Alberto Barlocci: “Los cristianos tenemos una cita con la historia”

Entrevista al abogado e investigador social

En parte de América del Sur, en los últimos años, las políticas económicas dan señales de estar tomado distancia del modelo neoliberal con la aplicación de políticas sociales de inclusión y con énfasis en la distribución del ingreso. En Argentina y Uruguay, ha habido un descenso de la desigualdad (índice Gini) y un crecimiento del poder adquisitivo. En Chile, aunque ha disminuido la pobreza, la desigualdad sigue siendo muy alta. La región muestra mejores indicadores sociales y de calidad de vida: menos pobreza y más presencia del Estado. Foto Alberto Barlocci

El Papa Francisco en su mensaje en el reciente Foro Económico Mundial en Davos, advirtió que “los objetivos logrados –aunque hayan reducido la pobreza de un gran número de personas– a menudo han llevado aparejada una amplia exclusión social” y al desafiar a los participantes en el Foro les reconoció que “han demostrado la capacidad para innovar y mejorar la vida de muchas personas a través de su creatividad y experiencia profesional, (también) pueden ofrecer una contribución adicional poniendo sus capacidades al servicio de los que aún viven en medio de una terrible pobreza. Hace falta, por lo tanto, un renovado, profundo y amplio sentido de responsabilidad por parte de todos”.

Para profundizar los efectos de este proceso en la cultura de nuestros países y en nuestro comportamiento ético, especialmente en cuanto al desafío desde nuestra fe, Vida Nueva conversó con el doctor Alberto Barlocci, abogado nacido en Italia hace 56 años, de los cuales los últimos 28 ha vivido en Uruguay, Argentina y ahora en Chile, investigando las condiciones sociales y económicas de estos países. Durante 10 años fue director de la revista Ciudad Nueva en Argentina, integró el Departamento de comunicación social de la Conferencia Episcopal de ese país y presidió la Fundación Cláritas, además de colaborar en diversos medios latinoamericanos y europeos. Actualmente integra el Observatorio Latinoamericano de las Finanzas, de la Universidad Alberto Hurtado, en Santiago.

Hay voces que hablan del inicio de la declinación del modelo neoliberal, al menos en América Latina. ¿Cuál es el estado actual en Uruguay, Argentina y Chile?

Hay situaciones dispares. Chile recién está tratando de modificar, al menos en la sustancia, su modelo económico neoliberal: las ideas de que hay intereses generales o que el bien común es una construcción de todos, son resistidas. El bajo nivel de sindicalización, el derecho de huelga no protegido (las empresas pueden poner reemplazantes), la ausencia de negociaciones colectivas indica el gran desequilibrio entre empresariado y trabajadores en Chile. De hecho, Chile sigue entre los países más desiguales de la región y hasta de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), pese a niveles muy bajos de pobreza y desempleo, y una inflación contenida. En Uruguay, los indicadores de calidad de vida han mejorado en todos los aspectos. Es más delicado el caso argentino, quizás debido a que al lado de importantes políticas sociales hubo muchas desprolijidades en lo económico. En las políticas sociales prevaleció la idea del subsidio más que la generación de actividades productivas. La región vive una experiencia a contramano con el modelo neoliberal que ha prometido un ‘goteo’ de riqueza que nunca se ha verificado, incrementando exclusión y desigualdad. Es un debate no zanjado: los sectores más ricos no aceptan que deben participar de los costos de la inclusión en mayor medida y los Estados gastan eficientemente poco esos recursos que hoy, en época de “vacas flacas”, escasean.

 BIG-117971_El mercado no basta

El Papa ha expresado críticas duras al neoliberalismo. ¿Usted cree que este modelo ha afectado la cultura en estos países?

La idea de la omnipresencia del mercado en todos los ámbitos de la vida, ha afectado la cultura en general. El modelo neoliberal ha naturalizado la pobreza, aceptada fatalmente como algo normal; ha instalado la desigualdad, que es todavía peor porque supone un patrón de inversiones, de producción y de consumo que se ajusta a los sectores con mayor poder adquisitivo: se producen muebles que los más pobres no pueden comprar, autos caros, viviendas caras y las inversiones se dirigen hacia esos mercados de los que queda afuera una gran parte de la población. Este modelo utiliza postulados teóricos que no tienen verificación empírica, como la teoría del goteo o de la mano invisible del mercado que debería intervenir para evitar los desequilibrios. Se constata que los mercados por sí solos no sólo no generan equilibrios, sino que incrementan la pobreza y el enriquecimiento de pocos en perjuicios de la gran mayoría. Otra crítica es que el modelo antropológico que ha adoptado se funda en la idea de que los comportamientos económicos sólo obedecen a los intereses individuales y la eficiencia. Es un reduccionismo indebido del concepto de persona, que soslaya la dimensión de relaciones y, al mismo tiempo, que hay una escala de valores que influyen en nuestra vida.

Sin duda todo esto ha afectado la cultura de nuestros países. Para ciertos economistas la sociedad es una mera sumatoria de intereses individuales. Por eso algunos califican de “envidia” hacia los ricos el reclamo por justicia social. El consumismo nos induce a gastar sin preguntarnos si necesitamos aquello que compramos, adquirimos bienes que hacen a un estatus, más que a una necesidad real. Lo cual lleva al problema de la sustentabilidad de nuestro sistema de producción y consumo, sustentabilidad ambiental, social, política y económica.

