Víctimas de la Iglesia. Relato de un camino de sanación

Víctimas de la Iglesia, relato de un camino de sanación, libro de PPC

Adelanto editorial del nuevo libro de PPC

portada Pliego Víctimas de la Iglesia libro PPC 2979 marzo 2016

JOSÉ LUIS SEGOVIA, presbítero de Madrid; TESTIMONIO ANÓNIMO; JAVIER BARBERO, psicólogo clínico y psicoterapeuta | Ve la luz por estos días Víctimas de la Iglesia. Relato de un camino de sanación (PPC), un libro que –en palabras de su editor– quiere dar voz a “un testimonio vivo de una realidad encubierta en nuestra Iglesia”: los abusos. Pero son páginas que también pretenden mostrar “un camino de humanización real y terapéutico”, presentando “un relato sanador que no se quede postrado en el dolor”. Adelantamos un puñado de extractos del estremecedor testimonio anónimo de esta víctima, apoyados por sendas pinceladas del sacerdote y del terapeuta que guiaron el proceso y su acompañamiento espiritual y psicológico.

I.

Testimonio anónimo

Todo comenzó un día de la Virgen del Pilar después de una confesión. Él me forzó, yo me resistí y me castigó.

Como un depredador que acecha a su víctima, él llevaba mucho tiempo cercándome. De manera gradual y sutil había ido neutralizando mis defensas al mismo tiempo que tejía una red que, sostenida en la confianza, impedía presagiar lo que iba a suceder. Cuando consideró que ya estaba lista, me asaltó.

Hoy sé, después de muchos años, que en ese preciso instante en el que el agresor cruzó los límites entre los que debe transcurrir una relación de cuidado, se desencadenó un mecanismo perverso de transferencia de la culpa que me convirtió automáticamente en su víctima. Así de cruel es el estallido de una relación de abuso cuyo fin último es el sometimiento y la posesión.

Los abusos dominaron mi vida y se adueñaron de mí, bajo la falsa apariencia del cuidado y la solicitud. Quien abusó de mí consiguió corromper mi mundo de relaciones, me traicionó al brindarme ayudas que siempre se cobró y me manipuló al cargar sobre mis espaldas deberes morales y religiosos que él no dudaba en incumplir.

No es verdad, al menos no lo fue en mi caso, que una víctima no plante cara a su agresor. Yo lo hice; aunque tardé mucho en darme cuenta de que todos mis esfuerzos serían en vano. La capacidad de manipulación de quien abusó de mí fue tal que llegó a convertir mis resistencias en muestras de desconfianza, y mis reproches, en actos de desobediencia. No soportaba verse reflejado en mis negativas. Exigía obediencia e incondicionalidad. Y para conseguirlo transitaba de la provocación a la benevolencia, sin solución de continuidad.

Pronto comencé a comportarme como lo hacen las mujeres maltratadas. (…)

Los abusos en la Iglesia

(…) Durante los días en los que Javier y yo trabajamos esta cuestión [“ese ejercicio de reconstrucción de un pasado abominable”] recibí un regalo inesperado. Benedicto XVI se reunió con los obispos de Irlanda para hacer frente al escándalo de los abusos sexuales.

Cuatro años antes, al ser elegido papa tras la muerte de Juan Pablo II, yo había experimentado una fuerte sacudida interior. Recuerdo que, en el mismo instante en el que pronunciaron su nombre, escuché una voz en mi interior que me decía: “Ya puedes descansar”. Desde entonces, Benedicto XVI fue para mí un regalo de Dios. Y ahora él llamaba a las cosas por su nombre. Los abusos sexuales en la Iglesia son un crimen atroz y un grave pecado que exige de la Iglesia ayuda a las víctimas para que se restablezca la verdad y la justicia. Por eso el papa pedía perdón, hablaba de la necesidad de reparar el mal, de comprometerse con la sanación de las víctimas. Quien haya conocido en su vida a una persona víctima de abusos sexuales sabe que el sentimiento de culpa que causa el mal infligido es de tal magnitud que el silencio y la negación de la verdad se convierten en la coraza tras la que las víctimas nos parapetamos para poder sobrevivir.

Por eso, para una víctima que ha sido abusada por un sacerdote fue tan importante que Benedicto XVI, primero, y Francisco, después, salieran a su encuentro. ¡Cuántas situaciones humillantes se evitarían si la Iglesia hiciera lo propio! (…)

Víctimas de la Iglesia, relato de un camino de sanación, libro de PPC

Una reflexión con muchos destinatarios…

José Luis Segovia, presbítero

(…) El daño causado por el abuso sexual es devastador y duradero. Es imposible hacerse cargo de sus dimensiones sin haber escuchado varias veces con suma atención a las víctimas. La suciedad moral de los agresores y sus chantajes invaden todos los recovecos de las víctimas. Es una experiencia inenarrable de posesión por el mal que corrompe su vivencia de lo religioso y su relación con Dios. Sin embargo, de ese infierno de minusvaloración, culpabilidad, temor permanente, silencio vergonzante y odio hacia el agresor es posible salir.

