Gustavo Carrara: “Como nos dijo Bergoglio: tenemos que recibir la vida como la vida viene”

Coordinador del Movimiento de los Curas Villeros en Buenos Aires

gustavo-carrara copia
De un lado de la avenida está el Nuevo Gasómetro, el estadio de San Lorenzo de Almagro, el equipo del cual es simpatizante el papa Francisco. Del otro, se levanta la Villa 1-11-14. Su párroco, Gustavo Carrara, posa para la foto justo debajo del escudo del Club Atlético Madre del Pueblo: para el sacerdote, el desafío no pasa por emigrar a otros barrios de la ciudad, sino por la integración urbana de los 50 mil habitantes de esta villa porteña.

Allí, entre los más pobres y marginados de la sociedad, se aprende de lo enseñado por Jorge Mario Bergoglio por estos lares: a recibir la vida como la vida viene, no como quisiéramos.

“En un momento se hablaba de erradicar las villas; en una segunda instancia se habla de urbanizar las villas. Pero nos parece que es una mirada todavía unilateral, es la ciudad que mira a la villa, proponiendo que hay que‘llevar la ciudad a la villa’. Nosotros en cambio hablamos de integración urbana, porque en las villas hay una cultura propia que merece ser respetada y que le puede aportar mucho a la ciudad como un todo”, responde Carrara a Vida Nueva, acerca de cuál es el principal desafío de la pastoral villera en la actualidad.

“Tomamos lo del Papa, la propuesta de la cultura del encuentro. Hoy la villa le está dando trabajadores a la ciudad, en rubros como construcción, personal doméstico, cuidado de personas, barrido público, transporte y otros servicios, y tiene una potencialidad muy grande. También porque hay una zona de la ciudad que va envejeciendo y esta es una zona joven de la ciudad. Entonces el desafío es cómo hacemos para terminar de integrarlos hacia afuera”, apunta este sacerdote, coordinador del denominado Movimiento de los Curas Villeros en Buenos Aires.

Cuando Carrara habla se refiere a la Villa 1-11-14, pero no solo a ella. Aquello que se realiza en la parroquia Madre del Pueblo se intenta replicar en muchas otras. La pastoral villera tiene casi cinco décadas de historia en la ciudad y encontró nuevo impulso con Bergoglio como arzobispo de Buenos Aires. Actualmente, superan las dos decenas los sacerdotes que viven y cumplen su misión en los barrios más marginales de la capital de la Argentina.

hogar1 copia

Acompañar como prevención

“Tenemos dos grandes líneas de trabajo, una de ellas es la prevención, es decir, que un niño, un adolescente haga lo que tiene que hacer a su edad, ya sea jugar, desarrollar sus potencialidades, estudiar, ser acompañados por adultos significativos que ayuden a sus papás en la crianza, ya que los papás están en la lucha por sobrevivir y a veces, no por malicia o por no querer, tienen que trabajar mucho y entonces descuidan un poco a sus hijos”, describe el párroco.

“El desafío es cómo acompañar. En ese sentido, además de la catequesis, tenemos el Movimiento Infantil Juvenil, que es una escuela de liderazgos positivos, porque creemos que dándoles responsabilidades a los jóvenes ellos crecen y los más chicos encuentran figuras que quieren imitar. También tenemos el Club Madre del Pueblo con actividades deportivas, con las que trabajamos la identidad, la pertenencia, el arraigo a un lugar. Y tenemos áreas culturales, como murga, escuela de música, orquesta infantil”.

La actividad en la villa se percibe febril una mañana cualquiera. Y la parroquia es uno de sus epicentros, con amplia oferta a nivel educativo: jardín comunitario, jardín maternal, escuela primaria y secundaria, apoyos escolares, adaptación de planes del Estado para que los adultos puedan completar los estudios.

“La otra gran línea de trabajo comprende los programas típicos de acompañamiento para casos de exclusión y vulnerabilidad más complejos. Por ejemplo, el trabajo con chicos consumidores de paco. ¿Es un problema de droga? Sí, pero mirando más a fondo, es un problema de exclusión social grave, porque si ellos dejaran de consumir una sustancia no se arregla el problema, porque quizá no tienen documentos, ni estudios terminados, ni capacitación laboral. Pueden tener problemas de salud delicados, y si se profundiza más, hay orfandad de vínculos, de amor, necesitan familia. Ahí entra a jugar la Iglesia como familia, que no cierra puertas, que hace lugar, la Iglesia como hospital de campaña, que se dedica a curar, que no pregunta ni juzga, sino que recibe. Ahí tomamos dos principios que nos dijo Bergoglio en su momento: primero, recibir la vida como la vida viene, no pretender que la vida venga como yo quisiera que esté, según mis esquemas, y empezar a acompañarla; y el otro principio es trabajar uno a uno, uno vale la pena, si bien somos muchos los que trabajamos vos, cada persona es importante”.

En este rubro, la tarea es ingente y a veces se asemeja a una desigual pelea. Sin embargo, el padre Carrara y su comunidad siguen luchando a brazo partido para demostrar que existen otras opciones por fuera del camino de la droga.

Además de varios centros barriales de atención, al lado del templo se encuentra el hogar Santa María, donde son alojados los chicos que quieren dejar el consumo de drogas. Algunos de ellos, en el Jueves Santo de 2012, recibieron el lavado de pies por parte de Bergoglio, un año antes de que ese cardenal que los abrazó en el barrio del Bajo Flores se convirtiera en el papa Francisco.

 

Tarea para los de afuera

Entre los nuevos emergentes que se deben atender en la pastoral villera se encuentran las faltas de oportunidades. “Esta es una población joven, y como todo joven, necesita oportunidades. Y las oportunidades las tiene que dar el mundo adulto: el Estado, las empresas, las organizaciones, la Iglesia”.

Carrara no disimula su molestia cuando el villero es caracterizado, a modo de generalización, como delincuente o vago: “A veces el prejuicio instala relatos que tienen parte de la verdad, pero no son la verdad entera, por eso hay que mostrar otras cosas, con sus luces y sus sombras. Sin embargo, muchas veces solo se acentúan las sombras”, afirma. Seguido, pone como ejemplo la notoriedad que alcanza en los medios un tiroteo entre bandas narcos en las calles de una villa. “En cambio no es noticia que los propios vecinos de la villa hayan construido una escuela”.

“Algunos problemas que pareciera que salen de la villa –como el narcotráfico– hizo que las cosas se desmadraran. Pero el vecino común de nuestros barrios es obrero, quiere sacar a su familia adelante, ha sufrido un destierro, no se ha venido de otros lugares por gusto. Los jefes de hogar son extranjeros en su mayoría, provenientes de Bolivia, Paraguay, Perú y del interior de la Argentina”, relata.

 


“Yo me puedo ir, y ellos no”

Dice Carrara: “La gente en estos barrios le ha hecho lugar a los curas en sus vidas; en un sentido, es más fácil ser sacerdote acá que en otros espacios más secularizados. En otros sentidos, es más complicado. Yo no me considero alguien especial, soy feliz, tengo alegría de estar acá, soy consciente de las dificultades. Y como escribió Carlos Mujica en su Meditación en la Villa, ‘perdón por haberme acostumbrado a tal y tal cosa, pero yo me puedo ir y ellos no’.En definitiva, hay un grado de solidaridad con los más pobres que sólo le pertenece a Jesús”.

Marcelo Androetto

Compartir