pedacitos. Yo quedé viuda con los cuatro niños y no me siento capaz de perdonar a nadie. Pero a usted, Edilma, la admiro porque, de verdad, yo ya no tengo corazón”.

Marleny llevaba trece años de matrimonio con Ramón Eduardo Quintero cuando lo asesinaron. “Vivíamos en la vereda Las Flores y veníamos en el bus que sale de San Carlos a Samaná. Lo pararon y dijeron que todos se bajaran. Requisaron a los hombres e iban mirando en una hoja los nombres. A Ramón lo separaron del resto. Después sentí los disparos. Traíamos a la niña de dos años para revisión médica. Eso fue lo último que hizo, entregarme a Daniela para irse amarrado con ellos. Después de que mataron a Ramón nos dejaron a varios ahí tirados y se llevaron a los otros que mataron. Nos dijeron que nos fuéramos a las veredas”, concluyó Marleny con un hilo de voz.

Dramas como este se han multiplicado durante más de 50 años por todo el territorio nacional, de modo que el dilema de perdonar o no perdonar es tan agudo como la tragedia omnipresente de una violencia irracional e implacable.

El perdón se ha convertido, así, en un reto al que los colombianos están respondiendo de diversas maneras.

Las Madres de La Candelaria

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Actos en memoria de las víctimas del conflicto armado en el país

“No podíamos seguir sembrando rencores, nos habíamos convertido en profesionales del dolor”, reflexionó Teresita Gaviria, del grupo Madres de La Candelaria, que un día decidió ir a la cárcel de máxima seguridad de Itagüí para tener un cara a cara con Julián Bolívar, el nombre de combate del paramilitar Rodrigo Pérez.

No fue fácil. El hombre la invitó a almorzar, y por la mente de ella cruzó la idea de que la podría envenenar. Corrió el riesgo y así comenzó un proceso en que los desmovilizados de las autodefensas recluidos en esa cárcel llegaron a ser parte de las vidas de estas mujeres víctimas

Explica el embajador alemán Günter Kniess, quien, al recordar la experiencia de su país en materia de perdón, puede afirmar: “si entre victimarios y víctimas no hay diálogo para buscar la verdad, nunca habrá reconciliación” (UN Periódico, 11-14).

De aquel almuerzo Teresita salió cambiada: el enemigo había dejado de ser una abstracción, un “para”; había conocido su rostro, su voz, sus pensamientos. Las visitas se repitieron.

El hijo de Teresita, de 15 años, había desaparecido; allí en la cárcel supo que uno de los hombres de Ramón Isaza, un jefe paramilitar, lo había desmembrado y arrojado al río Magdalena. La reacción de Teresita fue violenta: “a ese viejo lo voy a mandar matar”. Pero cuando tuvo a los paras al frente perdieron sentido sus palabras. Desde entonces decidió responder positivamente a las peticiones de perdón de los desmovilizados.

Dolores Henao, que había perdido 3 hijos en manos de ellos, dio en la idea de adoptar simbólicamente a los asesinos y les puso los nombres de los hijos asesinados.

El proceso de Amparo Gutiérrez fue gradual. Cuando en la cárcel saludó a los ex paramilitares, descubrió al asesino de su hijo: “el primer día lo abracé con repugnancia; la segunda vez me causó ternura; ahora soy capaz de mirarlo a la cara y de confiar en que puede ser una buena persona” (El Espectador 23-03-15).

No le busque usted una explicación lógica a esto, porque no la hay. Simplemente sucede, porque la vida no se deja aprisionar por los razonamientos.

El cara a cara

Piedad Córdoba, ex-senadora, víctima de  secuestro.

Piedad Córdoba, ex-senadora, víctima de secuestro.

En la misma cárcel de Itagüí ocurrió otro encuentro de perdón que parecía imposible. La ex senadora Piedad Córdoba se encontró en un cara a cara con el hombre que la había tenido secuestrada: “quiero pedirle perdón por los males que le hicimos a usted y a su familia”, le dijo Freddy Rendón, “El Alemán”. Ella necesitó recuperar el aliento antes de responderle: “Yo ya los perdoné. No tengo sentimientos de venganza ni de rencor ni de odio. En mi caso y en el de mi familia nos damos por reconciliados”.

El cara a cara acaba con el enfrentamiento a una idea, a un prejuicio o a una denominación genérica (los paracos, los farcos, los elenos), que los despoja de un rostro y de una singularidad. A los propios combatientes de las filas de la guerrilla, que odian a morir a los miembros de las AUC, por disciplina militar, el encuentro cara a cara les cambió la perspectiva y la vida.