El desgarrador y esperanzado testimonio que relata este libro es la prueba más contundente. Para eso y por eso ha querido escribir su autora este texto. Para mostrar a tantas víctimas ocultas, silentes y silenciadas que es posible pasar de las tinieblas a la luz, incluso aunque se hayan acostumbrado a malvivir en la oscuridad. Soy testigo de las lágrimas que se han vertido detrás de la redacción de cada palabra, pensada, repensada, matizada mil veces. Nadie podrá imaginar jamás el desgaste y el coste personal que ha tenido para ella parir estas líneas. Pero representan, también para ella, la validación de su propio camino de sanación personal y la superación de esa auténtica “invasión del mal”. (…)

El propósito de la autora es bastante más que hacer una denuncia. Propiamente se trata de una invitación sentidísima, rezada, pensada, objetiva, muy ponderada y rebosante de caridad cristiana, hacia la Iglesia, para que cambie su discurso en algunos puntos (por ejemplo, en la consideración de los adultos “vulnerables”) y, sobre todo, para que cuide diligentemente de sus víctimas. No es, por tanto, fruto del resentimiento ni pretende pasar factura por nada. Mucho menos busca regodearse en lo mal que lo ha hecho la jerarquía de la Iglesia o en dar pábulo al morbo y al escándalo que siempre suponen este tipo de delitos. Bien al contrario, nuestra autora pretende evitar que estos hechos se repitan, hacer que el dolor causado se acoja y se repare, y que quienes se pudren avergonzados en el infierno del silencio no teman y busquen ayuda. De este modo, nuestra querida Iglesia, y especialmente sus responsables, podrá salir a su encuentro y aliviar el dolor que, al menos por omisión, ha contribuido a cronificar en bastantes casos. (…)

Este libro va dirigido a ellas: a las víctimas de abuso en cualquiera de sus formas. A los niños y niñas, a los hombres y mujeres adultos a los que, mediante el “prevalimiento” del ascendiente moral de un papel reconocido social y eclesialmente, se pretendió poseer. Su mensaje es claro y rotundo: hay salida al infierno. Se puede romper esa atadura invisible y asfixiante de sometimiento, angustia y temor que se mantienen incluso cuando se ha perdido el contacto físico. Aún más: en esa salida compleja del “no lugar”, la experiencia limpia de Dios es fundamental y ayuda como ninguna otra. (…)

Perspectiva psicológica: la patología del sinsentido, la sanación del encuentro significativo

Javier Barbero Gutiérrez, psicólogo

Llegó a mi consulta con un enorme bagaje de sufrimiento. Esta es la palabra que mejor define lo que expresaba con sus palabras y con su lenguaje no verbal. Una mujer dañada, asustada, sabiendo que se aproximaba a un espacio desconocido para ella, en el que tenía que plantear –de un modo u otro– algo que había experimentado y que era extremadamente duro, hiriente y humillante: los abusos realizados por un sacerdote. Las conductas del abuso, en sí mismas, son radicalmente reprobables, sin paliativos. Sin embargo, hay algo todavía, si cabe, más perverso; me refiero a ese tipo de vínculo que es capaz de laminar la estructura psicológica y también espiritual de una persona.

Recuerdo que en la primera sesión le planteé, entre otras, dos cuestiones básicas. En primer lugar, si quería dejar el lugar de víctima en la centralidad de su vida. Es decir, que era víctima de una conducta de un tercero es evidente, y que, además, esto marca de por vida, también lo es. Ahora bien, de ella iría a depender, de un modo u otro, permitir que ello definiera o no la centralidad de la vida. La cuestión no es tanto si eres víctima –que lo eres–, sino si vas a quedarte instalado en ese papel. Dicho en otra clave: uno puede vivir con cicatrices, pero no con heridas abiertas. Las cicatrices te recuerdan que hubo herida, y eso forma parte de tu vida, pero suficientemente bien cerrada, con la marca de la cicatriz, del recordatorio de que eso pasó, ¡claro que se puede vivir! Eso sí, necesita de una decisión real, no solo formal, porque el ser víctima, como luego veremos, también te da un lugar en la vida, aunque este sea deleznable.

En segundo lugar le dije que yo tenía una posición clara. No iba a haber equidistancias en mi discurso. La conducta de ese maltratador es, sencillamente, una inmoralidad, sin ningún tipo de matiz, y él es el responsable fundamental del abuso. Me da igual su infancia, sus condicionamientos institucionales, su posible ausencia de educación sexual, las dificultades de vivir el celibato en la sociedad actual, su soledad mal gestionada… No me importa tampoco que en otras áreas de su vida pueda ser muy piadoso, o muy brillante, o muy solidario, o muy… Me da lo mismo. Él era un hijo de puta que había generado mucho daño. Sin matices. Sin medias tintas. En la terapia podremos trabajar muchos elementos: los miedos de la paciente, sus bloqueos, su falta de decisión, etc., pero nada de ello exculpa la acción y la inmoralidad del agresor.

Yo soy un psicólogo creyente, pero creo que necesitamos llamar a las cosas por su nombre, precisamente para poder gestionarlas. El abuso de poder tiene un nombre, y con esto no puede haber neutralidad axiológica. Si usted se pregunta por qué utilicé la expresión “hijo de puta” y no otra de contenido más psicológico, según los cánones académicos, la respuesta es muy clara: porque lo central de estas cuestiones es una patología moral, aunque la perspectiva de tratamiento, en mi lugar, sí que tenga un encuadre profundamente psicoterapéutico. Este encuadre, no obstante, no exime de una valoración moral de lo que supone el abuso. (…)

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En el nº 2.979 de Vida Nueva. Del 5 al 11 de marzo de 2016

 

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