Tendiendo puentes

El papa Francisco recorrió tierras americanas tendiendo puentes –acercándose– con una multitud que lo vitoreaba y formaba a su paso una “valla humana”.

Una primera parada en su recorrido fue Cuba para tender puentes con la Iglesia Ortodoxa Rusa y acordar puntos de encuentro para poder trabajar las dos Iglesias –separadas desde hace mil años– “defendiendo a los cristianos de todo el mundo y trabajar para que no haya guerra y la vida humana se respete en el mundo”, como dijo el patriarca Kirill.

Segunda parada en Ciudad de México, en el Palacio de Gobierno, para tender puentes con un Estado que nunca ha tenido relación con la Iglesia Católica y ofrecer colaboración en la lucha contra el narcotráfico y la corrupción.

Tercera parada en la catedral, para tender puentes con el episcopado y esbozar ante ellos un nuevo capítulo de su eclesiología: la Iglesia es una casita, en diminutivo, que alberga la debilidad omnipotente de Dios que acoge a los débiles, condición para el encuentro con Dios. Pero también llamó al orden a los obispos. Para que no se dejen enredar en el “carrierismo” que impide cumplir la misión de acercarse –tender puentes– con los que esperan que los dirigentes de la Iglesia les faciliten el encuentro con Dios.

La cuarta parada fue ante la Virgen de Guadalupe, para tender puentes con la fe del pueblo latinoamericano.

Las siguientes paradas llevaron al Pontífice –la palabra significa hacedor de puentes– por todo el territorio mexicano para tender puentes con víctimas de la violencia, con desheredados, con enfermos, con culturas indígenas: que son los débiles y que esperan ser acogidos en el amor de Dios, para ser respetados, liberados de la opresión y la exclusión.

Isabel Corpas de Posada

Teóloga

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