Editorial

Respuesta pascual a las cruces de hoy

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Mujer. Musulmana. Refugiada. Francisco lava los pies a los descartados, siguiendo las huellas del Maestro. Aquel gesto soprendió a los propios discípulos. El Papa, con el perfil de aquellos que decidió sentar a su mesa el Jueves Santo también ha incomodado a quienes no entienden que se ponga a los pies del género femenino, de un creyente de otra religión o de un “sin papeles”.

Este acto en el centro de acogida de Castelnuovo di Porto ha marcado algo más que el ritmo de la Semana Santa de Francisco. En estos días, el Papa ha reflexionado en voz alta a partir de dos heridas que supuran en nuestro planeta con el polvorín de Oriente Medio como fondo: el drama de los refugiados y el terrorismo islamista.

Francisco ha vivido este doble duelo desde la contemplación de la Cruz. Así lo expresó en la oración del vía crucis, un texto que ya se ha erigido como imprescindible para entender su Pontificado, su concepción de la Iglesia y su interpretación del mundo, un diálogo con Dios atendiendo a los signos de los tiempos.

Atentados como los de Bruselas, Alejandría y Lahore presentan precisamente escenas de crucifixión que empañan cualquier esperanza resucitadora. La muerte generada por el fundamentalismo islámico provoca que el miedo y el dolor devengan en venganza y odio y dispara la tentación de criminalizar al diferente. Frente a estas reacciones primarias ante la barbarie terrorista urge una respuesta meditada que parta de la corresponsabilidad.

Combatir un yihadismo con cotas de irracionalidad que parecen no tener límites no es tarea fácil, pero desde luego crear muros de contención o la confrontación directa no ayudan a mitigarlo. Un compromiso real de la comunidad internacional urge para abordar el problema desde el origen, buscando soluciones a los avisperos de Siria, Irak…

Esta premisa desmonta de raíz el acuerdo mercantilista de la Unión Europea con Turquía, que además de enterrar los derechos humanos, lo único que hace es contener momentáneamente una riada humana imparable.

De ello es consciente la Iglesia, que conoce con nombres y apellidos a los exiliados. Como agente que acompaña, ha alzado la voz para denunciar esta situación y exigir un cambio de rumbo. Ahí han de estar, y están, los cristianos, con el Papa al frente. Ese es el espacio en la vida pública y el compromiso sociopolítico que deben asumir los creyentes y las entidades eclesiales: como centinelas de la paz y la misericordia frente a las amenazas extremistas y a los profetas de calamidades, como salvaguardas de quienes sufren la cruz de la persecución y el éxodo para garantizarles una dignidad que se merecen, una dignidad pascual.

En el nº 2.982 de Vida Nueva. Del 2 al 8 de abril de 2016

 

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