Editorial

Una acogida sincera al homosexual en la Iglesia

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Un sacerdote tinerfeño que bautiza a la hija de dos lesbianas es noticia. Porque una parroquia da respuesta a una nueva realidad que no se ajusta a los esquemas tradicionales católicos.

Para la Iglesia, la unión de personas del mismo sexo no se puede comparar al concepto de matrimonio y familia. Constatar esta diferencia no es discriminar, pero sí lo es condenar y excluir de la fe cristiana a quienes hayan dado ese paso. No es tarea fácil encontrar el camino pastoral entre la condescendencia y la intransigencia, de la misma manera que requiere de un profundo trabajo sobre todo lo concerniente al acceso a los sacramentos.

Ni el Vaticano ni la Conferencia Episcopal
cuentan con un marco guía para responder
a realidades como el bautizo del hijo de una pareja gay.
Antes de llegar ahí, se exige un paso previo:
no juzgar

En el caso de la paternidad, la Iglesia también se ha pronunciado en contra de la adopción de niños por pareja homosexuales. Aquí aparece de nuevo la dicotomía entre la justicia como valor absoluto y el buenismo del todo vale. Frente a estos polos, la respuesta nace de la misericordia visible en la Iglesia del hospital de campaña. Toda vez que en el despacho parroquial se presenta una pareja con su hijo para pedir el sacramento del bautismo, la Iglesia debe responder con la misma solicitud que con otros niños, siempre y cuando se confirme que hay intención real de educar al menor en la fe. Esto exige un proceso de acompañamiento a padres y padrinos desde un acontecer a menudo desconocido y estereotipado.

Hasta la fecha ni el Vaticano ni la Conferencia Episcopal Española cuenta con un manual o guía. Solo algunas diócesis, como Osma-Soria, han dado un paso al frente para ilustrar a los ‘médicos de familia’ eclesiales, esto es, a los párrocos. A la espera de la exhortación postsinodal de la familia, Francisco ya ha dado algunas pistas sobre cómo actuar. Tal y como recoge Vida Nueva, a Yayo Grassi, el exalumno al que recibió en Estados Unidos junto a su pareja, le dejó claro que “en mi trabajo pastoral no hay lugar para la homofobia”.

Estas orientaciones han de traducirse ahora en directrices pastorales concretas. No tiene sentido mirar para otro lado ignorando el asunto o posponerlo. Esta actitud ha generado que, a pie de obra, se hayan dado episodios de confusión, cuando no de condena y rechazo.

Como cualquier otro cristiano que se siente y se sabe pecador, el acceso de los homosexuales a los sacramentos ha de contemplarse desde la fidelidad a la doctrina de la Iglesia. Para ello hay un paso previo que se torna en imperativo en este Año de la Misericordia: no juzgar y respetar. Urge, pues, un trabajo de formación y sensibilización para ahondar en un acompañamiento sincero de las personas homosexuales en la Iglesia, para que, siguiendo la invitación del Catecismo, sean “acogidos con respeto, compasión y delicadeza”.

En el nº 2.980 de Vida Nueva. Del 12 al 18 de marzo de 2016

 

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