¿Y qué efectos ha provocado en lo ético el neoliberalismo?

En la región tenemos problemas serios. El contexto económico los ha acentuado: no creemos en las instituciones y menos en el Estado. Eso lleva a que la evasión fiscal y de capitales sea elevada, a todo nivel: la boleta (o el ticket) hay que exigirla cuando debería ser normal que el comerciante la entregue. Las políticas de Estado, por ejemplo, suponen niveles de confianza que superen las diversidades ideológicas y permitan mantener ciertas líneas guías más allá del gobierno de turno. Esto no se ve mucho en la región. Es una falta de conciencia social que señala que no percibimos el rol de las instituciones. No hemos comprendido suficientemente que sin instituciones consolidadas no hay desarrollo posible porque falta ese clima de confianza generalizada en el cual se generan inversiones, se emprenden iniciativas, las autoridades determinan un marco legal que haga previsible una economía y un país. Padecemos de un individualismo que se ha acentuado.

 

Participación de la sociedad civil 

¿Hay signos de posibles cambios que recuperen la dignidad de las personas, la honestidad, la solidaridad, la justicia?

Hay una consideración clave de la que tenemos que partir: ni el modelo económico neoliberal ni el modelo más redistributivo que se está aplicando son sustentables. La crisis que viven Brasil, Argentina, Venezuela, las dificultades que registran Chile, Uruguay y Ecuador dicen que el segundo ha sido un modelo que ha funcionado mientras la billetera estaba llena. Con la baja de los precios de los commodity hemos entrado en crisis o vamos camino a ella. Ambos modelos son inadecuados en una economía globalizada porque su paradigma se funda en la acción de dos actores económicos: las empresas privadas (el mercado) y el Estado (árbitro e interventor). Pero la des-localización de la producción nos dice que el Estado no controla más los recursos vía fiscal, ni controla los mercados financieros que deciden sobre su emisión de moneda y su tipo de cambio.

Falta un actor importante: la sociedad civil con sus empresas. Entre el 5 y el 10% del PBI global está determinado por empresas cuyos fines no son únicamente las ganancias y la eficiencia, sino motivación social en su nacimiento y desarrollo. Pensemos en el cooperativismo, o en el microcrédito que cuenta con 190 millones de clientes en todo el mundo y 22 millones en América Latina. Pensemos en la banca ética, el comercio justo, las empresas B, la economía de comunión… todo esto representa la octava economía del planeta. Estas empresas son las mejores aliadas del Estado porque evitan que caiga sobre él todo el peso de la inclusión social. Permite que millones de personas vivan de su trabajo en lugar de depender de un subsidio. Necesitamos un cambio de paradigma en la economía que redescubra que el mercado no se rige sólo por la eficiencia y los contratos, sino también por la reciprocidad. Como enseña Caritas in veritate no podemos hacer mercado sólo con la solidaridad, pero sin valores como la solidaridad no hay mercado. Los actores entonces no son sólo dos, sino tres: Estados, economía privada, empresas de la sociedad civil. En este sentido, creo que el aporte de la sociedad civil en la región es importante. Porque se está constituyendo –como bien lo indicó el Papa en su discurso en Santa Cruz de la Sierra en el encuentro de los movimiento sociales– como un actor político, social y económico que puede hacer más humana y más digna la globalización.

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¿Y cuál podría ser el aporte de los cristianos en este proceso de cambio?

Tenemos una enorme responsabilidad: traducir en iniciativas concretas las palabras del Papa y los principios del pensamiento social de la Iglesia. Éste no es una novedad en la historia: la economía de mercado nace en el siglo XIII y XIV y se desarrolla gracias a los movimientos espirituales, sobre todo el benedictino y el franciscano. El primero creó normas de contabilidad administrativas; el lema “ora y trabaja” dijo algo clave: el trabajo es tan importante como la oración. Los franciscanos elaboraron las primeras ideas económicas precisamente porque entendieron que el mercado daba una respuesta sistémica al problema de la pobreza. La limosna es buena, decía Francisco de Asís, porque responde a una emergencia, pero el trabajo es vida. Ahora, como cristianos no podemos abdicar a nuestros valores y aceptar que la economía es fruto del egoísmo racional que optimiza el uso de los recursos. Porque esta lógica responde a la visión de Thomas Hobbes: homo homini lupus. Y ¿quién dijo que eso es el único motor de las relaciones humanas? Actuamos también por bondad, por solidaridad, por gratuidad, por amor. Creo que es además un reto para nuestras universidades católicas, que deberían interrogarse sobre los contenidos de sus facultades de Economía, investigar las raíces de la economía de mercado. Otro desafío es para los laicos que pueden ser emprendedores sociales creativos capaces de generar experiencias de este tipo. No olvidar que, por ejemplo, el comercio justo nace de una preocupación de la Iglesia holandesa en los años 70. Hoy los cristianos tenemos una cita con la historia, porque posiblemente, tenemos el modo para indicar si no la respuesta, al menos un camino.

ROBERTO URBINA AVENDAÑO

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