Umberto Eco, el gran renacentista del siglo XX

Aunque agnóstico, el fallecido filósofo reconocía su amor a la Biblia y su admiración por Ramón Llull

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JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | La “insolente longevidad” de Umberto Eco –como él mismo la calificó– llegó a su fin el 19 de febrero en Milán. Tenía 84 años, siete novelas y medio centenar de ensayos, sobre todo, de semiótica, de lingüística y de estética, sus tres grandes pasiones. Pero su curiosidad y sabiduría era inabarcable. Escribía y reflexionaba sobre historia, ciencia y filosofía con sólida lucidez. Su afán era comprender el mundo para explicarlo desde la absoluta libertad y una premeditada contradicción.

Era un “hijo de la Ilustración” –como se calificaba a sí mismo– un teórico de los medios y la cultura de masas, del lenguaje de la imagen y los signos del conocimiento. Un intelectual sin límites. El escritor inolvidable de El nombre de la rosa (1980), el best seller de la cultura pop. Un humanista, el gran renacentista del siglo XX, ya a la sombra de Dios.

El filósofo, catedrático de Semiótica de la Universidad de Bolonia durante cuatro décadas, le sirvió al cardenal Ravasi de referente para el Atrio de los Gentiles –puesto en marcha en 2009 con Benedicto XVI– como lugar de encuentro entre creyentes y no creyentes. Ravasi y Eco eran amigos, se conocieron en los años 90. Ravasi era entonces rector y prefecto de la Biblioteca Ambrosiana de Milán. “Sobre todo, yo diría que hay dos campos en los que su interés por lo sagrado se manifiesta –ha dicho el purpurado– y que he podido comprobar continuamente con él en la Biblioteca Ambrosiana. Por un lado, el amor por la Biblia, por los textos sagrados. Por otro, la cultura medieval; en particular, por la estética de Tomás de Aquino y su pasión por Ramón Llull”.

Fue Ravasi quien presentó al filósofo a Carlo Maria Martini cuando era arzobispo de Milán. Entre ellos tuvo lugar un cruce epistolar en la revista Litoral –“un intercambio de reflexiones entre hombres libres”, según Eco– recogido en un libro que ha quedado como un relevante testimonio sobre el sentido de la fe, los límites de la vida o el fin de los tiempos: ¿En qué creen los que no creen? Un diálogo sobre la ética en el final del milenio (Temas de hoy, 1997).

Un extraordinario ejemplo de lo que uno al creyente y al no creyente, de cómo pueden avanzar desde las diferencias y la comprensión mutua. En esas cartas, Eco llega, particularmente, a admitir ante Martini “formas de religiosidad, y, por lo tanto, un sentido de lo sagrado, del límite, de la interrogación y de la esperanza, de la comunión con algo que nos supera”. Aún así se definía como “laico”.

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En el nº 2.979 de Vida Nueva

 

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