El segundo posconcilio

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Francisco unido en oración con el pueblo tras ser elegido papa

ARMAND PUIG. RECTOR DEL ATENEO U. SANT PACIÀ (BARCELONA)

Pronto se cumplirán tres años desde aquel atardecer, algo inhóspito, del 13 de marzo de 2013. El nuevo Papa se encontraba ante el pueblo de Roma que lo aclamaba. Parecía querer mirar de cerca a las decenas de miles de personas presentes en la plaza. Luego, en un español de colores ítalo-argentinos, el Papa, de nombre Francisco, pidió al pueblo que orara para que Dios lo bendijera en su nueva singladura como obispo de Roma y pastor de toda la Iglesia. La plaza enmudeció. La noche húmeda del marzo romano quedó cortada por un silencio denso, el que se produce cuando una gran multitud se pone a orar.

Francisco no quería bendecir al pueblo sin que este mismo pueblo orara antes con él y por él. También Jesús fue bautizado “mientras oraba” (Lc 3, 21). El “bautizo” de Francisco tuvo lugar en un ambiente mezcla de oración y de júbilo, entre el silencio y la alegría.

Aquel día me encontraba en un estudio radiofónico, y debo decir que muchos de los que estaban allí no comprendieron el gesto del nuevo Papa y lo consideraron una simple originalidad, como si quisiera salirse del guión previsto. No era así. Hay una fuerza extraordinaria en la oración, y aquel pontificado arrancaba orando. Francisco continuaba ante el pueblo la oración iniciada antes de salir al balcón central de San Pedro. Algunos empezaban a comprender que un tiempo distinto irrumpía en la historia del papado y de la Iglesia.

Han pasado tres años y dos sínodos, dos textos mayores salidos de su pluma (Evangelii gaudium y Laudato si’) y un puñado de viajes harto significativos. La imagen del Papa es conocida y reconocida por muchos. Personajes de ámbitos muy distintos, del mundo de la política, de los medios de comunicación y del deporte se han acercado a él. El presidente Obama le animó a que defendiera la causa de los pobres en el mundo, exactamente lo mismo que le dijo durante el cónclave el cardenal brasileño Cláudio Hummes, hombre cercano a Bergoglio.

El Papa ha aceptado este reto en primera persona y su voz se ha convertido en la voz de los sin voz. No es extraño, pues, que muchas personas no pertenecientes a la Iglesia católica miren a Francisco con gran simpatía y le sigan con atención. Tres años intensos y trepidantes en un mundo cada vez más global y globalizado, que el Papa contempla con gran misericordia –la mirada de aquel 13 de marzo–.

Una Iglesia misericordia

Como ya ha afirmado Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de Sant’Egidio, la preocupación fundamental de este Papa es la relación entre Iglesia y mundo, entre Evangelio y periferias. Hay una voluntad tenaz de proponer una Iglesia que no se inhiba ante la humanidad y sus múltiples heridas. Las expresivas imágenes que utiliza Francisco a propósito de la Iglesia (“en salida”, “hospital de campaña”…) muestran que para él evangelizar no es instruir o formar, sino introducir en el ámbito del Reino, el ámbito de la misericordia de un Dios que desea ejercer su paternidad hasta con el más pequeño de sus hijos.

Por esta razón, la misericordia no es un tema o un motivo, sino el modo de ser Iglesia. El Evangelio de Jesús, tomado en su núcleo fundamental, desvela y revela un Dios que se preocupa profundamente por el mundo, que quiere salvarlo y no condenarlo, como se afirma en el Evangelio de Juan (Jn 3, 17). El Evangelio, o se sitúa en el núcleo existencial, en el corazón de la vida misma, o termina convirtiéndose en un discurso de tono moralista sin capacidad de transformación.

Con Francisco la Iglesia católica ha entrado en el segundo posconcilio. Habrá ocasión de comprender el tiempo nuevo que se abre.

En el nº 2.979 de Vida Nueva

 

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