En unos enormes cultivos de fruta en Hato Corozal, trabajan de sol a sol cien hombres: 50 que hoy empuñan los machetes en vez de las metralletas de dotación de las FARC o del ELN; los otros 50 pertenecían al Bloque Centauros o el Martín Llanos de las autodefensas. Esas denominaciones quedaron atrás y hoy son socios y trabajadores de la Sociedad Agropecuaria Villa de la Esperanza. El odio estratégico que los hacía buscarse para matarse ha desaparecido, no solo por el cara a cara sino por el hombro con hombro del trabajo en común, a lo que no se llegó con facilidad. Al principio, cuentan, hubo desconfianza, no se hablaban y se mantenían en grupos aparte. La gente no lo podía creer: “esa finca la tienen como campo de entrenamiento”, decían, porque en su mente no cabía ninguno de los dos imposibles, que abandonaran las armas por los arados y que pudieran convivir sin matarse (Cf. El Tiempo 27-09-15).

La realidad de esta empresa, cultivadora y comercializadora de frutas, es otro caso concreto que demuestra que lo imposible del perdón puede ser posible.

Es lo que aceptan los vecinos del barrio San José de Corozal que compran sus mercados diarios en el minimercado atendido por exguerrilleros y un antiguo paramilitar.

El caso no es único: los antiguos enemigos hoy tienen minimercados que atienden juntos en poblaciones de Sucre, Atlántico y Bolívar. Mientras pesan el arroz o venden aguacates o yucas, demuestran que el odio no es una enfermedad incurable.

La petición de perdón

Yolanda Cerón, antigua directora de la pastoral social de Tumaco, asesinada en 2001.

Yolanda Cerón, antigua directora de la pastoral social de Tumaco, asesinada en 2001.

Pedir perdón, a pesar de la apariencia de solo formulismo o de acción interesada de muchas de esas peticiones, ha sido un paso de avanzada hacia el milagro del perdón.

El país ha escuchado con ilusión las peticiones públicas de perdón del exjefe paramilitar del bloque Libertadores cuando manifestó que había dado la orden de asesinar a la religiosa Yolanda Cerón en Tumaco en 2001; también dijo que era necesario pedirles perdón a sus víctimas Pablo Emilio Quintero, el ex comandante del Frente Fidel Castaño. Iván Roberto Duque, ideólogo de las AUC, manifestó su convicción de que “en Colombia hace falta el valor de la reconciliación. Nuestra petición de perdón es una imposición del alma”.

Freddy Rendón, explicó: “queremos vivir en sociedad, queremos que nuestros hijos se eduquen en ella, queremos abrazarnos con quienes fueron nuestros contrarios. Ya no reconocemos enemigos”.

El futuro posible

El perdón es una garantía de futuro. Si la venganza es una imposición del pasado, que ancla en el pasado, el perdón aparece como una liberación que abre las puertas hacia el futuro.

Escribía el columnista Juan Carlos Botero: “en Colombia, o nos quedamos atrapados, presos del dolor y el odio del pasado, o nos atrevemos a soñar y crear un futuro sin conflicto armado” (El Espectador, 04-12-15).

“El resultado de ese esfuerzo compensará mil veces”, sentenció el profesor de la Universidad de Coímbra, Boaventura de Sousa Santos, refiriéndose a la situación colombiana. Pero advirtió: “la paz no va a ser barata”. “Es una actitud hostil con Colombia la obsesión o miopía legalista y justicialista. Esa pesadilla de procesos judiciales que contaminan toda la sociabilidad y liquidan el resultado de la paz” (El Espectador, 20-10-14).

El ánimo de venganza, la voluntad de desquite, se disfrazan, en efecto, de pasión por la justicia que reclama en todos los tonos “una paz con justicia” y muestra el perdón como una actitud políticamente incorrecta y pusilánime.

La realidad, sin embargo, es otra. En un artículo sobre el tema, el filósofo francés Edgar Morin reconstruye la historia del perdón, que comienza con la reacción arcaica ante la ofensa, que es la ley del talión. “El problema de la civilización es superar esa ley”, observa. Hobbes lo expresaría denunciando que la ley del castigo institucionaliza la ley del talión que tiende a la generación de terror. Lo contrario es lo que habían hecho los griegos en el 403 a.C. al abolir la dictadura de los 13 en Atenas, entonces los vencedores proclamaron una amnistía y renunciaron a la venganza. Se daría un paso en la reflexión sobre el perdón con Hegel cuando definió: “el perdón se basa en la comprensión”. “Comprender significa entender las razones y sinrazones de los otros, que es lo contrario del fanático”, ese ciego ante lo que no sean sus razones. Víctor Hugo le hace decir a alguno de sus personajes: “intento comprender para poder perdonar”.

Otra mirada al criminal

“¿Podemos encerrar al criminal en su cueva sin tener en cuenta lo que haya hecho y, sobre todo, lo que haya conseguido después?”, se pregunta Morin.

NeilDespués del juicio de Núremberg se hicieron memorables las palabras del fiscal jefe del tribunal de crímenes de guerra, Robert Jackson: “podríamos castigar de otro modo”. Comenta Morin: “debemos intentar zafarnos de la lógica de la venganza y del odio y desarrollar nuestra capacidad de comprensión. La única alternativa no está entre el perdón y el castigo; está la no venganza, está la clemencia, está la misericordia”.

Esa lógica de venganza y de odio que se legitima como expresión de la justicia y de rechazo de la impunidad fue la que enfrentaron los grupos de víctimas que llegaron a La Habana. Quisieron mirar el rostro y escuchar las razones de sus ofensores. Fue intenso, entre otros, el momento en que espontáneamente se abrazaron Iván Márquez, de las FARC, y Constanza Turbay, quien había perdido parte de su familia a manos de la guerrilla. Márquez le pidió perdón y ella se lo otorgó porque, dijo, “la mejor arma que tenemos para obtener la paz es el perdón”.

Episodios como este persuaden al país sobre las posibilidades que rodean la misión imposible del perdón. Después de su largo secuestro, Óscar Tulio Lizcano tuvo todas las razones para considerar imperdonable el sufrimiento que produjeron en su vida y en la de su familia los guerrilleros secuestradores. Sin embargo, se puede leer en su columna periodística: “el perdón es una virtud política que permite generar sociedades nuevas. Si bien el perdón no prescinde nunca de la verdad, pude renunciar al reclamo de la justicia” (El Colombiano, 20-10-14).

El perdón, pues, no encaja en lo racional, por eso resulta incomprensible para muchos. Dos episodios conocidos por los colombianos dan fe de esta imposibilidad que, sin embargo, llega a hacerse posible.

Para la periodista de El Espectador, Carolina Orjuela, la entrevista que les hizo al maestro Eduardo Umaña y a su esposa Chely Mendoza sobre el asesinato de su hijo, el abogado y defensor de los Derechos Humanos José Eduardo Umaña Mendoza, tuvo su momento cumbre cuando, antes de revivir la historia de su hijo, ella advirtió, perentoria: “No importa lo que se haga, lo que se diga, lo que pase, no hay perdón ni olvido”. Detrás de esa afirmación definitiva se podía leer un dolor profundo que convertía el perdón en una actitud absurda e imposible.

Iván Cepeda, hijo de un líder social asesinado.

Iván Cepeda, hijo de un líder social asesinado.

En contraste, el 9 de agosto de 2011, ante el congreso en pleno, el Estado colombiano representado por el Ministro del Interior, Germán Vargas Lleras, pidió perdón por el asesinato del dirigente Manuel Cepeda. “La ejecución del senador Cepeda fue cometida dentro del contexto de la violencia generalizada contra miembros de la Unión Patriótica, por acción u omisión de funcionarios públicos”. En lugar de honor escuchaba la familia del senador asesinado el 9 de agosto de 1994, en cumplimiento del anuncio hecho por el propio Manuel Cepeda en el recinto del senado al denunciar que militares y paramilitares se habían unido para asesinarlo. Su hijo, el también senador Iván Cepeda, fue lacónico y preciso al responder a la petición de perdón leída por el ministro Vargas Lleras: “acepto esta petición solemne de perdón”.

Ni para él ni para su familia el perdón fue un imposible.

Las acciones de perdón pueden obedecer a razones prácticas, las mismas que alegaron los sobrevivientes y víctimas del ataque de Dylann Roof en una iglesia de Charleston en Carolina del Sur. Inesperadamente todos perdonaron al asesino. ¿Por qué? Explica Juan Carlos Botero en la columna citada atrás: “entendieron que su pasado había sido destruido por Roof, pero el futuro sólo podría ser decidido por ellos”.

El futuro de Colombia puede ser decidido por esa acción de perdón, o sea de hacer posible, lo imposible.

Javier Darío Restrepo

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